La purga republicana de la Santa Pedagogía

Por tertulias y redes se puede medir el éxito de la Lomloe. Reina la confusión y la dispersión. Confusión propagada por meras opiniones y medias verdades. Dispersión por la falta de un mínimo común para la organización escolar de la nación. Por la descentralización arbitraria de estructura y contenidos, regiones y centros habrán de concretar una ley que legisla el vacío y la defunción de la institución. Y mientras dure la polémica, el ruido mediático contribuirá tanto al acto de sepultura de la escuela como su silencio el resto del año.

La Lomloe simula regular una realidad educativa ya afianzada. Se limita a levantar acta de un cadáver manteniendo el nombre con el cual se refiere a un fenómeno social y político radicalmente diferente del designado. Seguir llamando escuela pública a esto es un ardid retórico, burdo pero eficaz.

La purga republicana de la Santa PedagogíaEn procesos constituyentes, las leyes señalan el camino que la sociedad habrá de seguir y preceden a ciertos cambios efectivos. En procesos disolventes, suele darse la situación inversa: la legislación hace oficial realidades ya dadas. Es el caso de la Lomloe. El vaciado escolar recogido en sus artículos y, especialmente, en la desaparición de hecho de filtros para la titulación, no es decisión de la ley, sino realidad ya consumada que la ley eleva a rango de política oficial. Sobre el sepulcro de la escuela se depositan capas de retórica en forma de legislación hecha para consagrar un estado de cosas en marcha e irreversible. Por eso, esta ley no es un fracaso. Es el canto del triunfo sobre la escuela republicana y la celebración de una modalidad de control social reaccionario con el cual se ha ido implantando una feudalización estamental. Los lazos de ciudadanía están rotos, los vínculos de lo común destruidos. Relegados el conocimiento y la tradición académica universal y nacional a lo extravagante por la sobresaturación de identidades locales o subjetivas, la base común del conocimiento queda reprimida, olvidada, y los estudiantes, privados de los tesoros del saber humano, acumulado durante siglos con la paciencia y el esfuerzo de la racionalidad en conflictivo desarrollo. No hay ya escuela en sentido republicano.

Con la prometida implantación de ámbitos y competencias se da nombre a la disolución y extinción ya muy avanzada de los campos categoriales del saber. Las asignaturas tienden a desaparecer y su lugar lo ocupan nebulosas expuestas a la infiltración de los dogmas de las inquisiciones de moda. El escenario resultante es el de una enseñanza secundaria que no es enseñanza y que no es secundaria, sino una postprimaria, manteniendo las inercias de la primaria y retrayendo, en consecuencia, al bachillerato, simple prórroga de una secundaria con la cual mantener escolares dentro del sistema de acogida. El bachillerato es de facto enseñanza secundaria, la universidad es bachillerato hasta el postgrado, donde los másteres segregarán, según criterios económicos, no académicos.

Otro brindis al sol de la sobreprotección infantil es la supresión de las calificaciones numéricas, medida que sólo generará más papeleo para el profesor, reducido a notario circense, burócrata con la misión de entretener y expedir certificados sin relación con procesos de aprendizaje real, sin apenas tiempo más que para reuniones desprovistas de contenido técnico, dedicadas a repartir la eucaristía del bienestar subjetivo, y firmar actas. Corolario: la pauperización laboral docente, pues su trabajo no se halla conectado con su especialización académica, sino con trámites administrativos y tesituras psicológicas, sobre los cuales las matemáticas o la gramática quedan mudas ante los expertos de la empatía y la resiliencia. Y generará más confusión para el alumno, que no sabrá cuál es su rendimiento real, sin cuyo conocimiento es imposible mejorar. Pero se le habrá librado del trauma de leer en su boletín un infamante 3, escondido tras una etiqueta o emoticono que, según las autoridades ministeriales, no afectará a su felicidad tic toc.

