La refundación del PSOE

Lo acontecido en el tristemente célebre comité federal del PSOE el 3 de octubre abre más de una incógnita respecto del futuro de la organización, pero tuvo la virtualidad de despejar otras muchas. La principal, la incapacidad del actual PSOE para llevar a cabo su propia y necesaria regeneración interna. Lamentablemente, el PSOE ha optado por seguir los pasos de su rama catalana, que en las tres últimas décadas ha pasado de la centralidad y el suelo electoral del 30%, a la práctica irrelevancia y al techo del 15%, propiciando con su comportamiento la aparición de competidores nuevos que germinan y crecen a la sombra de sus múltiples y persistentes ineficiencias, a las que ni se ha querido ni se quiere poner remedio. Por lo que no parece aventurado afirmar que, sin un sincero y creíble cambio de rumbo, el resultado acabe siendo similar al experimentado en la comunidad vecina.

No parece, en efecto, que poner remedio a esa deriva pueda ser uno de los logros de Susana Díaz, quien exhibe sus avales en forma de firmas o delegados congresuales, los mismos que prestó a Sánchez para que Madina no se hiciera con el cargo, al que entonces le hizo pagar que se atreviera a competir en la elección de secretario general. Como ahora le ha hecho pagar a aquel que se convirtiera en un obstáculo para sus objetivos personales: hacerse con el control de la organización y con la presidencia del Gobierno de España.

Porque ella, como otros muchos, prefiere las primarias sin urnas a la incertidumbre del voto libre y secreto de la militancia y de los votantes; la aclamación de los delegados ya 'enseñados' al sentir íntimo de los afiliados y simpatizantes; el sello del aparato, en suma, al recuento de papeletas. Y al saberse dueña de los avales que permitieron a Sánchez presentarse a la elección interna, concluyó que había llegado ya el momento en que el Partido se encomendara a ella como heroína de un PSOE a la deriva, al que ofrecerá el escenario idílico que la organización disfruta en Andalucía. Pero, eso sí, sin elecciones internas ni demás zarandajas que tanto dividen al Partido y que tanto se alejan de la cultura de la organización y que, por último, incluso pueden dar a los afiliados y votantes la oportunidad de equivocarse y votar a otro candidato que no sea ella.

Para llegar a ese punto era imprescindible acabar con Sánchez, lo cual implicaba cercenar de raíz toda posibilidad de que se consolidase en el cargo, cual sería que se hiciera con la presidencia del Gobierno (algo que nunca estuvo a su alcance) o, simplemente, lograra mejorar los resultados en unas terceras elecciones, acabando con la amenaza de Podemos, y, al mismo tiempo, recuperara la condición de alternativa que espera turno ante el desgaste de un gobierno del PP en minoría, escenario este último perfectamente posible hace tan solo un mes.

La verdad, Pedro Sánchez lo tenía muy difícil, pero su respuesta tampoco ha estado a la altura del desafío que el PSOE tiene planteado. Más bien, su respuesta ha sido propia de la misma escuela en la que aprendió su contrincante: el regate corto y el tac-ticismo miope de quienes siguen instalados en el siglo XX y en sus lugares comunes ante las circunstancias y retos de un presente muy distinto al hasta ahora conocido.

Lo que le convenía al PSOE pasaba por negociar con el PP una abstención tras las elecciones del 20-D a cambio de importantes contrapartidas; mientras que las materias que quedaran fuera de ese acuerdo se convertirían en elementos de oposición a un gobierno extremadamente débil y en minoría. El desenlace serían unas nuevas elecciones en el plazo de uno o dos años, con un PSOE con claras posibilidades de armar, entonces sí, un gobierno alternativo encabezado por el candidato socialista.

Entre tanto, Sánchez tenía la oportunidad de erigirse en líder de la oposición mientras que el gobierno sería presa de un continuo desgaste, lo que le hubiera posibilitado ir ganando legitimidad interna en el partido para acometer la verdadera tarea que el PSOE tiene por delante: la regeneración de la propia organización.

En lugar de eso, le dio la excusa perfecta al eterno aparato del partido y a sus valedores: la convocatoria de unas primarias exprés, en apenas dos semanas, a las que solo se presentaría él (a la manera del aparato), con la intención de ganar tiempo hasta las terceras elecciones, donde el resultado podía ser más favorable al PSOE que el obtenido en las dos convocatorias anteriores, al menos, para aumentar la distancia sobre Podemos y así poder presentarse internamente como el líder que acabó con la amenaza del 'sorpasso'.

El desenlance es conocido. Y tras él, las opciones del partido para escapar de un destino que parece escrito son muy limitadas. En todo caso, ninguna pasa por Susana Díaz ni por una vuelta a las esencias de lo que fue la organización en el siglo XX, sino por una refundación que vuelva a convertir al PSOE en un instrumento útil para la mayoría.

El tiempo se agota y, si Podemos no se equivoca y su debate interno se acaba inclinando hacia Iñigo Errejón, el PSOE se convertirá en un partido marginal e irrelevante. Por eso se puede afirmar que, hoy por hoy, el mejor aliado con el que cuenta el partido para evitar su fatal destino se llama, casualidades de la vida, Pablo Iglesias.

Fernando Heras, politòlogo y exalcalde socialista de Monzón.

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