La recuperación será global o no será

Antes de entusiasmarnos demasiado con cualquier «recuperación» económica norteamericana, deberíamos recordar que el colapso económico que la precedió fue global. Ninguna recuperación podrá prosperar a menos que sea global también. ¿Sucederá? El mundo ya no puede confiar más en el crecimiento del gasto de los derrochones estadounidenses, que están abrumados por las deudas y desolados por los billones de dólares en pérdidas inmobiliarias y bursátiles. Sin un sustituto del poder adquisitivo estadounidense, cualquier renacimiento global será estéril, porque los Estados Unidos necesitan del crecimiento impulsado por la exportación y los demás países tienen que compensar de alguna forma las ventas perdidas en nuestro mercado.

La lógica indica que los países en vías de desarrollo pueden ser el reemplazo evidente del consumo americano como motor económico del mundo. Estas naciones suponen ya casi la mitad de la actividad económica global, según estima el Fondo Monetario Internacional. China (11,4%), la India (4,8%) y Brasil (2,9%) representan por sí solos casi una quinta parte. En comparación, Estados Unidos también supone una quinta parte.

Todas estas sociedades tienen considerables necesidades en materia de vivienda, bienes de consumo y sanidad entre otras cosas. Excepto como creador de puestos de trabajo, el crecimiento alimentado por la exportación no tiene mucho sentido. Lógicamente, estos países deberían producir más para consumo interno y menos para la exportación. Una demanda interna más acusada también elevaría su necesidad de productos importados. Como resultado, Estados Unidos exportaría más e importaría menos. Lo que los economistas denominan «desequilibrios globales» -enormes déficits comerciales norteamericanos acompañados de enormes superávits comerciales en China entre otros lugares- se reducirían. El crecimiento económico mundial se reanudaría. Problema arreglado.

Sólo como posibilidad, esta transformación está empezando. Algunos de esos países han estimulado sus economías. El caso más claro es China. El gasto público se elevó; el crédito se abarató. China creció al 7,9% durante el segundo trimestre. El impresionante repunte de Asia, titula The Economist, que también se detiene en el rápido crecimiento de Indonesia y Corea del Sur. En cuanto a la India, el Fondo Monetario Internacional vaticina que crecerá un 5,4% este año y un 6,5% el que viene. Las perspectivas de crecimiento a largo plazo de Brasil son buenas, según juzga Norman Gall, el estadounidense que dirige el Instituto Fernand Braudel de Sao Paulo. El país tiene «un firme sustrato industrial e iniciativa energética y creativa»; la deuda pública se ha desplomado del 85% del producto interior bruto (PIB) en el año 2002 al 65% hoy. Hasta Francia y Alemania muestran signos de recuperación.

Suena tranquilizador. Aún así, hemos de analizar estos datos con cierto escepticismo. Si los estadounidenses están gastando menos y ahorrando más, entonces una economía global equilibrada exige que otra gente consuma más y ahorre menos. Ese es el arreglo permanente y duradero, sin «estímulos» económicos temporales. Los enormes desequilibrios comerciales se derivaron fundamentalmente de los elevados índices de ahorro, en Asia en especial, que lastraron el consumo y estimularon el crecimiento impulsado por las exportaciones. En el año 2008, el índice de ahorro de China se situaba en la friolera del 54% del PIB, el 35% en el caso de Hong Kong y el 28% en el de Taiwán, según el economista de la Universidad de Cornell Eswar Prasad. Los tipos de ahorro estadounidenses, incluyendo el consumo y el ahorro corporativo, fueron del 12% del PIB.

En teoría, estas considerables reservas de ahorro podrían ser absorbidas por cantidades equiparables de gasto en inversión -en plantas de fabricación y maquinaria, por ejemplo- pero en el caso de la mayoría de los países asiáticos (con la excepción de la India), lo que se produjo es un acusado descenso de la inversión. El exceso de ahorro fue invertido a continuación en el extranjero, los tipos de cambio se mantuvieron a la baja de manera artificial y la exportación sustituyó a la demanda nacional.

China es el país clave de cualquier transición. Prasad duda de que el creciente nivel de gasto nacional pueda ocupar con rapidez el vacío dejado por la caída libre de la exportación. Observa que a pesar del vertiginoso ritmo de crecimiento económico de China, el aumento del empleo (que es lo que anhelan los líderes políticos) ha sido lento, alrededor del 1% anual desde el año 2000. «El sector exportador es lo que creó los puestos de trabajo», defiende, «va a ser difícil salir del modelo económico impulsado por la exportación.»

Esto sugiere que China podría recurrir a una agresiva promoción de la exportación a expensas de los demás países. Su divisa sigue devaluada. Ben Simpfendorfer, analista en Hong Kong del Royal Bank of Scotland, explica que en la medida en que los mercados norteamericano y europeo se han debilitado, los exportadores chinos han invadido el mercado de los países emergentes como Brasil o Egipto. Las exportaciones de China podrían perjudicar así a los demás países en desarrollo.

El economista del Instituto Peterson Nicholas Lardy es más optimista. Las autoridades de China, dice, reconocen su peligrosa dependencia de la exportación. Están intentando estimular el consumo nacional reduciendo el ahorro familiar. Para mantener un elevado nivel de reservas, dice Lardy, los chinos han destruido en parte la red de protección social. Históricamente, las compañías propiedad del Estado proporcionaban seguros de salud y pensiones; a medida que estas empresas cerraban, las prestaciones se evaporaban y sus plantillas lo compensaban ahorrando más para financiar el tratamiento de enfermedades o la vejez. Ahora, China está reconstruyendo esta protección social. Desde el año 2005, el gasto en seguros médicos, pensiones y educación prácticamente se ha duplicado.

Lo que cuenta es la capacidad política y cultural de los países -China en especial- de graduar el crecimiento impulsado por la exportación. La economía global se encuentra en una encrucijada dramática. Sin el impulso del gasto estadounidense, el mundo necesita de un nuevo motor del crecimiento mutuamente beneficioso. Sin este cambio necesario, podríamos enfrentarnos al proteccionismo, al nacionalismo y, en definitiva, al enfrentamiento comercial y económico.

Robert J. Samuelson, analista de The Washington Post.