La pugna por Madrid reabre viejas heridas y abre otras nuevas

Como los cadáveres mal enterrados, el oscuro asunto del espionaje en Madrid ha vuelto a contaminar con su fétido aroma el debate político del PP. A sólo dos semanas de que la dirección del partido, o, para entendernos, Mariano Rajoy, decida quiénes serán los candidatos a la comunidad y a la Alcaldía más importantes de España, las dudas no sólo no se han disipado, sino que crecen a medida que pasan los días. La presidenta del PP madrileño, Esperanza Aguirre, sale bien en las encuestas, pero sus enemigos argumentan que en su día conspiró contra el líder del partido. ¿Y González? ¿Acaso no hay el riesgo de que salga a la luz algún asunto complicado? Cifuentes significa la renovación, pero parece que para el presidente del PP está un poco verde... ¿Soraya? Rajoy ya ha dicho que no. Así, no es extraño que en Génova se viva al borde de un ataque de nervios.

Parece que todo empezó con un asunto de cuernos. Dicen que alguien cercano al entonces consejero de Justicia de la Comunidad, Alfredo Prada, reenvió desde el ordenador de Sergio Gamón (ex jefe de Seguridad de la Comunidad) un correo de su amante a su esposa, que, por aquel entonces, trabajaba en la secretaría de Esperanza Aguirre.

Que hubo una guerra entre Gamón y Prada parece evidente a la luz de los testimonios recogidos entre los protagonistas de esta historia.

La pugna por Madrid reabre viejas heridas y abre otras nuevasPero en el affaire de los espías había algo más que una venganza personal. Nada de lo que ocurrió se entiende si no nos situamos en las coordenadas espacio-tiempo en las que este caso hizo temblar los cimientos del PP madrileño.

Había, por un lado, una guerra abierta entre el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón y la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. Y había, además, una ofensiva para descabalgar a Mariano Rajoy, que había perdido por segunda vez las elecciones generales ante José Luis Rodríguez Zapatero. O sea, eran las semanas previas al tormentoso Congreso de Valencia (junio de 2008).

Francisco Granados, secretario general del PP de Madrid, había ganado peso en el Gobierno de la Comunidad, llegando a ser consejero de Presidencia, Justicia e Interior. Su decisivo papel en el conocido caso del tamayazo (años después del escándalo, Eduardo Tamayo se presentó en la sede de la Comunidad para entrevistarse con el triconsejero para reclamarle seis millones de euros a cambio de mantener silencio), su don de gentes y su energía, le hicieron ganarse la confianza de la presidenta. Aguirre siempre tuvo debilidad por un hombre que representaba justo lo contrario de lo que denotaba su imagen para un buen número de madrileños: una pija de derechas. Granados era su antítesis, un producto genuino del cinturón madrileño: quizás algo tosco, pero ocurrente y cercano, un pepero del pueblo que había hecho su carrera en la política municipal ganando la Alcaldía de Valdemoro.

Prada rompía el equilibrio entre Granados y González (el número dos de la Comunidad y persona que había hecho gran parte de su carrera política a la sombra de Aguirre). En pocas cosas podríamos encontrar puntos de acuerdo entre los dos políticos, pero una de ellas era precisamente su animadversión por Prada.

Sergio Gamón (seguramente con el conocimiento de Granados) contrató a una serie de personas relacionadas con la seguridad (ex detectives, guardias civiles, etc. ) para no se sabía muy bien qué. Incluso la Comunidad llegó a comprar una moto de gran cilindrada para, supuestamente, repartir paquetes, pero que, en realidad, se utilizó para hacer seguimientos.

Sí, hay que trasladarse a aquellos años (todavía la recesión no había enseñado los dientes) para entender bien lo que sucedió. Eran los tiempos dorados de las agencias de detectives, alguna de ellas de gran renombre, como Método 3 (cuyo responsable, Francisco Marco, ha reconocido en un libro haber hecho trabajos por encargo de González). Espiarse estaba de moda. La información es poder, suele decirse y, consecuentemente, los que tenían poder, querían tener información. Sobre todo, relativa a las debilidades de sus enemigos políticos para tenerles cogidos por salva sea la parte.

Así fue cómo se montó un operativo para seguir los pasos de Prada y Manuel Cobo (entonces número dos de Ruiz-Gallardón). Un operativo, bien es cierto, algo casposo y, desde luego, poco efectivo.

Pregunto a uno de los supuestos espiados: «¿Qué era lo que perseguían, qué querían saber?». Su respuesta no puede ser más esclarecedora: «Lo que querían era descubrir si tenía algún lío con alguien, una mujer o un hombre, da igual. Vamos, tener algo contra mí para poder utilizarlo».

En fin, como la operación no era de altos vuelos, salió a la luz con gran estruendo, pero ni siquiera llegó a afectar electoralmente al PP, que volvió a ganar en 2011 por mayoría absoluta.

Judicialmente (aunque parezca una contradicción, la Comunidad ejerce de acusación particular) el tema duerme el sueño de los justos. Hasta que ha despertado, de repente, en virtud de unas grabaciones que ponen de manifiesto cómo un alto cargo (el director general de Justicia, Agustín Carretero, curiosamente anterior juez en Valdemoro) trataba de silenciar a uno de los imputados y cómo los implicados en el sumario lanzaban pullas al actual presidente de la Comunidad, entre copa y copa, en el chalet de Granados.

Como diría el propio Rajoy: «Vaya tropa». Y todo cuando todavía no se ha decidido quiénes serán los candidatos del PP a la Comunidad y al Ayuntamiento.

Las espadas están en alto. Poco a poco, la candidatura de Aguirre ha ido ganando fuerza a medida que las encuestas la confirman como favorita para los votantes del PP. Sin embargo, lo que Génova y Moncloa no quieren es avalar el ticket Nacho-Esperanza. «Si Esperanza es la candidata a la Alcaldía», señala un alto cargo del partido, «Nacho no puede ser candidato a la Comunidad y viceversa».

Las mismas fuentes condicionan la candidatura de Aguirre a que deje de ser presidenta del PP en Madrid, porque si no fuera así, argumentan, «acumularía demasiado poder».

González, que siempre ha sido un fiel escudero de la ex presidenta de la Comunidad, ha comenzado a distanciarse de ella al entender que, efectivamente, sus aspiraciones a ser cabeza de cartel son incompatibles. De hecho, tras el rebrote del escándalo de los espías, ha recordado que aquel lío se produjo en tiempos de Esperanza.

En este tenso ambiente, Rajoy ha decidido darse otros 15 días para tomar una decisión. La estrategia es que un posible nuevo escándalo no pille al candidato ya nominado.

Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.

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