La reconstrucción de Puerto Rico, una casa a la vez

La reconstrucción de Puerto Rico, una casa a la vez

Vivo con mis padres y mi hermano mayor en un pueblo montañoso en el centro de la isla. Esta semana se cumplieron seis meses desde que el huracán María tocó tierra aquí. Los fuertes vientos comenzaron a azotar nuestra zona a las dos de la mañana del 20 de septiembre. Para ese momento ya llevábamos un día sin energía eléctrica ni agua.

Mi familia, junto con otras 200 personas, se refugió en una secundaria del pueblo. Cada vez que se abrían las puertas para recibir a más personas, el viento corría con fuerza por los corredores. Tenía miedo. Algunos de nosotros formamos un círculo y nos tomamos de las manos para rezar, con la esperanza de que eso nos hiciera sentir un poco más tranquilos. Entonces se desató el caos.

El río La Plata, que pasa por Comerio, había crecido más de 18 metros y se acercaba cada vez más a las puertas principales de la escuela. Temimos lo peor, así que las personas que estábamos refugiadas en el primer piso subimos corriendo las escaleras, llevando con nosotros a los ancianos que estaban postrados en sus camas, y nos resguardamos en el segundo piso.

Al final, no pasó lo peor. Cuando el ojo de la tormenta se ubicó sobre nosotros, las cosas se calmaron. Poco después, desde el segundo piso, vimos a familias enteras caminando hacia la escuela. En total llegaron alrededor de cien personas más; estaban empapadas, cubiertas de lodo, se abrazaban y lloraban. Una mujer cuya casa se había inundado nos contó cómo ella y sus hijos casi se ahogan. Ella había cargado a sus tres hijos —todos menores de cinco años— sobre sus hombros y así caminó por el agua hasta que llegó a tierras más elevadas. Una mujer se desmayó cuando relató cómo la crecida se había llevado su casa.

En la segunda noche por fin pudimos ir a casa. Estábamos en una oscuridad absoluta y seguía lloviendo. El techo de la terraza había desaparecido; un árbol había caído sobre la parte posterior de la edificación, causando daño estructural, y el agua se había metido por las ventanas. Sin embargo, nuestra casa, hecha de concreto, seguía en pie. Fuimos de los afortunados.

Tres días después de que María golpeó la isla, la mayoría de las calles eran intransitables. Nos dirigimos a pie hasta el río que había sido nuestra fuente de pánico durante la tormenta y en el camino visitábamos a los vecinos para ver si estaban bien. No había luz ni agua potable, así que el río era ahora nuestra única fuente de agua. Nos bañábamos, lavábamos la ropa y los platos en sus márgenes y llevábamos de regreso a casa toda el agua que podíamos para hervirla y usarla para beber y cocinar.

Tuvieron que pasar dos semanas para que el supermercado del pueblo reabriera y dos meses más para que pudiéramos usar nuestras tarjetas de crédito para comprar en él. Nos quedamos sin efectivo. El banco local no abrió sino hasta finales de noviembre. El gas escaseaba. Antes del huracán, estaba estudiando para obtener una maestría en administración y liderazgo en la Universidad del Turabo. Mis estudios se interrumpieron. Cuando la universidad reabrió en octubre, tuve que ir a los poblados cercanos donde sí había electricidad para contactar a mis profesores y compañeros de clase o para trabajar en mis tareas. Todo se complicó.

Durante casi dos semanas no supimos si mi hermana mayor, Maran —quien vive en Fajardo, una ciudad en la región oriental de la isla—, había sobrevivido. Cuando se enteró de que la calle hacia Comerio estaba despejada, fue a vernos. Mi padre gritó cuando la vio. Todos nos reunimos a su alrededor, lloramos y nos abrazamos.

Desde entonces, poco ha mejorado. Hay mucho por hacer. Todavía estamos batallando para volver a tener luz. El gobierno local no ha venido a reunirse con nuestro barrio ni a decirnos cómo van las cosas. Hacemos lo que podemos con un generador que nos envió mi tío. Otros miembros de nuestra familia y amigos nos han traído los indispensables filtros para agua, baterías, comida y lonas.

En total se destruyeron unas 1500 casas en Comerio y otras 2400 sufrieron daños graves. Comencé a trabajar como voluntaria en los trabajos de reconstrucción. Estamos juntos en esto y unimos fuerzas para ayudarnos entre nosotros a reconstruir.

on 10.000 dólares que logramos reunir a través de financiamiento colectivo y 5000 dólares del Fondo de Alivio para Huracanes en Defensa de Puerto Rico, reconstruimos una casa y reparamos dos más que tenían el techo dañado. Con ayuda de Coco de Oro y La Maraña, las organizaciones en las que soy voluntaria, hemos recaudado dinero para comenzar a trabajar en ocho casas más. Sin embargo, hay otras 25 viviendas en mi barrio que necesitan reparaciones y miles más en todo Puerto Rico.

Trabajamos juntos para ayudarnos a salir de esta pesadilla, pero no podemos hacerlo solos. No acabo de entender por qué el gobierno de Estados Unidos sigue reteniendo la ayuda que nos prometió. Estamos cansados de que nos traten como ciudadanos de segunda clase. El gobierno de Trump debe cumplir su compromiso con Puerto Rico. Puede que nuestra isla azotada por un huracán ya no aparezca en los encabezados de las noticias, pero todavía estamos sufriendo y necesitamos ayuda.

Mariangelie Ortiz Ortiz es estudiante de la Universidad del Turabo y voluntaria en las organizaciones La Maraña y Coco de Oro.

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