Por Alain Touraine, sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 18/03/06):
Habíamos perdido la costumbre de hablar de Latinoamérica en términos de crecimiento y desarrollo; las desigualdades sociales y la deuda exterior acaparaban nuestra atención. Pero he aquí que han empezado a verse por todas partes unos índices de crecimiento extraordinarios y, por consiguiente, una situación que está transformándose, pero en un sentido que no estaba previsto.
Para definir la situación actual es preciso tener en cuenta, al menos, otras dos dimensiones, ambas políticas; la primera es el brutal deterioro de la imagen de Estados Unidos, sobre todo desde que comenzó la guerra de Irak. Algo que parecía evidente hasta hace poco, la adhesión unánime -o casi unánime- al tratado de la ALCA [Área de Libre Comercio de las Américas], ahora parece poco probable. Dado que Latinoamérica no es, en absoluto, una región prioritaria para Estados Unidos, el margen de iniciativa del continente es cada vez mayor. Las compras masivas efectuadas por China seguirán impulsando el crecimiento y los precios, aunque sus repercusiones sean cada vez menores.
Ya en estos momentos, Argentina, sobre todo la pampa húmeda, se ha cubierto de soja, que se ha convertido en el símbolo del 9% de crecimiento experimentado durante tres años y que sólo ha sufrido ahora un ligero descenso. Argentina ha reconquistado ya la mitad del terreno perdido desde 2001, y, aunque la pobreza extrema sigue siendo patente, empieza a ser posible construir una política de futuro en un país que disfruta de un superávit fiscal considerable, está reduciendo su deuda y puede pensar, como hace su presidente, en dotarse de los instrumentos de gestión y gobierno que no tiene y cuya falta mantiene al país paralizado. Además, estos nuevos recursos permiten a Kirchner aceptar los peligrosos regalos de Chávez, porque dispone de más instrumentos propios.
Se puede sacar una conclusión similar respecto a Brasil, donde la situación de Lula ha mejorado. Los graves errores del PT habían reducido enormemente sus posibilidades de ser reelegido, porque el país sentía la necesidad de contar con una gestión de gobierno mejor y pensaba que Serra podía proporcionársela. Hoy, esa preocupación no está tan presente y el poder carismático de Lula ha recuperado su importancia. Su victoria vuelve a parecer posible, si bien su adversario sigue teniendo mucha fuerza por las garantías que ofrece su competencia.
El hecho de que el chavismo tenga enorme influencia en casi todas partes y haya hecho renacer los temas de la época dorada del castrismo no impide que la riqueza del petróleo tenga menos poder frente a un país en pleno crecimiento que frente a un país ahogado por las deudas y el estancamiento. Incluso Bolivia parece tener hoy un futuro más sólido del que se preveía, con más capacidad para elaborar un plan continental de utilización de su gas.
No obstante, ahora es necesario ir más allá de las ventajas de una coyuntura favorable y trabajar para mejorar el funcionamiento de las economías y las sociedades. Y en este aspecto, la realidad no es tan halagüeña. Chile es el único país que posee unos medios de gestión de categoría internacional, pese a que su política educativa es poco adecuada y contribuye a aumentar las desigualdades. El resto del continente no se comporta como una región moderna, sobre todo en el terreno de la innovación y la investigación. El Estado de São Paulo, en Brasil, es el único dotado de un equipamiento que le permite exportar productos de alta tecnología.
Pero seamos optimistas; la calma actual nos lo permite. Es posible que Latinoamérica entre ahora en un periodo en el que, con el empuje del crecimiento y sus propios esfuerzos de buena gestión, sea capaz de abordar de manera concreta y eficiente la terrible desigualdad social que constituye el principal obstáculo para poder llevar a cabo una transformación duradera.