La relación transatlántica

El viaje del presidente Obama a Europa va a permitir desarrollar las ideas perfiladas en su discurso de hace unos días en West Point y planificar la renovación de la relación transatlántica, que ha sido la columna vertebral de la alianza de democracias liberales en el mundo y del orden de posguerra pero hoy afronta nuevos desafíos.

Estos días se celebran los logros históricos de esa relación, con motivo del 70º aniversario del desembarco en Normandía. Los aliados liberaron el continente europeo del fascismo y el nazismo, lo defendieron del comunismo y crearon una estructura multilateral de economía y seguridad en beneficio del mundo libre. Tras la caída de la Unión Soviética, la alianza contribuyó a expandir y proteger las democracias liberales y a resolver el sangriento conflicto de los Balcanes.

Pero los retos actuales surgen de la nueva dinámica creada en la pasada década: los atentados del 11-S y la amenaza de las redes terroristas, la guerra de Irak con todas sus consecuencias, la primera operación militar de la OTAN fuera de su territorio, en Afganistán, y la crisis financiera mundial de 2008. La ilusión de que habíamos llegado al fin de la historia se ha hecho añicos. El inexorable triunfo de la democracia liberal no es tan inexorable, sino que exige esfuerzo y vigilancia constantes.

En los últimos años, sin embargo, la alianza ha estado desatendida. La elección de Obama en 2008 hizo pensar en la posibilidad de transformar y reconstruir una tensa relación. Pero su interés en reevaluar las prioridades internacionales de Estados Unidos durante su primer mandato —simbolizadas en el giro asiático— sembraron la confusión y la inseguridad entre sus socios, en vez de tranquilizarles.

A ello contribuyó además que Europa estaba preocupada con su propia crisis de la deuda soberana y su futuro. Y, mientras nuestra alianza flaqueaba, otras regiones del mundo con valores y modelos de gobierno distintos a los nuestros fueron aumentando su importancia geopolítica y económica.

Ahora que digerimos los resultados de las recientes elecciones europeas y la comunidad transatlántica sigue afrontando las nuevas amenazas de Rusia en Ucrania y otros lugares, es el momento de tomar serias medidas para revivir la relación. La existencia de una alianza transatlántica renovada es crucial para garantizar el predominio de nuestros valores en el mundo y la protección de nuestros intereses estratégicos y comerciales. Y la base deben ser tres pilares comunes: seguridad, prosperidad y diplomacia.

Seguridad común: la cumbre de la OTAN en Bruselas confirmó la respuesta inicial de la alianza a Rusia; la que se celebrará en Gales en septiembre permitirá redefinir sus propósitos para el futuro. Hace unos días, Obama presentó su idea de que la OTAN debe dejar definitivamente atrás su mentalidad de la Guerra Fría y emprender nuevas misiones dentro y fuera de las fronteras de Europa. Si la OTAN quiere contribuir a fortalecer Estados fallidos y combatir el terrorismo, debe definir sus prioridades, repartir las cargas y racionalizar las capacidades y visiones estratégicas. Una de las pruebas más urgentes es el aumento de los peligros en Libia. Después de una audaz intervención que acabó con Gadafi, la misión ha quedado inacabada. Y la inestabilidad en el país es una amenaza contra la seguridad en el norte de África y el sur de Europa. La OTAN debe redoblar esfuerzos para ayudar a Libia a combatir el terrorismo y construir instituciones democráticas.

Prosperidad común: el año pasado, Estados Unidos y Europa anunciaron la intención de formar una Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI, o TTIP en sus siglas en inglés), que sería el acuerdo de libre comercio más amplio de la historia y englobaría un tercio de la economía mundial. El ATCI no tiene un camino fácil, porque en las dos partes existe preocupación por la repercusión del ascenso de los partidos antisistema en las elecciones europeas y el populismo económico anticomercio en Estados Unidos. Debemos resolver esas diferencias políticas internas, porque a las dos partes les interesa enormemente fijar las normas que regulen la futura economía mundial. Nuestros servicios e industrias solo podrán prosperar y proporcionar un empleo bien remunerado que permita combatir la desigualdad de rentas si trabajamos unidos para difundir y hacer respetar unas normas comunes en todo el mundo.

Diplomacia común: a medida que adquieren más importancia los foros mundiales como el G-20 y las nuevas potencias como Brasil, India y China, Europa y Estados Unidos deben encontrar intereses comunes y definir una estrategia política y diplomática común para lograrlos. Tanto si queremos que las potencias emergentes asuman más responsabilidad en la seguridad y la prosperidad mundial como si deseamos que las instituciones de gobernanza mundial sean más eficaces, es indispensable contar con una estrategia transatlántica.

Como afirmó el presidente Obama la semana pasada, “Estados Unidos debe estar siempre en primera línea en el escenario mundial”. Pero Europa y Estados Unidos pueden conseguir más cosas si lo hacen juntos. Debemos ocupar la primera línea los dos. Si no, nadie más lo hará.

Matt Browne y Brian Katulis son investigadores titulares en el Center for American Progress. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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