La relación con Putin, piedra de toque de la Alemania pos-Merkel

Angela Merkel se va, Vladímir Putin sigue. La relación entre Alemania y Rusia es quizá la piedra de toque del destino de Europa, más allá de las cuestiones internas relativas a la Unión Europea. En una UE en la que Francia ha perdido perfil como contrapeso de Alemania, la actitud de Berlín hacia Moscú tiene especial trascendencia para todo el continente. Cómo el nuevo Gobierno alemán conducirá el vínculo trasatlántico con Estados Unidos y sobre todo cómo asumirá la consolidación del Made in China son asuntos que revisten también crucial importancia, pero la estabilidad y seguridad europea depende singularmente del tipo de aproximación entre la potencia central del continente y la única gran potencia que puede amenazarla directamente desde su flanco.

Un gobierno dirigido por Olaf Scholz puede hacer pensar en la anterior ocasión en que un socialdemócrata ocupó la Cancillería. Gerhard Schröder llegó al poder con la promesa de acabar la diplomacia de sauna entre Helmut Kohl y Boris Yeltsin, pero se entregó pronto a la diplomacia de dacha servida por Putin, que acabó convirtiéndolo en el gran operador de los intereses gasísticos rusos. Como Schröder, Scholz ha ganado unas elecciones desde la derecha del SPD y, de gobernar, lo hará también del brazo de los Verdes. Pero las circunstancias han cambiado mucho: el Putin pos-Crimea es distinto del primer Putin, inicialmente colaborador con Occidente tras el 11-S y beneficiado por las inversiones de una Alemania enormemente agradecida por la reunificación. Además, los Verdes son hoy especialmente críticos con la deriva antidemocrática del Kremlin, y a ese gobierno habría que añadir los liberales del FDP, aún más críticos con Moscú.

El dato central para comprender la política exterior alemana es la gran dependencia de la exportación: el 47,2% del PIB. Una nación que vive de vender a otros procura no molestarse con ningún gran cliente: eso explica las reticencias alemanas a enfrentarse a China y los equilibrios mantenidos por Merkel en su malestar con Putin. Merkel propició con firmeza las sanciones de la UE a Putin a raíz de los sucesos de 2014 en Crimea y este de Ucrania, pero al mismo tiempo ha debido atender los intereses de Moscú y de parte de la industria alemana aceptando la realización del segundo de los gaseoductos NordStream.

La cuestión del NordStream 2, acabado de completar pero aún no en funcionamiento, es lo que determinará el arranque de la relación del nuevo Gobierno con Rusia. La reciente aceptación de Washington, a regañadientes, de levantar su veto a la infraestructura, a condición de que Berlín corte los flujos si Rusia usa el gas como arma contra Ucrania y el Este europeo, deja margen de maniobra tanto a Scholz como a un gobierno alternativo del CDU/CSU. Desde la oposición, verdes y liberales pidieron primero la paralización de las obras y luego su no entrada en operación, como castigo al deterioro democrático en Rusia, pero muy posiblemente no pondrán aquí sus líneas rojas en una negociación de gobierno con otras prioridades.

Emili J. Blasco es director del Global Affairs Center de la Universidad de Navarra.

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