La refundación del sistema

Va a resultar que esa regeneración de la que todo el mundo habla se refiere más a las edades que a la política. Que estamos presenciando un cambio de generaciones en todos los planos de la vida pública. Lo inició hace un año por estas fechas la Casa Real, mostrando mejor olfato que nadie ante lo que flotaba en el ambiente. Desde entonces, ha cambiado de liderato el PSOE y se anuncian cambios en IU y UPyD, como en UGT. Ahora son los barones territoriales del PP los que inician la desbandada, no importa que hayan ganado las últimas elecciones, aunque no podrán gobernar. ¿Por qué? Pues porque están hartos, cansados de luchar contra corriente. Porque se han dado cuenta de algo que no queríamos reconocer: que la crisis de 2008 no fue sólo una crisis económica, una de esas purgas periódicas que tiene el capitalismo para eliminar las sustancias tóxicas acumuladas, y resurgir con más fuerza tras ella. Fue un cambio de ciclo, como el de la Edad Media a la Moderna o el de la Ilustración a la Revolución. Han cambiado los valores y las perspectivas, las actitudes y las prioridades, el concepto de uno mismo y de la sociedad. El último ejemplo lo tenemos en dos países en los extremos de la UE: Irlanda ha aprobado, ¡por referéndum!, el matrimonio homosexual, y Polonia, que se alzó contra el imperio soviético, elige como presidente a un nacionalista de extrema derecha. Si esto no es un cambio de era, ya me dirán qué es.

La refundación del sistemaEl único no dispuesto a cambiar era Mariano Rajoy. Con esa impasibilidad que unos llaman tancredismo, y su entorno, sentido de Estado, dijo que continuará en la misma línea y con el mismo equipo. Esto último ya no podrá hacerlo porque algunos ministros anuncian su cambio de puesto mientras en las comunidades autónomas se inicia la diáspora. Con lo que tendrá que hacer la regeneración quiera o no quiera. En el fondo, es una suerte para él, porque, de hacerla motu proprio, iba a saltar sangre ante el regocijo de una oposición que ya la huele. Esperemos que elija gente adecuada a la nueva situación. Seguro que entre los 700.000 militantes del PP hay mujeres y hombres de la nueva época, que se dan cuenta de los cambios ocurridos, que piensan como los jóvenes y sienten como los mayores –Cristina Cifientes es un buen ejemplo- que aman la calle y conocen sus problemas. Le deseamos suerte en la refundación del PP, por ser el partido de gobierno, y nada necesita más España hoy que un gobierno que no se equivoque.

Como esperemos que tampoco se equivoque la oposición. Demos por hecho que el «pacto de la izquierda» logrará sin problemas su primer objetivo: desalojar al PP de sus plazas fuertes. El problema vendrá luego, al gobernar. Tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias han anunciado que quieren liderar ese bloque. ¿Quién lo hará? El uno o el otro, porque los dos no pueden. Si este asunto es difícil, no les digo nada el del programa con que van a gobernar. ¿Se prohíben los desahucios? ¿Se autorizan las acampadas públicas, los escraches y tantas otras medidas por las que la izquierda radical viene abogando? Pedro Sánchez parece haberse olvidado de que en Madrid es tercera fuerza, y en Barcelona cuarta, lo que no es precisamente la mejor situación para negociar. Más bien apunta a que tendrá que aceptar lo que sus socios de coalición le impongan. Y ahí es donde le espera el gran dilema: para participar en esa alianza tendrá que abandonar el centro-izquierda, donde el PSOE venía estando desde que Felipe González lo convirtió en socialdemocracia, e instalarse en la izquierda pura y dura. Palabras mayores, porque las elecciones generales se ganan desde el centro, al menos en los países que han alcanzado un cierto grado de desarrollo político y económico, entre los que creemos se encuentra España. Otra cosa son aquellos, como Grecia, a los que la corrupción y el mal gobierno los han llevado a tal ruina y desesperación que se han puesto en manos de formaciones populistas dispuestas a embarcarse en programas radicales y a enfrentarse sin rebozos con Bruselas. ¿Está dispuesto a ello Pedro Sánchez? ¿Se lo consentirán los barones del partido? Esa es la gran incógnita hoy en la política española, más importante que los gobiernos de comunidades y ayuntamientos, aunque, en el fondo, sean lo mismo.

La lucha más inmediata se traslada así a los perdedores convertidos en vencedores de las elecciones. ¿Quién va a ser el auténtico vencedor? ¿Quién va a determinar su programa de gobierno? ¿Quién cederá? ¿Es posible que, para las generales, Podemos se convierta en un partido del «viejo orden» que venía a cambiar? La defenestración de Monedero lo apunta. Pero sería pegarse un tiro no en el píe, sino en la sien, perder la virginidad, convertirse en la «casta» que tanto han criticado. Aunque los comunistas han hecho pactos peores. Es lo que deben de estar discutiendo Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.

Es también lo que Pedro Sánchez y su equipo deben de estar sopesando: si les vale la pena embarcarse con la izquierda radical, que, según la experiencia, es el abrazo del oso: siempre que se han unido la izquierda democrática y la radical, se ha impuesto la radical. Aunque es menos numerosa, está más motivada y tiene más gancho. A fin de cuentas, son los cruzados de la causa.

En cuanto al PP, lo primero ya lo ha hecho: reconocer que cometió errores de bulto, empezando por la falta de proximidad a la gente. La política es algo más que cifras y estadísticas. Eso puede funcionar en una democracia madura, asentada, como la inglesa o la norteamericana. Pero en un país donde la ideología tiene un valor casi teológico, como en España, hay que echarle inspiración, que ha faltado, como para detectar el cabreo ante la corrupción y que las nuevas generaciones pedían abrirse paso.

Quedan todavía seis meses hasta las elecciones generales. Tiempo de sobra para ver gobernar a esas coaliciones de izquierda. ¿Van a imponer en las ciudades y comunidades que controlen las reformas radicales que Podemos proclama? Porque eso significaría tener un gobierno como el de Syriza en Grecia, que dudo sea lo que desea la inmensa mayoría de los que el domingo votaron por el cambio. ¿Está dispuesto Pedro Sánchez a embarcarse en esa patera? ¿O será capaz de convencer a sus socios de que así se hundirán? En cualquier caso, el juego está ahora en el campo de la izquierda.

Mientras, el PP tiene que contentarse con rehacer filas, predicar con el ejemplo y ver lo que hacen sus rivales, pues ya no puede ganar la liga por sí solo. En el peor de los casos, a Rajoy le quedará el consuelo de irse a casa con la satisfacción de haber gobernado no para ganar las próximas elecciones, sino para sacar España del pozo en que estaba. Posiblemente para que luego, vista la actuación de sus sucesores, se le reconozcan sus méritos.

Pero ya decía Kennedy que la vida es injusta. Y la política, más.

José María Carrascal, periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *