La quiebra del centro

Durante un tiempo el centro político aparecía cercano al mito. Los analistas consideraron que las elecciones se ganaban desde el centro y acudían a ejemplos señeros. No era el menor aquel inteligente viraje que Felipe González impuso en el PSOE cuando abandonó el marxismo y lo acercó a la realidad social con el resultado de 202 diputados. Más tarde Adolfo Suárez fundó su centrismo: UCD; fue un partido de gobierno. En la Transición, una sociedad centrada impuso políticas centradas.

En la llamada nueva política, los jóvenes de izquierda tienen una versión, no vivida y tendenciosamente contada, de aquellos años irrepetibles. Por eso achacan a sus padres no haber conseguido la tan cacareada ruptura y haberse avenido a aceptar una reforma «de la ley a la ley». Con esa opinión demuestran frivolidad y desconocimiento. Un personaje tan pragmático y avisado como Carrillo asumió la reforma; sabía que el exilio y los radicalismos eran incapaces de alzar un futuro deseable sin el concierto decisivo del reformismo interior.

La quiebra del centroCuando en 1971 Nixon envió a Madrid al diplomático y general Vernon Walters para indagar de Franco qué sucedería a su muerte, el entonces jefe del Estado le dijo que tras él «vendrá la democracia pero no ocurrirá nada fatal». Y ante la insistencia de Walters en saber cómo estaba tan seguro, Franco le contestó: «Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno». El enviado de Nixon pensó que se refería a las Fuerzas Armadas, pero su interlocutor aclaró: «La clase media española; diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español». Franco intuía lo que llegaría tras él y que la fuerza centrada de la clase media modularía el inmediato futuro.

La moderación del PSOE, ya dañada por Zapatero, fue arrasada por Sánchez; como arrasó la concordia entre españoles, la reconciliación, la superación del pasado y la aceptación de la Historia como fue. El narcisismo rampante del presidente en funciones, su interés personal en permanecer en La Moncloa a cualquier precio, dejó atrás la conveniencia de todos para asumir sólo lo útil para él. Desde esa autoestima sublimada, Sánchez resucitó el odio y posibilitó el retorno al radicalismo. Los socios de su atípica y falaz moción de censura, un golpe parlamentario con curiosa ayuda judicial, lo evidencian. Ahora repite esos socios y les entrega el futuro de todos. Sánchez no aprende del fracaso.

La consigna de la izquierda, aupada por los medios de comunicación cercanos, que son muchos y poderosos, es insistir en la idoneidad de un Gobierno «progresista» para salvar a España (ellos hablan de «país») de la extrema derecha, o sea del fascismo. El adjetivo «fascista» lo utiliza la izquierda con prodigalidad contra esto y aquello cuando le conviene. Ahora lo emplea contra Vox. La izquierda y los medios de siempre ubican a Vox en la extrema derecha, pero el partido más beneficiado por el voto el pasado 10-N no es fascista ni de extrema derecha. Podemos está situado en la extrema izquierda y sus dirigentes se reconocen comunistas, pero eso no se dice; para demostrarlo están videos y hemerotecas.

Podemos, cuya aspiración declarada es liquidar el sistema nacido de la Transición, incluidas la Constitución y la Monarquía, se suma a actos bajo la convocatoria «Adiós monarquía, hola democracia», jalea a golpistas del independentismo catalán, habla de presos políticos y asume con naturalidad la relación con los herederos del terrorismo. Pablo Iglesias se emociona si sus acólitos atacan a policías y guardiaciviles, se jacta de no utilizar la palabra España y desprecia la bandera española. Por todo ello, pues nadie defiende lo que no cree, Podemos estaría inhabilitado para formar parte del Gobierno de la Nación. Sólo se le puede ocurrir tal dislate a quien se sitúe extramuros de la Constitución, sea un cínico o un estulto con cierta soberbia chulesca. Sánchez ha sido fagocitado por el neoleninismo y no al revés. ¿No hay en el PSOE dirigentes que se rebelen?

Sánchez resucitó a Franco y con ello dio alas a supuestos franquistas que nunca se habían sentido tales, y apostando por el radicalismo de izquierdas, en una caricatura del frentepopulismo de los años treinta del siglo pasado, se convertirá en impulsor de sus antípodas políticos. Con su prólogo exhumador ya engordó a Vox el 10-N. En una sociedad en otro tiempo claramente centrada y ya camino de la crispación, el presidente en funciones, con cientos de miles de votos perdidos en las últimas elecciones, potencia una opción que deplora. Y haciendo de la mentira su fórmula habitual.

Por su parte, el PP acertará al leer correctamente los mensajes de la situación. La posición de Casado no es fácil tras su reconfortante resultado electoral. Cuando escribo estas líneas no ha movido ficha. Si se desliza al centro, en otro tiempo amplio caladero de votos, podría clamar en un desierto. Tenemos el espejo de Ciudadanos, despistado entre derecha e izquierda. Si se desliza a su derecha, el espacio estará ya ocupado. Debería buscar las esencias de un PP ni viejo ni nuevo; de siempre. Perseverando en la que, a mi juicio, es su propuesta más lúcida: España Suma.

Si la derecha constitucional, en la que obviamente incluyo a Vox, no va coaligada en las elecciones, tendremos por delante duros inviernos políticos en manos de una izquierda radicalizada en extremo que condenará a España, otra vez, a la ruina y al desprestigio ante el asombro de Europa que ya ha enviado señales de alarma. Con Podemos en el Gobierno ¿cuánto tardarán, por ejemplo, Teherán y Caracas en saber al detalle las discusiones del Consejo de Ministros, entre otras informaciones sensibles? Creo que fui el primero que apuntó, y en estas páginas, ese riesgo; luego el propio Sánchez coincidió. Conoce la opinión de nuestros aliados tradicionales.

Sánchez reiteró que no deseaba alterar su sueño con ministros sin experiencia política ni de gestión. Tienen como usos preferentes las mañas aprendidas en las asambleas de facultad. Poco más en su equipaje; carecen de «relato». ¿Qué personajes formarán los equipos de los ministerios? Desde la experiencia en ayuntamientos que gestionaron o gestionan, los que no conciliaremos el sueño seremos los españoles.

La quiebra del centro político como referencia es una mala noticia. Supone el debilitamiento del espacio moderado. Si yo fuese de Vox agradecería a Sánchez su inestimable apoyo; históricamente los radicalismos se contrarrestan con fuerzas contrarias. Sucede cuando amplios sectores sociales se consideran amenazados y la consecuencia puede no ser tranquila. Por no referirme al curioso y ambivalente término «progresista», que se inició en el XIX para acoger a los liberales y a menudo sirve hoy para amparar patochadas y, sobre todo, para enmascarar a extremismos que no se atreven a enseñar su verdadero rostro.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

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