La quiebra fiscal del Estado

España necesita un ajuste fiscal permanente de cincuenta mil millones de euros, cinco puntos del PIB. No se crean que es todo el déficit y con ello equilibramos las cuentas. Es menos de la mitad, mi previsión para este año es que se nos va por encima del doce por ciento. Pero admitamos que la crisis genera gastos extraordinarios y mermas temporales de ingresos que se corrigen solos. Son los famosos estabilizadores automáticos y hay amplio consenso en dejarlos actuar. La polémica actual sobre los impuestos, una vez despojada de la demagogia peronista al gusto del Presidente Zapatero, no va de financiar la crisis sino de cómo garantizar la recuperación, de cómo hacer frente al déficit estructural que es el verdadero lastre de la economía española.

De lo que se trata es de acordar el tamaño del conjunto de las Administraciones Públicas y de confrontar la mejor manera de financiarlas. Empecemos preguntándonos cómo hemos llegado hasta aquí. ¿No teníamos unas cuentas públicas saneadas que eran la envidia de Europa? Pues no, mire usted, esa ha sido una de las grandes mentiras de esta historia. Durante los años del boom económico, y notablemente desde que los socialistas volvieron a gobernar y destruyeron la incipiente ética de estabilidad fiscal, hemos tenido prácticamente siempre un déficit estructural. La política fiscal ha sido irresponsablemente expansiva con aumentos de dos dígitos del gasto público que podían asumirse gracias a que la recaudación fiscal crecía a tasas extraordinarias superiores al 20% que, con la misma voracidad de los banqueros a los que tanto gusta de estigmatizar el ejecutivo, los políticos socialistas han considerado permanentes. Qué chollo, gastar más y aún así tener superávit. Así se las ponían a Felipe II.

Pero todo lo bueno se acaba, aunque haya quien siga instalado en la política de negación de la realidad. España ha experimentado una espectacular revalorización de activos, como consecuencia fundamentalmente de la Unión Monetaria y la desaparición de la prima de devaluación, y nos la hemos gastado sin ampliar apenas la capacidad de generación futura de rentas. Hemos financiado gasto corriente, ampliado los llamados derechos económicos y sociales, construido una cultura de la dependencia y pervertido toda una generación en el gratis total. Y lo hemos hecho sin tener dinero, con ingresos extraordinarios. Como una familia que se gasta la herencia de la abuela en una hipoteca para la casa en la playa, las letras del coche del niño, el préstamo de vacaciones al Caribe, las dos pantallas de plasma para la Eurocopa. Y cuando se acaban las joyas y se han vendido todos los terrenos se sorprende, se irrita porque no puede pagar sus deudas y se vuelve violentamente contra el banco que no le presta más dinero.

Esto ha hecho Zapatero. Volverse violentamente contra los ricos, armarse de demagogia sesentaiochista, vestirse de grandes palabras hueras y subir los impuestos. Es un camino imposible, porque la magnitud de la subida necesaria para reequilibrar las cuentas públicas, los cincuenta mil millones del principio, es simplemente irrealizable. Habría que subir simultáneamente IVA, IRPF, sociedades y especiales sobre el alcohol. La respuesta política de la ciudadanía sería previsible. La consecuencia económica, el estancamiento y la prolongación de la recesión y el desempleo. Es un camino conocido, no se trata de ciencia ficción ni de intrincada literatura especializada.

Toda crisis es una gran oportunidad, dicen los psicólogos y políticos cargados de optimismo. Esta lo es sin duda para devolver la racionalidad fiscal al Estado. Para la vicepresidenta Salgado todos los impuestos son revisables. Cierto, pero insuficiente. Ampliemos la partida, todos los gastos habrán de ser revisados, y hasta la propia estructura misma del Estado de las Autonomías. Con dos objetivos, justicia y eficiencia. Las cuentas públicas simplemente no aguantan la tasa de crecimiento de los niveles de endeudamiento previstos. Podemos repensar el Estado del bienestar en el marco autonómico de una manera ordenada y sistemática o podemos asistir a su implosión por la vía de las tensiones interregionales y el deterioro constante de la calidad del servicio público. Los Estados, como las familias, pueden quebrar de dos maneras: reordenando prioridades y reduciendo compromisos de gasto o sableando a los vecinos hasta que ya no quedan más. Revisar impuestos y gastos supone en primer lugar que el gobierno elija bien sus interlocutores. Negociar el tamaño, eficiencia y estructura del Estado de las Autonomías con sus socios actuales es una receta para el desastre. No hay ningún país libre y próspero en el que se apliquen sus propuestas.

La recuperación del crecimiento exige reducir el tamaño de las Administraciones públicas evitando solapamientos y competencias impropias, y devolver competencias al gobierno central, por razones de eficiencia y eficacia que refuerzan las ya conocidas de unidad de mercado y cohesión social. Habrá también que disminuir el gasto público mediante la eliminación de programas que no tienen más justificación que el clientelismo electoral y la introducción de mecanismo de copago en educación, sanidad, y servicios sociales. Mecanismos que tienen la doble finalidad de racionalizar la demanda, de ahí su nombre de ticket moderador, y de justicia social para evitar el deterioro imparable del servicio. Y habrá por último que devolver el poder a los contribuyentes para que elijan con total libertad a los proveedores de los servicios públicos, rompiendo un monopolio encarecedor que ha sido capturado por los sindicatos a costa del ciudadano.

En cuanto a los impuestos, la teoría fiscal moderna subraya dos conceptos claves: simplicidad y estabilidad del marco tributario. Conviene avanzar en ellos reduciendo la complejidad de los diferentes impuestos, evitando crear espacios de generación de rentas para grupos de interés concretos. Impuestos simples, con amplia base fiscal y escasas deducciones y menos exenciones. Tipos bajos que reconozcan la movilidad de los factores de producción y que los países compiten hoy globalmente a través de sus estructuras tributarias. Movimientos atrevidos en ambas direcciones harían mucho por aumentar la escasa competitividad de la economía española. ¿Qué fue del tipo único que ofrecían en documentos oficiales mientras estaban en la oposición?, ¿qué fue de acercarnos al modelo fiscal nórdico que en esencia grava la renta gastada y no la generada?, ¿qué fue de acercar la fiscalidad empresarial a los tipos más bajos de Europa? Sería un nuevo engaño que todas las promesas y sugerencias que se hicieron en tiempos de bonanza se olviden y contradigan ahora ¿Es que de verdad pensaba Zapatero que había descubierto la piedra filosofal del crecimiento perpetuo? La economía no aguanta que las palabras estén vacías de contenido, porque la gente echa cuentas y les sale a pagar.

Fernando Fernández Méndez de Andés, IE Business School.