La reina ha muerto, Dios salve al rey

El mes de septiembre nos ha traído dos ausencias notables, la de Isabel II y la de Gorbachov. Ambos con papeles muy relevantes en la historia, pero una será enterrada con todos los honores de Estado y el otro apenas ha tenido un somero reconocimiento de su pueblo. Hay pocas figuras en la Europa contemporánea tan opuestas y representativas como Mijaíl Gorbachov, muerto apenas hace dos semanas, y la reina Isabel II de Inglaterra fallecida hace sólo unos días.

Gorbachov se propuso reformar la URSS para asegurar su permanencia y su liderazgo en el mundo. No lo consiguió y se vio obligado a firmar la disolución de la Unión Soviética porque los regímenes comunistas no se transforman, se perpetúan en el tiempo aniquilando a sus adversarios o desaparecen. Isabel II representa un claro ejemplo de lo contrario, accede al trono cuando la Corte de Londres reina sobre más de 600 millones de almas en prácticamente todas las colonias británicas con excepción de la India, imperio que supo reconvertir en la Commonwealth. Una comunidad de naciones que pese a las recientes tensiones todavía hoy agrupa a 56 países soberanos e independientes, que reconocen su herencia común y a la reina Isabel como cabeza y que libremente han aceptado elegir como sucesor a su hijo. La roca, en palabras de su actual primera ministra, ha sabido ser símbolo de unión y permanencia. Gorbachov, el líder del fin de la Guerra Fría y de la disolución del pacto de Varsovia, es para los rusos el símbolo del desmembramiento de la Unión Soviética.

La reina ha muerto, Dios salve al reyDurante su reinado el Reino Unido ha tenido profundos cambios internacionales, económicos, políticos y sociales. Las transformaciones económicas han sido espectaculares. La economía británica es hoy más sólida que la que encontró al principio de su reinado en el que había cartillas de racionamiento. En 2022 la economía británica es una de las más boyantes del mundo: la renta per cápita alcanza los 40.216 euros (España, 25.460 euros), la tasa de desempleo se sitúa en el 3,8% (España, 12,5%), la inflación ha escalado hasta el 10,1% (España, 10,4%), la presión fiscal no pasa de un envidiable 32,8%, la deuda pública se sitúa en el 95,3% (España, 118,40%) y el déficit público estaba en 2021 en el 7,99% (España 6,87%). Los rankings también le son favorables: el de competitividad sitúa a Reino Unido en el noveno puesto y el de innovación en el cuarto. No obstante, se vislumbran en el horizonte nubarrones importantes. Las previsiones últimas dicen que el Reino Unido puede entrar en recesión antes de que finalice el año, y que el crecimiento será muy débil en 2023 (entre el 0,20% y -1,30%) y en 2024 (ente el 0,60% y 0,30%) según sople el viento.

Isabel II tuvo que adaptarse a un profundísimo cambio de estructura poblacional y social en el Reino Unido. Cuando accedió al trono, la población británica no pasaba de 52 millones de habitantes, la mitad eran menores de 30 años y los mayores de 60 años apenas llegaban a los ocho millones. El año de su muerte el cambio ha sido dramático, hoy Reino Unido tiene más de 67 millones de habitantes con un aumento continuo, progresivo e importante de inmigrantes de la India, Polonia y Pakistán y la proporción es de 1,4 a uno en favor de la tercera edad.

También las costumbres sociales han cambiado, empezando por el divorcio. En 1952 el número de divorcios no pasaban de 30.000 y en 1992, el annus horribilis de la reina, los divorcios superaban los 160.000. Desuniones de los que no estuvo exenta su propia familia desde su hermana, la princesa Margarita, a tres de sus cuatro hijos: Carlos, Ana y Andrés. Si hoy el nuevo rey está casado con una divorciada, Camilla Parker Bowles, Eduardo VIII, el tío de la reina, se vio obligado a abdicar por querer hacer lo mismo. Isabel II fue consciente de que tenía que convivir con los nuevos tiempos y dotar de máxima transparencia a su reinado amoldándose a ellos desde el principio, de hecho, su coronación irrumpe en los hogares siendo la primera que se televisa a todo el mundo. A partir de ahí la vida privada y familiar de las familias reales ha sido expuesta en la plaza pública en tiempo real y sin veladura.

