La prueba del malvavisco para la economía mundial

La economía del mundo está experimentando un turbulento inicio de 2016. Las bolsas de valores se desploman; las economías emergentes tambalean frente a la brusca caída de los precios de las materias primas; los flujos de refugiados están desestabilizando aún más a Europa; el crecimiento de China se desaceleró marcadamente en respuesta a la reversión de los flujos de capitales y a la sobrevaluación de su moneda; y EE. UU. sufre una parálisis política. Unos pocos funcionarios de bancos centrales luchan para mantener a la economía mundial de pie.

Cuatro principios pueden guiarnos para escapar de este caos. En primer lugar, el progreso económico mundial depende de la existencia de elevados niveles de ahorro e inversión. En segundo lugar, los flujos de ahorro e inversión deben ser considerados como mundiales, no nacionales. En tercer lugar, el pleno empleo depende de la existencia de elevadas tasas de inversión, que coincidan con altas tasas de ahorro. En cuarto lugar, las elevadas inversiones privadas de las empresas dependen de la elevada inversión pública en infraestructura y capital humano. Consideremos cada uno de ellos.

En primer lugar, nuestra meta mundial debe ser el progreso económico, entendido como la mejora de las condiciones de vida en todo el mundo. De hecho, ese objetivo ha sido consagrado en los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados en septiembre pasado por los 193 miembros de las Naciones Unidas. El progreso depende de una elevada tasa de inversión global para desarrollar las habilidades, la tecnología y las existencias de capital físico y así impulsar el nivel de vida. Para el desarrollo económico, como en la vida, nada es gratis: sin elevadas tasas de inversión en conocimientos y experiencia, maquinaria e infraestructura sostenible, la productividad tiende a caer (principalmente a través de la depreciación), arrastrando consigo al nivel de vida.

Las elevadas tasas de inversión dependen a su vez de la existencia de altas tasas de ahorro. Un famoso experimento psicológico halló que aquellos niños que lograban resistir la tentación inmediata de comer un malvavisco —y ganar así dos para el futuro— tenían más probabilidades de prosperar como adultos que quienes no eran capaces de hacerlo. De igual modo, las sociedades que posponen el consumo instantáneo para ahorrar e invertir para el futuro disfrutarán de mayores ingresos futuros y una mayor seguridad jubilatoria. (Cuando los economistas estadounidenses sugieren a China que impulse el consumo y limite el ahorro, simplemente están vendiendo los malos hábitos de la cultura estadounidense, que no ahorra e invierte lo suficiente para su futuro).

En segundo lugar, los flujos de ahorro e inversión son mundiales. Un país como China, con una elevada tasa de ahorro que supera las necesidades de inversión locales, puede apoyar la inversión en otras partes del mundo que ahorran menos, en particular, las zonas con bajos ingresos de África y Asia. La población china está envejeciendo rápidamente y los hogares de ese país están ahorrando para su jubilación. Los chinos saben que los activos financieros de sus hogares —más que una numerosa cantidad de hijos o la seguridad social del gobierno— serán la principal fuente de su seguridad financiera. Las zonas de África y Asia con bajos ingresos, por otra parte, son muy pobres en términos de su capital, y muy jóvenes. Pueden pedir prestado a los ahorristas chinos para financiar un masivo y veloz desarrollo de su educación, habilidades e infraestructura para apuntalar su propia prosperidad económica futura.

En tercer lugar, una elevada tasa mundial de ahorro no se traduce automáticamente en elevada inversión; a menos que se la dirija adecuadamente, puede provocar que el gasto sea insuficiente y generar desempleo. El dinero que se coloca en bancos y otros intermediarios financieros (como los fondos de pensiones y seguros) puede financiar actividades productivas o especulación a corto plazo (por ejemplo, créditos de consumo y bienes raíces). Los grandes banqueros del pasado, como J.P. Morgan, construyeron industrias como las de los ferrocarriles y el acero. Los administradores de fondos actuales, por el contrario, suelen asemejarse a apostadores o incluso a defraudadores como Charles Ponzi.

En cuarto lugar, las inversiones actuales con elevados rendimientos sociales —como las energías con bajas emisiones de carbono, las redes energéticas inteligentes para las ciudades y los sistemas de salud basados en la información— dependen de asociaciones público-privadas, en las que la inversión y las políticas públicas estimulan la inversión privada. Esto ocurre desde hace mucho: las redes de ferrocarriles, la aviación, los automóviles, los semiconductores, los satélites, el GPS, la fracturación hidráulica, la energía nuclear, la genómica e Internet no existirían de no ser por esas asociaciones (que típicamente, pero no únicamente, comienzan con los militares).

Nuestro problema global en la actualidad es que los intermediarios financieros del mundo no están orientando adecuadamente el ahorro de largo plazo hacia inversiones de largo plazo. El problema se agrava debido a que la mayoría de los gobiernos (EE. UU. es un claro ejemplo) han invertido crónicamente de manera insuficiente en la educación a largo plazo, la capacitación para desarrollar habilidades y la infraestructura. La inversión privada no es suficiente, en gran medida por la escasez de inversiones públicas complementarias. Algunos macroeconomistas miopes afirman que el mundo está consumiendo demasiado poco; de hecho, está invirtiendo demasiado poco.

El resultado es una demanda global inadecuada (las inversiones mundiales no llegan al nivel del ahorro mundial de pleno empleo) y el financiamiento del consumo y la compra de bienes raíces con flujos de capital de corto plazo extremadamente volátiles. Esos flujos cortoplacistas están sujetos a bruscos cambios de tamaño y dirección. La crisis financiera asiática de 1997 se dio después de una brusca cesación del ingreso de flujos de capital a Asia, y los créditos mundiales de corto plazo repentinamente se agotaron después del colapso de Lehman Brothers en septiembre de 2008, que causó la Gran Recesión. Ahora China enfrenta el mismo problema y los ingresos de capitales se convirtieron abruptamente en egresos.

El consejo macroeconómico tradicional para China —impulsar el consumo interno y sobrevaluar el renminbi para reducir las exportaciones— no supera la prueba del malvavisco. Fomenta el consumo excesivo, la falta de inversión y el aumento del desempleo en una sociedad que está envejeciendo rápidamente y en un mundo que puede hacer un enorme uso de la elevada capacidad de ahorro e industrial de China.

La política correcta es canalizar el elevado ahorro chino hacia mayores inversiones en infraestructura y habilidades en las zonas de bajos ingresos de África y Asia. El nuevo Banco Asiático de Inversión para Infraestructura (BAII) y su iniciativa Un cinturón y un camino para establecer vínculos modernos de transporte y comunicaciones a través de la región son pasos en la dirección correcta. Estos programas mantendrán las fábricas chinas funcionando a pleno para producir los bienes de inversión necesarios para el rápido crecimiento en los países que actualmente tienen bajos ingresos. Se debe permitir que la moneda china se deprecie para que sus exportaciones de bienes de capital a África y Asia resulten más asequibles.

En términos más generales, los gobiernos deben ampliar el papel de los bancos de desarrollo nacionales y multilaterales (incluidos los bancos regionales de desarrollo para Asia, África, las Américas y los países islámicos) para canalizar el ahorro de largo plazo de los fondos de pensiones, los fondos de seguros y los bancos comerciales hacia inversiones públicas y privadas de largo plazo en industrias e infraestructura del siglo XXI. Los bancos centrales y fondos de cobertura no pueden generar crecimiento económico a largo plazo y estabilidad financiera. Solo las inversiones de largo plazo, tanto públicas como privadas, pueden sacar a la economía mundial de su inestabilidad y lento crecimiento actuales.

Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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