La quimera de la medicina de precisión

Hace poco, la administración del Presidente estadounidense Barack Obama llamó a proponer ideas para avanzar en su “iniciativa de medicina de precisión”, que se propone destinar millones de dólares de fondos federales a estudios que apunten a adaptar tratamientos clínicos a pacientes individuales. La idea de una medicina personalizada que aproveche los enormes avances en genética y biología molecular suena ciertamente atractiva, no sólo en Estados Unidos sino en el Reino Unido y otros países. Lamentablemente, el supuesto de que la medicina de precisión beneficiará la sanidad pública al mejorar la práctica clínica no se sostiene.

Gran parte de los niveles de liderazgo científico de Estados Unidos, en particular los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), han apoyado con entusiasmo la iniciativa de Obama. Según Harold Varmus, director del Instituto Nacional del Cáncer, y Francis Collins, director de los NIH, un “programa de investigación así de amplio […] para desarrollar la base de evidencias necesaria que orientar la práctica clínica” es precisamente “lo que hoy se necesita”.

Sin embargo, al centrarnos en la detección y el tratamiento de enfermedades a nivel individual, la medicina de precisión obvia los patrones de salud más generales. Si se mira más en detalle la salud de las poblaciones (en particular, los segmentos más pobres de la sociedad), “lo que hoy se necesita” resulta ser algo bastante diferente.

Si bien Estados Unidos destina, con diferencia, más que cualquier otro país del mundo a sanidad, los indicadores de salud de su población son relativamente bajos. En 2013, el Consejo Nacional de Investigación y el Instituto de Medicina publicaron un sombrío informe que mostraba hasta qué grado los estadounidenses están por detrás sus contrapartes de otros países de alto ingreso en términos de natalidad, cardiopatías, enfermedades de transmisión sexual, enfermedad pulmonar crónica, accidentes de vehículos motorizados, y violencia. Solamente después de los 75 años estos niveles mejoran.

Es improbable que la medicina de precisión cambie esa situación, por una sencilla razón: la medicina clínica, si bien está lejos de ser perfecta, no es el problema. Por el contrario, en las últimas décadas se han logrado grandes avances en ese ámbito, aumentando mucho su capacidad de tratar y curar a los enfermos.

Sin embargo, no todos se benefician por igual de esa capacidad. Como muchos estudios han confirmado, lo que realmente determina la sanidad pública son factores como el ingreso, las condiciones de vivienda, las políticas sociales y la distribución del dinero, el poder y los recursos. Cuando se considera que grandes segmentos de la sociedad siguen luchando a diario con las fuerzas del racismo institucionalizado, la persistencia de grandes disparidades en los índices de salud parecería ser una conclusión obvia.

De hecho, una amplia gama de estudios empíricos ha demostrado que la intervención clínica, con todo lo importante que pueda ser, no puede remediar estas desigualdades. En lo que tal vez sea la demostración más convincente, los Whitehall Studies del Servicio Civil Británico revelaron que incluso cuando los servicios de salud se brindan como derecho y su coste deja de ser una barrera al tratamiento, las desigualdades persistían; una proporción importante de la población seguía teniendo malos indicadores de salud.

Más aún, en sus estudios se observaba que la desigualdad no era sencillamente una brecha entre ricos y pobres: las personas de cada segmento de ingreso tenían mejores indicadores que quienes estaban en el nivel inmediatamente inferior. En gran parte, los promotores de la agenda de la medicina de precisión han guardado silencio sobre estos factores que influyen en la salud poblacional.

Con esto no queremos decir que haya que abandonar del todo la medicina de precisión. Pero no debería absorber sumas tan altas de fondos públicos escasos que se podrían destinar mejor a iniciativas para mejorar la salud de las mayorías y no de unos pocos. Es muy probable que iniciativas como guarderías gratuitas para todos, subir los impuestos a sustancias perjudiciales para la salud y ampliar la cobertura de las campañas de vacunación contribuyan mucho más que la medicina de precisión a mejorar la salud pública en las próximas décadas.

Bien puede ser que los estudios que se emprendan en torno a la medicina de precisión abran nuevos horizontes científicos y mejoren el tratamiento de un conjunto limitado de enfermedades condicionadas genéticamente. Pero el reto de mejorar la salud pública no se abordará en las fronteras de la ciencia y la biología molecular. En lugar de ello, se hará con políticas sociales y económicas que den respuesta a patologías societales muy arraigadas y promuevan el bienestar de todos.

Sandro Galea is Dean of the Boston University School of Public Health.
Ronald Bayer is Professor at the Columbia University Mailman School of Public Health.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *