La psicopatología de Trump se agrava

Parece que día a día el presidente estadounidense Donald Trump intensifica sus ataques personales y políticos contra otros países y sus jefes de Estado, contra pobres y débiles, y contra familias migrantes. El ejemplo más reciente fue su defensa de la cruel medida de separar a niños migrantes de sus padres. Aunque la indignación pública tal vez lo haya obligado a retroceder, su talante agresivo no tardará en hacerse ver en algún otro tema.

La mayoría de los analistas interpretan los estallidos de Trump como gestos para su base de seguidores, pavoneo ante las cámaras o bravuconadas para el logro de futuros acuerdos. Nosotros lo vemos de otro modo. A la par de muchos prestigiosos expertos estadounidenses en salud mental, creemos que Trump padece diversas patologías psicológicas que lo convierten en un riesgo evidente y real para el mundo.

Trump muestra señales de al menos tres rasgos peligrosos: paranoia, falta de empatía y sadismo. La paranoia es una forma de pérdida de contacto con la realidad en la que una persona percibe amenazas inexistentes; al combatirlas, el individuo paranoide puede poner en peligro a los demás. La falta de empatía señala a un individuo obsesionado con su persona, que ve a los otros como meras herramientas y es capaz de provocar daño a otros sin remordimiento si eso le sirve para lograr sus propios fines. El sadismo es experimentar placer en infligir dolor o humillación, especialmente a quienes representan una amenaza percibida o un recordatorio de las debilidades propias.

Creemos que Trump posee estos rasgos, y basamos nuestra conclusión en la observación de sus acciones, en su historia de vida conocida y en numerosos informes ajenos, aunque no contamos con una evaluación psiquiátrica independiente, algo que hemos pedido y seguimos pidiendo. Pero no necesitamos un examen detallado para darnos cuenta de que Trump ya es un peligro creciente para el mundo. El conocimiento de la psicología nos dice que esos rasgos tienden a empeorar en individuos que obtienen poder sobre otros.

Para justificar sus acciones agresivas, Trump miente incesantemente y sin culpa. De hecho, según un análisis del Washington Post, desde que asumió el cargo Trump formuló más de 3000 afirmaciones falsas o engañosas. Y como señala el Post, parece que estas últimas semanas su mendacidad se incrementó. Además, los íntimos de Trump lo describen como cada vez más propenso a ignorar cualquier consejo moderador de su entorno. No hay “adultos presentes” que puedan detenerlo, ya que se rodea de adulones corruptos y pendencieros dispuestos a obedecerlo (todo lo cual es enteramente predecible a partir de sus características psicológicas).

Las enormes exageraciones de Trump en las últimas semanas revelan la gravedad creciente de sus síntomas. Sirvan de ejemplo sus reiteradas afirmaciones de que el impreciso resultado de la reunión con el líder norcoreano Kim Jong-un constituye el fin de la amenaza nuclear del régimen de Kim, o cuando mintió alevosamente diciendo que la separación a la fuerza de niños migrantes de sus padres en la frontera sur con México es atribuible a los demócratas y no a sus propias políticas. Hace poco el Post contó 29 declaraciones falsas o engañosas en un mitín que duró apenas una hora. Esta mendacidad permanente (tanto si son mentiras deliberadas o él mismo se las cree) es patológica.

Puesto que Trump no tiene capacidad real de imponer su voluntad a otros, su accionar es garantía de un ciclo interminable de amenazas, contraamenazas y agravamiento de conflictos. Cualquier retirada táctica es seguida por nuevas agresiones; un ejemplo es el intercambio creciente de medidas comerciales entre Trump y un círculo cada vez más amplio de países y economías, que incluye a Canadá, México, China y la Unión Europea. Lo mismo puede decirse de la retirada unilateral de Trump de cada vez más tratados y organismos internacionales, incluidos el acuerdo de París sobre el clima, el pacto nuclear con Irán y, más cerca en el tiempo, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, después de que este criticó las políticas de Estados Unidos hacia los pobres.

La paranoia de Trump está generando un aumento de tensiones geopolíticas. Los aliados tradicionales, no habituados a tratar con líderes estadounidenses con graves deficiencias mentales, no salen de su asombro, y aparentemente los adversarios se están aprovechando. A muchos de sus partidarios, el descaro de Trump para mentir les parece audacia para decir la verdad, mientras analistas y líderes extranjeros tienden a creer que su extraña conducta agresiva es reflejo de alguna estrategia política. Pero es un error tratar de “explicar” las acciones de Trump como racionales, e incluso audaces, cuando es más probable que sean manifestaciones de problemas psicológicos graves.

La historia está llena de individuos con patologías mentales que acumularon inmenso poder presentándose como salvadores y luego se convirtieron en déspotas que causaron daño grave a su propia sociedad y a las ajenas. La fuerza de su voluntad y sus promesas de grandeza nacional les atraen seguidores; pero la enseñanza de estos casos de ejercicio patológico del poder es que las consecuencias a largo plazo son inevitablemente catastróficas para todos.

No debemos permitir que el temor a un futuro desastre nos siga paralizando. Un líder con signos peligrosos de paranoia, falta de empatía y sadismo no puede seguir siendo presidente, o será capaz de generar un daño devastador. Cualquier medida apropiada para eliminar el peligro (las urnas, el juicio político o la invocación de la 25.ª enmienda de la constitución estadounidense) nos ayudará a estar a salvo otra vez.

Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development and Professor of Health Policy and Management at Columbia University, is Director of Columbia’s Center for Sustainable Development and of the UN Sustainable Development Solutions Network. His books include The End of Poverty, Common Wealth, The Age of Sustainable Development, and, most recently, Building the New American Economy.
Bandy X. Lee is a forensic psychiatrist at Yale School of Medicine and a project leader for the World Health Organization. Traducción: Esteban Flamini.

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