La quimera

En una oligarquía impera la arbitrariedad particularista. Sánchez se adaptó a ese molde con rapidez asombrosa. Lo arbitrario le define. Decide por sí y ante sí. Opera por capricho, nepotismo y amiguismo. Comprende -¿cómo no iba a hacerlo?- que compartir poder significa compartir antojos y favores con el socio. Precisemos: no es que lo comprenda, es que carece de otro concepto del poder. En ese sentido, nuestro presidente de Gobierno es el menos europeo de los mandatarios continentales. Circula por él la corriente atávica del abuso, que ha sido durante casi toda la historia la inclinación normal del poderoso. Un primitivo sentido del mando fatalmente ligado a la simpleza. Sánchez es también, por tanto, modelo de linealidad.

Se trata de una incapacidad irremediable para entender y aceptar la complejidad del mundo. Imaginarán lo que cabe esperar de un campeón del pensamiento lineal cuando se pone al timón de un Estado democrático moderno, una construcción institucional dedicada a preservar la certidumbre de valores avanzados mientras navega por la complejidad y la incertidumbre. Menudo timonel para una crisis de civilización. Menudo patrón en quien confiar mientras otra peste negra trae imágenes del siglo XIV, se cae a pedazos el orden mundial, se consolida una superpotencia dictatorial que es un gigante tecnológico, los EE.UU. sufren otra fiebre aislacionista, el proyecto europeo se lo replantea todo y, de postre, estalla en el Occidente entero una nueva revuelta cultural (es un decir) de adoquines contra policías. Un mayo callejero que, a diferencia del sesentayochesco, no nos invita a liberarnos sino a arrodillarnos. De «la imaginación al poder» al poder de la estolidez. De buscar la playa bajo el pavimento a plantar la toalla sobre el sentimiento.

La quimeraEso por lo que hace al mundo. En cuanto a España, el monumental trastorno coincide con una arremetida contra el sistema del 78, el de las libertades y la prosperidad, capitaneada por los socios del traje vacío. Y con una excepcionalidad democrática perversamente aprovechada por la coalición de la moción de censura: el partido de Sánchez, los secesionistas del golpe de Estado, el artefacto de Sabino Arana y el de los batasunos. Montaje de intereses espurios increíblemente blanqueado por el nuevo Ciudadanos. Pocas cosas más amargas que esta para quien firma. Pero no nos despistemos.

Con ese cuadro nacional, europeo y mundial, volvamos al timonel Pedro Sánchez, el de la mentalidad lineal y la personalidad narcisista. Qué macabra broma del destino. Bien, ¿cuál es su plan? Uno de marketing. Consagrado a su persona, a su mera permanencia en el poder. Las convulsiones allende nuestras fronteras le son ajenas, aunque no deja de aprovechar sus aspectos más vistosos si dan para una buena foto. No descarto que se postre ante el primer negro que se cruce. Eso, aquí, no significará nada. Pero esa es la gran baza el sanchismo, la exitosa venta de significantes sin significado.

Sabemos con toda seguridad que seguirá contando para su supervivencia con el arma que mejor manejan los socialistas desde Zapatero: el antagonismo sistemático. Tal arma se adecúa perfectamente a quien no tiene nada que ofrecer, toda vez que sustituye a las ideas -la gran carencia sanchista- y mantiene motivados a los suyos en el odio a un espantapájaros. La aversión incurable a la derecha, las derechas, o como tengan a bien llamarlas esta tarde, es un formidable combustible, y el arma del antagonismo permanente es muy difícil de contrarrestar. El señalado como enemigo puede no darse por aludido, en cuyo caso cae ante la opinión pública sin lucha. O bien puede recoger el guante, plantar cara, pero necesitará que los suyos no le pongan zancadillas buscando la equidistancia entre una compañera de bancada, por ejemplo, y sus acosadores. La tercera opción, terrible, es interiorizar las invectivas del contrario, mostrando rechazo, y aun asco, a quienes te han aupado a cuatro gobiernos autonómicos. Los que han optado por esta rendición podrían también beneficiarse de la foto de la genuflexión. Arrodillarse ante Lastra, por ejemplo, lo aclararía todo. Solo por si quedara algún medio progre sin enterarse de que Ciudadanos ya no es problema.

Los simples que alcanzan el poder resultan muy interesantes: uno busca y busca, y nunca encuentra nada. Y en ese no encontrar sustancia alguna radica el pasmo, la sorpresa incombustible. El estupor, mantenido en el tiempo, deriva de un error en nuestra programación: creemos que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Si superáramos ese obstáculo cognitivo entenderíamos que la cuestión estriba en quién bendice el agua, y por qué. El agua de Sánchez la bendicen Otegi y Junqueras. Por supuesto, también el PNV mientras le paguen, aunque sea a plazos y en diferido, como dicen ellos. Y luego Ciudadanos, sí, pero no quiero volver a eso.

Mientras le siguen bendiciendo a la espera de la autodeterminación catalana o de la liberación de etarras, del indulto a los golpistas o de un eventual tripartito en el País Vasco, el traje vacío sigue dando órdenes. Suele hacerlo a través de otros, a los que quema a cambio de mantenerlos carbonizados en el Consejo de Ministros. Ahí siguen los rescoldos de Marlaska y Ábalos. Si se impone la voluntad de Su Persona durante el tiempo suficiente, el periodismo perezoso lo normaliza. ¿Cómo no va a colocar a su mejor amigo? ¿Qué menos que una Dirección General? Si es que la derecha le saca punta a todo... Así funciona. La enésima arbitrariedad particularista no escandaliza a las redacciones amigas. De entrada, porque su amistad exige no escandalizarse. Pero, sobre todo, porque cualquier cacicada es peccata minuta al lado del amordazamiento del Rey o del conflicto con la Guardia Civil, las dos instituciones más respetadas. Tú haz como si nada, Pedro -susurra Iván.

A todo esto, la fusión de Sánchez con Iglesias nos distrae. Creen que el problema es el segundo porque no se paran a pensar en el efecto conjunto: ¡el fetiche de la oligarquía atado al ídolo de la oclocracia! Extraña y vistosa quimera, monstruo impasible y emotivo a un tiempo, amoral y moralista, pijo y arrabalero.

Juan Carlos Girauta

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