La receta de Xi

El Gobierno de China está adoptando medidas severas contra los periodistas occidentales y amenazando con no renovar los visados a los reporteros del New York Times y de Bloomberg como represalia por sus informaciones sobre la corrupción de funcionarios superiores chinos. El articulista del Times Thomas Friedman escribió recientemente una carta abierta al Gobierno de China en la que le decía que, como la “causa [principal] de la muerte de los regímenes chinos en la Historia ha sido la codicia y la corrupción”, es probable que una prensa libre ayude más que perjudicar.

Quienquiera que considere derechos humanos universales la libertad de prensa y la libertad de expresión convendrá con la posición de Friedman, pero en China la política –incluida la de los derechos– está siempre entrelazada con la economía.

El mes pasado, el Presidente Xi Jinping anunció un conjunto de reformas económicas radicales en el Tercer Pleno del Comité Central,  con las que plasmaba su visión de “el gran rejuvenecimiento de la nación china”. En su plan de 60 puntos figuraban, entre otras, reformas de la política fiscal y del sector financiero para fijar los tipos de interés del mercado correspondientes a los préstamos y depósitos, permitir cierta participación de los inversores privados en las empresas de propiedad estatal, aumentar el papel de las empresas pequeñas o medianas, relajar las restricciones laborales e introducir impuestos sobre bienes inmuebles para aumentar los ingresos de las autoridades locales.

Esa nueva aceptación del mercado, que recuerda al giro original de Deng Xiaoping en pro del capitalismo en 1979, será una medicina dura de tragar para las arraigadas minorías selectas empresariales y gubernamentales de China. Si el gobierno de Xi tiene éxito, cosa nada fácil, sus reformas pueden permitir a China negociar la necesaria transición de una economía impulsada por las exportaciones y la inversión estatal a un modelo de crecimiento más sostenible basado en el consumo interno.

Mucho es lo que está en juego. Un país que ha sacado a centenares de millones de personas de la pobreza a lo largo de los dos últimos decenios debe encontrar ahora una forma de salvaguardar y aumentar gradualmente esos beneficios sin por ello dejar de realizar el mismo milagro con los centenares de millones que aún siguen a la zaga. El éxito del programa de reformas de China redundará en importantes beneficios económicos, políticos y morales para el mundo.

En ese marco, es importante entender que las reformas económicas de Xi son sólo un ingrediente de un cóctel muy bien preparado. El resto de la receta incluye dos partes de reformas sociales populares –el fin de la política del hijo único para muchos padres chinos y la abolición de la “reeducación por el trabajo”– y una parte de represión política. El aumento de la censura y la intimidación de periodistas extranjeros, junto con el encarcelamiento de disidentes y restricciones más estrictas de la disidencia, son un intento de velar por que las alteraciones económicas no originen rebeliones políticas.

Para aplicar su ambicioso programa de reformas, Xi ha adoptado varias medidas con miras a consolidar su poder burocrático y personal. Ha reducido la composición del Politburó de nueve a siete miembros, con lo que resultará más fácil obtener acuerdos en  un sistema concebido para institucionalizar la dirección colectiva. Ha aumentado el poder del Comité Central, que él preside, y ha creado un nuevo Consejo de Seguridad del Estado.

Para entender cómo podría el Consejo de Seguridad del Estado servir a los intereses de Xi en la centralización del poder, piénsese en los Estados Unidos. Sin el Consejo de Seguridad Nacional y el Consejo de Política Interior, el Presidente de los EE.UU. carecería de una forma normal y habitual de controlar y coordinar las diferentes burocracias. El personal de la Casa Blanca que trabaja para el Consejo de Seguridad Nacional convoca reuniones en las que los funcionarios de los departamentos de Estado,  Defensa y Justicia, del Tesoro y de otros organismos fundamentales exponen por extenso sus opiniones sobre una política determinada, pero es el personal del Presidente el que orienta el resultado y determina las medidas siguientes.

Las iniciativas de Xi para fortalecer su posición han contribuido a convencer a los observadores de que su programa de reformas va en serio. Desde que concluyó el Tercer Pleno y quedó claro el alcance de las reformas de Xi, muchos observadores de China lo han aclamado como el dirigente más reformador después de Deng. El tiempo lo dirá, pero una diferencia fundamental entre 2014 y 1979 es la de que actualmente un ingrediente del cóctel de China es el miedo.

Evan Osnos, que escribe en The New Yorker, informa de que hace dos años, en plenos alzamientos árabes, un funcionario superior dijo en una reunión en Beijing que, si el Gobierno de China “titube[ara]” en medio de una disidencia mundial alimentada por los medios de comunicación social, “el Estado podría hundirse en el abismo”. Según Osnos, un diplomático chino de alto nivel explicó recientemente la amenaza de expulsión de los periodistas de The New York Times y de Bloomberg con el argumento de que “el Times y Bloomberg no pretend[ía]n otra cosa que eliminar del poder al Partido Comunista y que no se deb[ía] permitir que continu[ara]n con esa actitud”.

Ese miedo es una de las fuerzas principales que impulsan el programa de reformas de Xi. El Partido Comunista debe mantener el crecimiento de la economía china (aunque sea más lentamente), sin por ello dejar de luchar contra una corrupción desenfrenada y atendiendo las peticiones de los ciudadanos. Los ciudadanos chinos no pueden votar, pero pueden dar a conocer –y así lo hacen– su descontento, lo que atribuye una importancia especial a lo que los burócratas chinos llaman “mantenimiento de la estabilidad”.

Will Dobson, autor de The Dictator’s Learning Curve (“La curva de aprendizaje del dictador”), describe el Gobierno de China como una tecnocracia cuya legitimidad se basa en una eficiente resolución de problemas. Sostiene que, “cuando la legitimidad de un régimen se debe a sus resultados, cualquier crisis –y la reacción del régimen ante ella– puede plantear cuestiones existenciales sobre el derecho de este último a gobernar”.

Al parecer, los dirigentes de China están preocupados por que el periodismo de investigación de estilo occidental en China desencadene una crisis de esa clase. En cualquier caso, no van a arriesgarse. Confían en su capacidad para lavar los trapos sucios por su cuenta e impulsar el cambio económico, social y político de arriba abajo y cada vez están menos dispuestos a aplicar las normas occidentales.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011), is President and CEO of the New America Foundation and Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University. She is the author of The Idea That Is America: Keeping Faith with Our Values in a Dangerous World. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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