La promoción y titulación con suspensos eran ya efectivas desde hace tiempo ante la proscripción de la repetición, que oficializa el poder de los Departamentos de Orientación y de la Inspección Educativa sobre los siervos de la gleba pedagógica, despojados de su autoridad docente. ¿Quién decide sobre un alumno si el criterio ya no es académico sino afectivo? El fracaso escolar desaparecerá mágicamente cuando el ministerio ofrezca a la opinión pública cifras de promoción y titulación del 100%, pintoresco modo de curar a los enfermos por la vía de darles a todos el alta.

En cuanto a la Filosofía, no se destierra por el hecho de que no sea de obligatoria oferta en secundaria, pues se mantiene en bachillerato recuperando, incluso, su obligatoriedad en segundo, sino por la diseminación de dogmas antiilustrados y su perversión bajo la especie de valores éticos o sensibilidades transversales, coaching y autoayuda, precisamente lo que la tradición socrática se ha obstinado desde hace sólo 25 siglos en destruir críticamente.

Y por lo que toca a la Historia, se desordena su estudio al imponer los nuevos catecismos en perjuicio del rigor secuencial: Retos del mundo actual y Compromiso cívico se etiquetan como saberes básicos en el estudio de la Historia. Pero, ¿a qué disciplinas académicas y/o científicas competen? ¿Qué relación objetiva tienen con el conocimiento de la Historia? Eliminar el enfoque cronológico impide aprender Historia y facilita la confusión de efectos con causas al servicio del dictamen moralizante del pasado según el anacronismo fetichista e iconoclasta. Distorsión que, al no haber un Consejo General de la Función Docente, independiente del Poder Ejecutivo, podrá ser usada para el interés propio por el gobierno de turno.

La feudalización estamental digitalizada está aquí, con las Sagradas Escrituras de la verdad revelada de la Agenda 2030 y la ruptura de los lazos comunes de ciudadanía. En este sentido preciso puede afirmarse sin hipérbole, sin nostalgia ni indignación, sólo con la frialdad del forense, que la escuela republicana ha muerto. Se priva de la condición de estudiante a las masas colmadas de narcisos abandonados. En esta pirámide estamental, los que dispongan de recursos para costearse una formación clásica y, así, acceder al conocimiento, común, universal, público, formarán parte de la nueva nobleza de casta, mientras los escolarizados en la pública quedarán condenados, a base de competencias sin saberes, a los guetos privados de la incompetencia feliz. Es urgente, aunque estéril, entender cómo, en este fenómeno, confluyen el romanticismo identitario del catecismo woke e intereses macroeconómicos, a lo que hay que agregar la soberana fragilidad de algunos estados-nación. La falacia de presentar la cuestión en términos de izquierda-derecha o de tradición-innovación sólo contribuye a perpetuar una institución que condena a la indigencia escolar, profesional y personal a los vasallos del metaverso.

Una escuela republicana se sostiene sobre un umbral infranqueable, pero ya borrado: que nadie quede excluido de una formación sólida por motivos socioeconómicos. La escuela republicana proporciona paciencia, sosiego, silencio, lujos hoy negados a las masas narcotizadas digitalmente. Los parias de la escuela pública han sido despojados de una institución sin la cual no pueden ser más que narcisos mirándose al espejo del móvil, sometidos a la condición de súbdito-consumidor pasivo, hipnotizados por la realidad virtual, en vez de prometeos al acecho de las armas del conocimiento. Sólo un cataclismo generacional permitirá que se formen reductos de comandos clandestinos, ideológicamente inclasificables, con herejes docentes, purgados de la Santa Pedagogía 2.0 y héroes rebeldes empeñados en estudiar, conspirando por mantener residuales áreas de saber en sociedades secretas, sectas al margen de la ley que conserven, como los hombres-libro de Farenheit 451, la costumbre ya inútil de memorizar, leer, escribir, investigar, aprender.

José Sánchez Tortosa, escritor y profesor de Filosofía.

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