En relación con su actividad pública, Isabel II ha encargado gobierno a 15 primeros ministros de distinto peso político e ideología, comenzando con Winston Churchill para finalizar con Liz Truss. Con todos ellos ha demostrado una exquisita complicidad, solventando todo tipo de problemas que le han dado profundos dolores de cabeza: expedición franco-británica a Suez; independencia de las colonias británicas, entrada en la Comunidad Económica Europea; la guerra de las Malvinas; el fin de la Guerra Fría; la emergencia de China o el Brexit. En sus primeros años de reinado tuvo que intervenir muy a su pesar en la vida política del país.

Cuando Anthony Eden se ve obligado a presentar su dimisión después de la intervención en el canal de Suez, los conservadores -el partido gobernante- no tenían un procedimiento reglado para designar sucesor. Fue la reina la que encargó formar gobierno a Harold Macmillan. Cuando Macmillan tuvo que renunciar por el escándalo Profumo la reina se vio obligada a nombrar a Sir Alec Douglas-Home porque los conservadores seguían sin saber cómo elegir a su candidato. Fue la última vez que la reina intervino. Es más, cuando en 1975, el entonces gobernador general de Australia, John Kerr, cesó al primer ministro australiano, Gough Whitlam, éste apeló a la reina que categóricamente contestó que bajo ningún concepto podía interferir en las decisiones del gobernador.

Carlos III hará bien en imitar la absoluta neutralidad política de su madre si quiere asegurar la estabilidad del reino. El nuevo rey sube al trono en un contexto de incertidumbre muy importante. No es posible adivinar ahora cómo se va a cerrar el Brexit, especialmente las relaciones entre Irlanda del Norte, el resto del Reino Unido y Éire. No es sencillo tampoco saber si Escocia podrá celebrar un nuevo referéndum de secesión el próximo octubre de 2023, tal y como pidió Sturgeon hace tres meses.

De la misma manera, no es fácil tampoco saber hasta qué punto se seguirá desacelerando la economía británica lastrada por la guerra de Ucrania. Sí sabemos que el mayor coste de la energía y de las materias primas dificultará la marcha de las empresas y que la pérdida de poder adquisitivo de los salarios junto a las restricciones en la oferta, la quiebra en las cadenas de suministro y la incertidumbre sobre la marcha de la economía mundial lastrarán el crecimiento del Reino Unido.

Sabemos también que el Reino Unido, como los otros países del mundo, deberá afrontar en los próximos 10 años desafíos muy importantes: el cambio climático, el invierno demográfico, el envejecimiento de la población, la competencia con los países emergentes, la urbanización creciente, la desaceleración del crecimiento y el aumento de la demanda y de los costes energéticos. Está por ver si Gran Bretaña hará frente a estos desafíos mejor en su espléndida soledad que en compañía de sus ex socios europeos.

No lo va a tener sencillo. Su capital político es muy inferior al de su madre: según una encuesta de Ipsos, Isabel II tenía el 86% de aprobación de sus súbditos donde el nuevo rey solo conseguía la aprobación del 65%. La fragmentación política ha aumentado mucho en los últimos tiempos y no es descartable que, en un contexto marcado por el escaso crecimiento y aumento de desigualdad, la sociedad inglesa se polarice aún más. Ciertamente, no son buenos tiempos y no parece que vayan a mejorar en el próximo futuro. En todo caso, como dice el refranero español, "acá y allá Dios dirá". God save the king.

José Manuel García-Margallo y Marfil es eurodiputado y ex ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación.

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