La religión como arma de los Kim

Cuando Kim Il sung (el Gran Líder) ungió a su hijo Kim Jong II (el Querido Líder) como su sucesor, el periódico oficial de la dictadura de Corea del Norte dejó claro que ese acto no había sido un mero traspaso de poderes, sino una auténtica epifanía religiosa. «Gentes del mundo, si estáis buscando un milagro, venid a Corea», exhortaba el diario, identificando a los Kim con reencarnaciones del Padre y del Hijo en la Santísima Trinidad. Tres décadas después está en marcha una coronación seudorreligiosa similar, en la que Kim Jong Un, el hijo menor del Querido Líder, surge como heredero claro de una de las tiranías más despreciables del mundo.

Lo que hace a la dictadura norcoreana tan virulenta e inmune a cualquier antídoto es su combinación única de autocracia estalinista, historia feudal, misterio deliberado, impresionante brutalidad y falso simbolismo religioso. Muchos dictadores comunistas trataron de traspasar el poder a sus hijos, pero sólo los Kim han conseguido retenerlo durante dos, y ahora, al parecer, tres generaciones. La malévola brillantez de los dictadores de Corea del Norte ha consistido en fusionar religión y política en una poción poderosa como ninguna, opio del pueblo y estimulante a la vez. No se han limitado a remodelar la religión y aprovecharse de ella; ellos son la religión.

El sistema de creencias en el que se sustenta el régimen norcoreano es una curiosa mezcla de animismo, tradición patriarcal del confucianismo, pseudocristiandad y la ideología nacional de Juche, que se suele traducir por confianza en uno mismo, aunque bien podría definirse como solipsismo nacional xenófobo.

Culto a la personalidad es el término que se emplea con frecuencia para describir al régimen, pero no hace en modo alguno justicia a la categoría divina fabricada por y para los Kim y el puro peso de la imaginería religiosa que los envuelve y protege. No son simples mortales: los peregrinos que visitan el mausoleo de Kim Il Sung deben ser limpiados con cepillos automáticos para el calzado que eliminen todo resto de polvo contaminante de su ropa y preserven la santidad del santuario.

El énfasis tradicional del confucianismo en la deferencia debida al padre por el hijo se ha adaptado en Corea del Norte a la relación entre gobernante y gobernado. La obediencia a la autoridad superior no es un acto político, sino una obligación semirreligiosa.

Kim Jong Il nació en una base militar de Siberia, donde el mayor de los Kim (cuyos padres eran devotos cristianos) prestó servicio en el ejército soviético durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la versión oficial describe que Son nació en una humilde cabaña de madera en el Monte Paektu, la montaña sagrada y cuna del ancestro mítico divino del pueblo coreano. En el momento de su nacimiento, el cielo fue bellamente iluminado por una brillante estrella, por supuesto.

El pueblo llano norcoreano desconoce casi por completo cómo vive la dinastía gobernante. Los pocos datos que se filtran al mundo exterior hacen pensar en una falta de moderación de grado tal, que los déspotas del pasado habrían envidiado: ni siquiera Nerón envió a su cocinero personal a comprar caviar a Irán, beicon a Dinamarca o atún rojo a Japón.

A Occidente le resulta fácil burlarse de los estribillos manidos pero escalofriantes de los Kim. Mientras, Pyongyang ya está creando los iconos y cánticos de alabanza de una nueva deidad deliberadamente misteriosa. No hay casi nada seguro acerca de Kim Jong Un. Hasta su fecha de nacimiento y los caracteres para deletrear su nombre son objeto de debate.

Se han hecho unos 10 millones de fotografías del Joven General para colgarlas al lado de las del Gran Líder y el Querido Líder en todos los lugares públicos. Se han escrito poemas en su honor, además de un himno oficial con el portentoso título Pasos. Cuando llegue el momento, se distribuirán 24 millones de chapas para la solapa con la fotografía de Kim Jong Un para que todos los habitantes del país puedan mostrar una devoción obligatoria.

Occidente ha tratado a menudo de identificar a Corea del Norte como el mal. Sin embargo, está mucho más próxima a una monarquía absoluta medieval con tecnología nuclear del siglo XXI, un despotismo dinástico alimentado por el miedo racial y respaldado por una brutal religión estatal en la que el castigo por herejía es la muerte.

Los Kim han logrado algo único y horrible en la historia moderna: una despiadada fusión de las marcas distintivas de la tiranía de Oriente y Occidente y una subespecie de religión comunista que no tiene nada que ver con una auténtica creencia y muy poco con la ideología comunista. Ahora, el coro congregado con sus cerebros lavados está preparando sus hosannas para dar la bienvenida al recién llegado a esta Trinidad Profana: Kim el Padre, Kim el Hijo y, en una asombrosa proeza de manipulación religiosa, Kim el Nieto.

Ben Macintyre, historiador, escritor y columnista del diario Times.