La rebeldía desorientada

Pertenezco a una generación que partía de la cartilla de racionamiento y fue subiendo escalones a medida que el PIB aumentaba en España; que sufrió muchas dificultades, pero que, en general, cada lustro que llegaba era mejor que el anterior, no sólo en lo económico, sino en lo político y en lo social. Y así ha continuado sucediendo hasta hace siete años, donde se rompió la escalera y muchos comenzaron a bajar.

La primera vez que me subí en un avión tenía 24 años, y estuve a punto de perder el vuelo porque llegué con el tiempo demasiado holgado para un tren, pero demasiado justo para una línea aérea. Creo recordar que mi hija viajó a Canarias cuando no distinguía muy bien el interior del avión del de un autobús, y mis nietas, incluso antes.

Esta línea ascendente ha provocado la sensación de que las cosas solo pueden ir de lo bueno a lo mejor, y el batacazo que nos hemos dado no sólo ha producido una evidente y palpable disminución de recursos económicos, sino una desorientación que es más honda en las nuevas generaciones, a las cuales les hablas de la cartilla de racionamiento o de pisos compartidos por dos familias, sin ducha, sin baño y sin calefacción, y se creen que estás hablando de los reyes visigodos. Y es lógico. Se puede heredar el dinero y la buena o la mala salud, pero es imposible heredar la experiencia, que es algo que nadie vende en las farmacias, y que tiene que comprarse día a día y, al cabo del tiempo, interpretarla.

En estos momentos hay licenciados universitarios que fueron al primer curso de facultad con un automóvil que les regalaron sus padres, y que hoy, tras unos años en un trabajo que parecía estimulante, se encuentran sin vehículo y sin trabajo. Hace unos días, una profesora me contaba el caso de una amiga suya a la que le había sucedido exactamente eso, no sólo se quedó sin trabajo al cerrar la empresa, sino que tuvo que desprenderse, en una reventa de segunda mano, del viejo Peugeot 205 que sus padres le compraron.

Hay un primer tiempo en que el batacazo lo achacas a tu falta de habilidad, pero en la sociedad actual, donde la responsabilidad individual cada vez está menos fomentada, el sentimiento de culpa se diluye al comprobar que, no sólo se puede deber a una torpeza personal, sino a que las condiciones objetivas son bastante adversas, y eso se evidencia al comprobar cuántos casos parecidos al tuyo se repiten en el círculo de familiares y amigos. Esa descarga de la presunta culpabilidad supone un alivio, pero es también peligrosa, porque puede enrocarse en la conciencia una justificación incluso para la falta de entusiasmo en la búsqueda de salidas.

En estos momentos hay un par de generaciones en España, mayores de edad, que no conocen otros tiempos que los que han vivido, que han sido bastante positivos, y no se les puede obligar a unas comparaciones que les parecerán o exóticas o extemporáneas.

El declive, cuando se alarga, provoca enfado y rebeldía. Y, como ya hemos descargado la culpabilidad, buscamos a los culpables. ¿Lehman Brothers Holding? ¿Una compañía creada a mediados del siglo XIX en Estados Unidos? ¿La banca mundial? ¿El capitalismo? Bueno, sí, no son inocentes, pero cuando buscamos culpables los queremos con ojos y nariz, visibles y cercanos. Odiar a Lehman Brothers Holding es como odiar a la Alcaldía de Nueva York o a la Asociación de Amigos del Rifle, porque están lejos y no les ponemos cara. Ahora bien, si odias al alcalde de tu pueblo o de tu ciudad, o a un partido político o a al presidente de la autonomía, entonces tienes una cara visible y un objeto en el que la ira pueda encaminarse, no sé, en una manifestación, porque las manifestaciones alivian mucho, sales, pegas cuatro gritos, y te quedas más tranquilo.

El gran mérito de un grupo de maduros universitarios –ya no son tan jóvenes– creadores de un partido político salido de la nada, ha sido conocer y aprovechar ese cabreo, y descargar todavía más el escaso sentimiento de culpabilidad individual que restaba, subrayando que, por nacer, a todos nos tienen que dar un trabajo, un sueldo, un piso, a ser posible cercano al trabajo, y ya, si eres nacionalista, ligar mucho en cuanto consigas la independencia.

El gran mérito de Pedro Sánchez, en esta segunda hora, después de haber ido de fracaso en fracaso, es alimentar ese cabreo, y responsabilizar de que una chica socialista o un chico no liguen y no tengan un trabajo de nómina sustanciosa, no ya sólo al capitalismo y al PP, sino a la Gestora del PSOE, que se interpuso en los planes liberalizadores de Pedro Sánchez. Y a la militancia le suena mucho más esperanzador y auto-justificante ese discurso que el de otros compañeros suyos, procedan de las Vascogadas o del sultanato de Sevilla.

Por supuesto que Pedro Sánchez tiene tantas posibilidades de llegar a ser presidente del Gobierno como yo de ser nombrado fallera mayor, pero sí tiene bastantes posibilidades de llegar a ser, otra vez, secretario general del PSOE. Y hay dos razones: ninguno de sus rivales tiene un carisma para hacerle temblar, y el grueso de la militancia, entre otras cosas debido a la falta de sillas y al exceso de culos, también está rebelde y cabreada, y no piensan exactamente igual que los llamados barones, porque no tienen nada que conservar, y lo que dice Pedro suena bien, y huele a futuro esperanzador. Todo lo que no sea esfuerzo y lucha de méritos es bienvenido y aceptado.

Otra cosa es la segunda parte. Pedro Sánchez puede llegar a ser secretario general del PSOE y, por tanto, sería candidato a la presidencia del Gobierno. Pero ahí ya no manda la militancia a la que le halagan tanto las demagogias, sino los tradicionales votantes del PSOE, y la certeza de que el PSOE, en manos de Pedro, se alinearía con Podemos es tan evidente que muchos de los votos socialistas se irían a Ciudadanos y al PP. ¿La suma de PSOE y Podemos superaría la de PP y Ciudadanos? Aunque fuera así, el líder de Podemos le reservaría a Pedro Sánchez el mismo puesto en el servicio de mesas que le ha dejado a Alberto Garzón, al que le corresponde el enorme mérito de haber enterrado al Partido Comunista de España, aquél de Santiago Carrillo, el que dio un ejemplo de generosidad en los sucesos de Atocha que hemos recordado hace un mes. Pedro Sánchez, en esa hipotética circunstancia, pasaría a la historia como el sepulturero del partido que fundara Pablo Iglesias. De Iglesias a Iglesias, se cerraría así un círculo de casi siglo y medio, donde con ser grave y lamentable la desaparición de los socialistas quedaría empalidecida porque iba a comenzar la destrucción de España. Todo depende del grado de desorientación de la rebeldía y de la extensión del declive.

Luis del Val, escritor.

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