Si en el referendo del 23 de junio los votantes británicos deciden que su país abandone la Unión Europea, no será por razones económicas. Puede que opten por el Brexit porque desean una soberanía completa, detestan a Bruselas o quieren que los migrantes vuelvan a sus países, pero no por esperar grandes beneficios económicos.
Al principio, los partidarios del Brexit parecían contar con dos argumentos económicos importantes. El primero era el abrumador rechazo de los británicos al aporte fiscal neto de su país al resto de la UE, que en la actualidad es de un 0,4% del PGB. Desde que en 1979 la Primera Ministro Margaret Thatcher exigiera por primera vez la “devolución del dinero”, a ojos de la opinión pública los costes presupuestarios de ser miembro de la UE han sobrepasado ampliamente sus beneficios económicos.
El segundo argumento era el lamentable estado de la economía de Europa continental. En promedio, otros países de la UE están por detrás del Reino Unido en términos de crecimiento del PGB, empleo o innovación (y, en un grado incluso mayor, de Estados Unidos). Si antes ser miembro de la UE se veía como una vía de acceso a la prosperidad, hoy cada vez más se considera como un freno al progreso.
Pero últimamente, como lo expresara John Van Reenen de la London School of Economics, se ha vuelto cada vez más difícil ver las ventajas económicas del Brexit. A sus partidarios les resulta difícil explicar qué tipo de acuerdos comerciales o de cooperación podría establecer el Reino Unido con la UE, y mucho menos de qué manera serían más ventajosos que los actuales. Así, es complicado argumentar que por salir de la UE el país recibiría un impulso económico neto, o incluso que no se vería seriamente perjudicado.
De las ocho evaluaciones económicas realizadas últimamente por el Instituto de Estudios Fiscales, solo una señala que abandonar la UE conllevaría ventajas económicas importantes. Y tal estudio, realizado, como era de esperar, por Economistas por el Brexit, fue blanco de intensas críticas por el resto de los economistas por carecer de una base analítica adecuada.
La mayor parte de los estudios concluyen que el Reino Unido se vería muy afectado si abandona la UE. Bajaría la participación de sus exportadores en el gran mercado de la UE y quedarían al margen de los acuerdos que se negociaran en la Unión para el acceso a importantes mercados internacionales. Si bien el Reino Unido podría negociar nuevos acuerdos con estos socios, eso tomaría tiempo y, al ir por libre, su poder de negociación probablemente sería menor.
Esto quiere decir que el RU comerciaría menos tanto con la UE como con terceros países. Pagaría más por los insumos y bienes de consumo, y la menor integración de las firmas británicas a las cadenas de valor globales socavaría su productividad. El coste en términos de PGB perdido sería entre 5 y 20 veces mayor que el ahorro por dejar de aportar al presupuesto comunitario. Por decir lo menos, no sería un muy buen negocio.
Los análisis modernos de la internacionalización económica muestran que el comercio exterior es un potente mecanismo de selección, ya que ofrece importantes oportunidades de selección para las empresas más productivas e innovadoras, al tiempo que les permite aprender de sus competidores del extranjero. No es casualidad que las mejores empresas del mundo (las que tienen los más altos índices de productividad, utilidades y salarios e invierten en mejorar su capital humano) sean líderes comerciales. El impacto adverso del Brexit sobre las posibilidades de desarrollo de las firmas británicas elevaría aún más el coste económico.
Se trata de argumentos que ya se han planteado claramente en el debate previo al referendo sobre los costes y beneficios del Brexit y, sin embargo, no lo han vuelto más simple. En parte, la causa puede ser el que los Conservadores del Primer Ministro David Cameron están muy divididos sobre el tema, mientras que los Laboristas de Jeremy Corbyn tienen una actitud más bien tibia hacia la UE. Los independientes han ganado peso, puesto que la elección no gira en torno al eje de derechas e izquierdas.
El referendo del 23 de junio tiene su propia importancia, debido a sus importantes consecuencias sobre la relación del Reino Unido con Europa, pero también ofrecerá lecciones de mayor alcance.
Si los votantes británicos deciden abandonar la UE, será señal de que los argumentos económicos racionales tienen menos peso que los llamamientos emocionales, reforzando a las fuerzas populistas de otros países (como Italia, Francia y Estados Unidos), partidarias de políticas aislacionistas que la mayoría de los expertos consideran absurdas en lo económico. Para oponerse a ellas, los partidos políticos convencionales tendrán que hacer frente a sus fallas, incluso si los hechos están de su lado, y ofrecer una narrativa lo suficientemente atractiva como para convencer a los votantes para que elijan posturas de apertura económica.
Si una mayoría de los ciudadanos británicos opta por permanecer en la UE, el efecto sería el opuesto, subrayando que más allá de los sentimientos negativos que tenga la gente sobre una política o entidad determinadas, no se puede dejar de lado la razón y la lógica. Igualmente importante es que fomentaría un mayor examen de las consecuencias económicas de los programas populistas en Estados Unidos y el resto de Europa.
En consecuencia, en el referendo del 23 de junio no se juega solamente la relación entre el Reino Unido y la UE, y ni siquiera el futuro del “proyecto europeo”. Lo que elijan los votantes será una prueba importante sobre si las opciones democráticas en los países avanzados se rigen por la racionalidad económica o bien por las pasiones populares.
Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a policy advisory institution in Paris. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.