El éxito de la princesa Leonor en su debut en Barcelona durante la presentación de los Premios de la Fundación Princesa de Girona, ante una presencia masiva de las celebridades culturales de España, ilustra claramente el gran entusiasmo que Cataluña ha mostrado con frecuencia con sus reyes. Durante el siglo XIX hubo líderes políticos que favorecieron la idea de una república, pero esa tendencia nunca terminó de cuajar. Cataluña, como el resto de España, siempre tuvo dudas sobre todas las formas de gobierno disponibles, incluidas la república y la monarquía. Pero, al final, optó por la monarquía. En el siglo XIX, muchos catalanes podrían haberse convertido en republicanos, pero la realidad es que también consideraban que el sistema de monarquía ofrecía posibilidades. Los líderes nacionalistas como Prat de la Riba se mostraban preocupados, sobre todo, por la identidad de su país. Incluida su cultura, idioma y religión. Si tenían objeciones a la Monarquía española se debía, principalmente, a que la corona había sido secuestrada por los intereses castellanos.
En la práctica, la singularidad de los catalanes consistía en que deseaban tener una monarquía que funcionara en sintonía con su propio carácter histórico. Eso es lo que de verdad les contentaba. Y es por eso que los catalanes, a lo largo de los siglos, fueron a menudo unos pragmáticos realistas. Consideraban que un rey debe ser de ellos. Los sectores gobernantes en Cataluña, sobre todo, los que controlaban el Consejo de Ciento en Barcelona, estaban ansiosos por tener un rey propio. No querían un monarca que perteneciera a otros. Tomemos los casos de dos de los reyes más famosos de la historia de Cataluña: Fernando El Católico y Felipe V.
En el siglo XV, los catalanes no estaban totalmente satisfechos con el matrimonio de Fernando con Isabel de Castilla. Temían la posible preponderancia de Castilla. Sin embargo, admiraban a Fernando, especialmente, por su parte en la defensa del país contra los invasores franceses. Un cronista catalán de Girona escribió: «dictus illustrissimus princeps liberavit patrem a tali oppresione et totam illam patriam fidelissimam regie majestati, y reparavit opprobium nationis nostre». Para aquellos que no entienden latín, tengan en cuenta el tratamiento de «muy ilustre» para Fernando, el «fidelísimo» por lo que Cataluña sentía por él y la afirmación de que había salvado «nuestra nación». El cronista agregó: «Los galos huyeron ante la faz de nuestro príncipe, cuyo nombre es exaltado en este día. Y es el comienzo de su imperio de las Españas». Noten el entusiasmo por «las Españas», de las cuales Cataluña aceptó ser parte. Pese a ello, los catalanes desconfiaban de la posibilidad de que el matrimonio con Isabel le diera a la reina castellana primacía sobre su marido. Por suerte, cuando Isabel acompañóa Fernando en su visita a Barcelona, no le quedó ninguna duda sobre la lealtad catalana hacia ella.
Lo sorprendente de los catalanes en su entusiasmo por la Corona fue que, a principios del siglo XVIII, llegaron al extremo de tener tres reyes. Cuando el francés Felipe V se convirtió en rey en 1700, el entusiasmo de los catalanes hacia su persona no tenía parangón. Las Cortes presididas por el rey en Barcelona, en 1702, puede considerarse una de las reuniones de Cortes en Barcelona con más éxito. El brazo real informaba que el rey les había otorgado «tan singulars gràcias i prerrogativas quals en poques Corts se hauran concedits». Y un abogado e historiador de la época, Feliu de la Penya, confesó que la sesión había resultado una de las «más favorables que había conseguido la provincia». La lealtad de Cataluña al rey resultó impresionante. Cuando la Armada británica intentó conquistar Barcelona en 1705, la ciudad resistió su ataque feroz. Ello fue una sorpresa para las tropas británicas, a quienes un grupo de ciudadanos disidentes había asegurado que los catalanes estaban ansiosos por convertirse en súbditos de la reina Ana. Como informó el comandante británico, «vinimos a Cataluña con garantías de asistencia universal; pero descubrimos, cuando llegamos allí, que no íbamos a tener ninguna».
Gracias a la fuerza superior de la Armada británica, Barcelona acabó siendo tomada en septiembre de 1705. Los rebeldes pro-británicos aceptaron a dos reyes más: uno era la reina de Inglaterra, Ana; el otro, un príncipe austríaco a quien aceptaron como rey Carlos III. Mientras tanto, más de la mitad de la población catalana continuó asumiendo el trono de Felipe V. Cuando los británicos se hicieron cargo en Barcelona, salieron de la ciudad 6.000 catalanes fieles a la dinastía borbónica. Durante casi una década, Cataluña cayó en una guerra civil. «Todo el Principado –observaba un historiador contemporáneo, el marqués de San Felipe– se enfrenta en armas contra sí mismo». Fue un período de sufrimiento y violencia, durante el cual se puso a prueba la lealtad de los catalanes a sus respectivos reyes.
La lealtad de la mayoría de los catalanes a Felipe de Borbón no estaba entonces en duda. Un sacerdote francés que residía en Barcelona en ese momento nos ha dejado en sus memorias un testimonio directo y detallado de los acontecimientos. Nos cuenta que cuando los rebeldes declararon la guerra en 1713 al rey Felipe, «más de 200 familias de Barcelona fueron a refugiarse a Girona y, para ocultar su huida, tuvieron que hacer uso de las artimañas más artificiosas. Muchos otros se embarcaron en secreto por la noche, con el fin de refugiarse en Génova. Aquella huida de las principales familias de Barcelona fue la señal para que se desatara una ola de excesos y desórdenes. En la ciudad se desató un libertinaje sin freno y un atroz estallido de violentísimos crímenes». En aquellos mismos días de 1714, según nuestra fuente, «los representantes de Bages, Ripoll, Camprodón, Olot y más de 40 ciudades de Cataluña fueron a comunicar su rendición a los gobernadores reales en Girona, Tarragona y Tortosa». Solsona y Mataró también comunicaron su lealtad al rey borbón por aquellas fechas. Y Vic lo hizo en agosto de 1714.
La recuperación de Cataluña para la monarquía borbónica derivó en un siglo de éxitos económicos para el Principado. Éxitos, por cierto, comentados por el escritor y economista catalán Antoni de Capmany, cuya visión del encaje de Cataluña en España radicaba en la siguiente idea: «De estas pequeñas naciones se compone la masa de la gran nación». Los líderes catalanes del siglo siguiente aceptaron formar parte de España, pero también exhibieron la ambición de tomar el control de España y dirigir su destino. Era una actitud que, naturalmente, los unía a la monarquía, excepto cuando esa monarquía cayó en manos de intereses hostiles.
Fue entonces cuando el conflicto entre los propios catalanes se hizo profundo. Josep Pla fue uno de los muchos que observaron el desarrollo de esta contradicción. El prestigioso autor de El cuaderno gris escribió: «El catalán no puede dejar de ser quien es. Ante un problema de dualismo irreductible, todavía no se ha inventado nada más cómodo que huir. El catalán es un fugitivo. A veces huye de sí mismo y otras, cuando sigue dentro de sí, se destruye». La cita viene muy a cuento de la coyuntura actual que atraviesa Cataluña. En concreto, sobre el asunto de la monarquía, los catalanes siempre mostraron dos tendencias antagónicas. Pero una de éstas incluía, sin lugar a dudas, una lealtad firme e histórica a sus reyes.
Henry Kamen es historiador británico. Entre sus libros destaca España y Cataluña. Historia de una pasión (La Esfera de Libros, 2014).