La reconstrucción de la historia

Estos días, los medios de comunicación han celebrado, o recordado según su tendencia, el nacimiento del movimiento 15-M. No voy a entrar en sus razones, que las había. Pero atendiendo al tono general de lo dicho, podría deducirse que, hace cinco años, todo el pescado ya estaba vendido. Es decir, que fue aquella chispa la que incendió la pradera del paisaje político español, cuarteando su estructura tradicional de partidos y conduciéndonos, cinco años más tarde, a la compleja situación actual.

Los humanos tenemos una conocida tendencia al autoengaño, con poderosas raíces modeladas por la evolución, que ha ido seleccionando las características más favorables a la reproducción. Esta constatación es hoy ya un hecho incontrovertible en todos los manuales de biología del comportamiento. Para nuestra, les recomiendo una atractiva divulgación de un viejo trabajo de Robert Wright (1994) en su 'The Moral Animal', donde encontraran unas preciosas páginas sobre la capacidad de engaño de los académicos, que fácilmente se extienden al resto de la especie.

Este autoengaño antropológico se pone de relieve, especialmente, en nuestra capacidad de redefinir el pasado desde nuestra azotea de hoy, es decir del resultado final. Y en esta reconstrucción de la historia, personal o colectiva, juega tanto el autoengaño como la imposibilidad, también evolutiva, de incorporar la incertidumbre en nuestras decisiones. No se trata de aquilatar el riesgo, como hacen los modelos matemáticos de los bancos centrales. Se trata de algo mucho más profundo.

Por ejemplo, ¿alguien sospechó que Alemania obligaría, en junio del 2011, a los acreedores privados de Grecia a aceptar una quita de unos 130.000 millones de euros? ¿Y que, con ello, se desencadenaría una segunda crisis? O, ¿se pudo prever la decisión de Arabia Saudí en el 2015 de mantener la producción de petróleo y hundir su precio? ¿O los efectos sobre la estabilidad del euro del 'Brexit' o la crisis de refugiados? Ejemplos de choques que no podían anticiparse. Vivimos en un mundo de radical incertidumbre, como defiende el anterior gobernador del Banco de Inglaterra, Melvin King, en su último libro, 'The Alchemy of Money' (2016) siguiendo la estela de John Maynard Keynes. Un mundo imprevisible por naturaleza.

Si al autoengaño añaden la incertidumbre, entenderán que buena parte de lo que ha sucedido desde aquel mayo del 2011 no era, simplemente, previsible. En aquel momento, y en términos de recortes, lo único que había sobre la mesa eran los efectuados por Zapatero a partir de mayo del 2010. No lo era la segunda recesión, ni su profundidad, ni sus efectos sobre el precio del dinero o el empleo y el crecimiento ni, en especial, su impacto sobre los servicios públicos y la reforma laboral o de pensiones.

Este futuro era tan imprevisible que, solo pocos meses más tarde del 15-M, Mariano Rajoy obtuvo una victoria arrolladora. Tampoco podía esperarse que el soberanismo y la independencia iban a marcar el calendario político: en los meses finales del 2011 y los primeros del 2012, el Parlament debatía sobre el pacto fiscal, no de independencia. Los años siguientes, hasta la eclosión de Podemos y Ciudadanos, fueron los de la segunda recesión que, en variables económicas básicas, fue peor que la primera: el PIB, que había caído un -0,9% entre el 2007 y el 2011, se hundió un -2,1% entre 2011 y 2013, y lo mismo sucedió al consumo (-1,6% y -3,3%, respectivamente).

Cierto que en relación al empleo y al paro, la recesión post-Lehman Brothers fue más severa, pero la huida de capitales de España entre el verano del 2011 y finales del 2012 puso al país de rodillas, a la puerta de una catastrófica decisión: la salida del euro. Añadan a ello la dinámica de la situación política en Catalunya, la explosión de la corrupción en el PP, y, finalmente, la dureza del ajuste fiscal y las reformas efectuadas en el 2012/13, inevitables para hacer frente a la segunda recesión y la huida de capitales. Son estos mimbres los que dan buena razón del cambio político actual, más que el movimiento del 15-M hace cinco años.

Ningún fenómeno de esta amplia constelación era previsible en mayo del 2011. Cualquier intento de reconstruir el pasado para que se adapte mejor a lo que finalmente ha sucedido no solo es engañoso, sino que es peligroso. Porque si tendemos al autoengaño; si no estamos preparados para aceptar la incertidumbre y si, finalmente, reconstruimos el pasado según nuestros intereses presentes, la moraleja de esta historia es depresiva: repetiremos nuestros errores. ¿Está pues escrita nuestra historia? ¿Estamos condenados a cometer los mismos errores? No necesariamente. Pero el que seamos el único animal que tropieza más de una vez con la misma piedra no es, precisamente, muy esperanzador.

Josep Oliver Alonso, Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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