La quinta modernización china

Al socaire de su profundización de la reforma, el presidente chino, Xi Jinping, viene destacando que por primera vez habla el PCCh de la modernización del sistema de Gobierno del Estado y de la capacidad de gobernar del propio Partido Comunista. Esto es, de la modernización política. Ya en los primeros años sesenta, el entonces primer ministro Zhou Enlai evocó las cuatro modernizaciones: agricultura, industria, ciencia y tecnología y defensa nacional, ahogadas poco después por la Revolución Cultural. La quinta modernización fue reivindicada por los estudiantes concentrados en Tiananmen en 1989, recogiendo el testigo planteado años antes por Wei Jingsheng y asociándola con el fin de la autocracia y la adopción de un sistema político democrático de corte occidental, una demanda reprimida sin ambages.

Hoy China tiene en marcha un singular proceso de actualización de su sistema político cuyo principal tabú sigue siendo la occidentalización. Si en 1989 resistió el embate planteado por los estudiantes en un contexto internacional que uno a uno parecía defenestrar los partidos comunistas en todo el mundo, ahora, en una coyuntura igualmente compleja pero no tan plausible como la anterior, Xi Jinping se presenta como el líder capaz de afrontar la reforma integral del sistema político chino.

Deng Xiaoping, tantas veces reconocido como arquitecto de la reforma china iniciada a finales de 1978, complementó aquellas cuatro modernizaciones planteadas por Zhou Enlai con la adopción de cuatro principios irrenunciables que, en resumidas cuentas, pretendían introducir garantías para preservar el liderazgo exclusivo del PCCh frente a la “acción corrosiva” del pensamiento occidental. Pero rechazó de plano la quinta modernización planteada por Wei Jingsheng.

Xi Jinping, a la vez que promueve la reforma más integral que China ha vivido en las últimas décadas, como su antecesor, carga las tintas contra “la trampa” de la occidentalización, pero a diferencia de él, parece decidido a encarar una reforma política. El mensaje es claro: aunque China profundice en la reforma en el sentido de favorecer una mayor presencia de la economía privada y un mayor papel del mercado, planteando una creciente homologación con las economías desarrolladas, no aplicará igual énfasis a una adopción progresiva del sistema político occidental, por más que asuma en lo político conceptos similares como el Estado de derecho o la independencia judicial.

Si en 1989 el PCCh evitó el colapso recurriendo a la represión, en 2015, ante el temor de que la desaceleración del crecimiento y las convulsiones que pueda llevar aparejado el cambio en el modelo de desarrollo provoquen una crisis social y política de grandes proporciones que haga derrapar la reforma, ahora pretende anticiparse alentando una modernización en lo político que, contrariamente a quienes vaticinaban un futuro democráticamente homologable para la China de mercado, torne invencible la hegemonía del PCCh.

Desatando una feroz campaña contra la corrupción pero también contra la disidencia pro-occidental, Xi Jinping ha conseguido asentar su autoridad interna y ganarse cierta simpatía popular que pretende instrumentar para transformar la naturaleza del propio PCCh haciendo de él un partido “de servicio”. Las reformas burocráticas puestas en marcha basadas en el imperio por la ley pretenden ganar eficiencia en la gestión de la complejidad china sin que ello ponga en peligro el magisterio del propio PCCh.

La afirmación de ese proceso se desarrolla en paralelo a una renovada animosidad contra lo occidental, en especial contra las ideas liberales. Incluso cuando se adoptan en el lenguaje político conceptos afines, el esfuerzo por matizar es tan ingente como rebosante de polémica. Hace algunos meses, en algunos medios chinos se alertaba sobre la penetración de la influencia occidental en la Academia de Ciencias Sociales. Ahora, el embate se centra en la educación, especialmente la superior, examinando uno a uno los libros de texto extranjeros usados en las universidades chinas en donde en los últimos tiempos se habían relegado los manuales propios.

La quinta modernización propuesta por Xi Jinping asienta, en primer lugar, en la adopción de los elementos beneficiosos de la cultura tradicional china, de su propia experiencia endógena, tan denostada en diferentes periodos de su historia reciente; en segundo lugar, en la capacidad de autoexploración e innovación del propio PCCh a la hora de promover valores propios frente a los valores liberales occidentales, entendiendo por propios en el sentido ideológico los principios asociados a su trayectoria en esta materia, maoísmo incluido, del que no se reniega en absoluto. Incluso en el ámbito económico, a pesar del sesgo liberal de las actuales reformas, se apunta a la resurrección de la olvidada economía política marxista.

La protección del PCCh frente a la infiltración progresiva de los modos e idearios occidentales es una preocupación estratégica que supone el inicio de un nuevo ciclo que no rehúye la modernización en lo político. No obstante, esta se basará en una combinación de adaptación semántica, capaz de transmitir cierta sensación matizada de avance pero insistiendo en una senda diferenciada, y un nacionalismo que blinde su derecho a una evolución genuina. Resta por saber si ello es viable con una realidad socioeconómica que parece acelerar una evolución diametralmente opuesta.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.

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