La rana, el buey y la hormiga

La rana, el buey y la hormiga

Hay dos personajes clave en la victoria independentista. Un héroe, oculto. Y un antihéroe, también oculto. El héroe se llama Albano Dante Fachín, que ha arrastrado buena parte del voto de los comuns hacia el independentismo. El antihéroe es el juez Pablo Llarena, de quien se puede asegurar que es un mal analista político: sin encarcelados ni exiliados, el independentismo habría perdido.

Si el bloque victorioso tuviera en cuenta el factor Fachín y el factor Llarena, sustituiría las ínfulas por la humildad. De un modo generoso, si no miope, la prensa internacional califica a los comuns de neutrales. Los votos que han perdido Iglesias y Colau han pasado al independentismo, aunque quizá no se quedarán allí. Los que les quedan no lo son en absoluto, y si lo fueran un poquito deberían disimular, ya que su granero de votos está okupado por Ciudadanos.

Para completar las líneas maestras que aconsejan al independentismo no sacar pecho, conviene fijarse en el bajón de la CUP. El mensaje central de la mayoría independentista es de moderación. No es de movilización sino de firmeza con estabilidad. En este sentido, el tono eufórico y agresivo del president Puigdemont está fuera de lugar. Si dividimos a los defensores de la república entre retóricos y decididos, solo los de Bruselas y la CUP estarían en el bando de los impacientes. Puigdemont se ha reafirmado como líder del independentismo gracias a una lista que es una OPA a su partido y una redundancia de Esquerra, pero con el gran símbolo presidencial al frente. Ahora, la mayoría no tendrá más remedio que votarle, pero haría bien en no volver y abstenerse de tomar posesión. De ninguna forma sin garantías de no ser detenido, y no las tendrá.

El famoso minotauro de Vicens Vives se ha convertido en buey por obra y magia de urnas catalanas. Curiosa estampa hispánica: un buey con las banderillas de la estelada clavadas en el lomo que aún va de miura. La humillación lo enfurece y lo vuelve más agresivo, mucho menos proclive a la negociación y de entrada más peligroso. El independentismo ha puesto otra pica en Flandes pero está muy lejos de ganar.

Perderá, sin duda, si cae en el error de hincharse como la rana de la fábula, que iba tomando más y más aire para ser mayor que el toro hasta que explotó. En lugar del engreimiento fatuo y triunfalista de la rana, el independentismo debe imitar a la hormiga de La Fontaine, que llena el granero subterráneo trabajando sin descanso y con discreción durante el buen tiempo, convencida de que cuando baje la tensión, y por tanto la participación, arrasará en las urnas. Hormiga, hormiguita, no rana hinchada ni cigarra que canta encantada de haberse conocido. Si pretende que Europa obligue a España a negociar, es decir a sustituir el bastón por la zanahoria como hacen todas las potencias inteligentes, el de la hormiga es el camino.

Probablemente, Junqueras está mejor predispuesto a entenderlo que Puigdemont. La victoria independentista del 1-O resultó pírrica por impericia del president y su sanedrín. La del 21-D también puede serlo si los represaliados se empeñan en ejercer el poder en vez de asumir su nueva condición de símbolos. Según las listas de diputados al Parlament, JxC y Esquerra son como dos gotas de agua, más idénticas aún, si presos, exiliados e imputados renuncian a su acta de diputado. Incluso en este caso, y pasada la etapa de restitución honorífica de Puigdemont en la presidencia, el independentismo deberá contar con una mayoría moderada, y por tanto insuficiente, de 66 diputados como máximo, suponiendo que 66 no sea demasiado suponer.

Un nuevo pacto con la CUP exigiría insuflar aire republicano a la rana. La minoría efectiva de Govern va a ser pues muy justa. Ello exigirá acuerdos diversos, bordado fino, siempre desde una izquierda bien pensante, sin poner nunca en duda la vuelta al orden y con los restos de Convergència no en un centro de reciclaje sino en el silo de los residuos nucleares.

La retórica, en el campo de la retórica. Las decisiones, en el de la realidad. Si el independentismo digiere el triunfo con un sinónimo de inteligencia llamado humildad, los problemas de Rajoy y del estado mayor del Estado se agravarán. Albert Rivera puede desempeñar el papel de líder de la oposición y nuevo salvador de España, lo que le acercaría a Pedro Sánchez, aunque sea para robarle la cartera reformista. El seny, sea catalán o europeo, aconseja a España afeitarse las astas, asumirse como buey y empezar a labrar el campo de las zanahorias.

Xavier Bru de Sala, escritor.

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