La resaca electoral mexicana

Por Jordi Soler, escritor mexicano (EL PAÍS, 16/09/06):

Como el último acto de las vacaciones de verano, y con el ánimo de hacerme una idea propia de lo que está pasando en México, fui un viernes en la mañana a recorrer los campamentos que ha instalado López Obrador en el centro de la capital. La instalación no es ninguna broma. Buscando un parámetro en Barcelona, podría pensarse en un campamento que empezara en la plaza de Catalunya, siguiera por el paseo de Gracia y después por la avenida Diagonal hasta el Camp Nou, invadiendo con carpas y casas de campaña todos los carriles por donde circulan los coches. El motivo de estos campamentos que desde hace semanas tienen sumida en el caos a la ciudad de México es, como se sabe, la protesta de López Obrador, y sus seguidores, por el resultado de las elecciones presidenciales que, desde su punto de vista, han sido un gran fraude.

Aquel viernes husmeé en las tiendas de campaña que abarrotan el Zócalo, la plaza principal de la ciudad, y vi con aprensión que ese lugar, que suele estar a los cuatro vientos, se ha convertido en un zoco desbordado de lonas, toldos y casuchas, con sus pasadizos laberínticos y su olor a caldo en ebullición y a cuerpos dormidos. Luego caminé por Madero, una calle que, no se si por accidente o por pura paradoja, está llena de joyerías y de tiendas que venden metales preciosos que hoy colindan con ese zoco de carpas y lonas donde se protesta permanentemente por el fraude electoral, se proyectan documentales y películas, y se venden souvenirs con la cara de López Obrador. Después caminé por la avenida Juárez y seguí por el paseo de la Reforma rumbo a Chapultepec, mirando con mucho asombro la parálisis en la que los campamentos han sumido al Palacio de Bellas Artes, a los hoteles y a los restaurantes, y a los demás negocios que antes de este plantón, arbitrario e histórico, gozaban del privilegio de estar en la avenida más prestigiosa del país.

A esta experiencia, más bien sombría, fui sumando lo que oí durante un mes en todas las mesas en las que me senté a comer o a cenar, y también lo que fui leyendo en periódicos mexicanos, estadounidenses y europeos. No se sabe si esta protesta masiva evolucionará en algo más grave, o si simplemente irá perdiendo fuerza y se irá deshilachando, pero lo cierto es que lo que hoy se ve y percibe en esos campamentos es un adelanto, un escalofriante preview, de lo feas que pueden ponerse las cosas en ese país que, por si tuviera poco con lo que sucede en la capital, tiene otro punto de conflicto en Oaxaca, donde todas las semanas hay tiros, coches incendiados y enfrentamientos con la policía.

Pase lo que pase, en México ya pasó algo: la sociedad ha quedado dividida. En cada mesa se discute, con preocupante violencia, si Felipe Calderón ganó legalmente o montado en un fraude, o si a López Obrador le queda algún flanco razonable o si ya se le fueron todas las cabras al monte. La respuesta a estas preguntas no es tan sencilla como se ha planteado, en general, en la prensa europea, donde el triunfo de Felipe Calderón por unos cuantos votos de diferencia, fue tomado sin más como una victoria, como si las elecciones hubieran sido en Alemania, y no en México, un país que cuenta con un inconcebible historial de fraudes electorales y donde las instituciones gubernamentales, incluidos los jueces, nunca han gozado de la confianza de la gente.

Vayamos a la base de la pirámide: en México, y esto lo sabe cualquiera que haya visitado con detenimiento el país, cuando te saltas un semáforo en rojo y te detiene un policía, basta con darle dinero para que te deje ir sin pagar la multa. Este sistema de coexistencia con la autoridad, se reproduce hacia arriba en cualquier ámbito y en todos los niveles, hasta llegar a la parte superior de la pirámide. México es un país donde, salvo honrosas excepciones, si se tiene dinero o poder se puede vivir al margen de la ley. Tenemos ex presidentes, ex ministros, ex gobernadores, ex jefes de la policía que han saqueado al país y que hoy se pasean tranquilamente por las calles sin que ninguna autoridad, y desde luego ningún juez, les finque ninguna responsabilidad. Toda esta gente, más los empresarios que se han visto favorecidos por ellos, son en última instancia, más allá de la delirante batalla poselectoral, los responsables de que el país esté hoy dividido en dos y de que la ciudad esté estrangulada por los campamentos.

La desigualdad que han producido décadas de corrupción, abusos y saqueos, queda muy bien representada en este dato: México es un país con más de 40 millones de pobres que produce, cada sexenio, dos o tres multimillonarios. Este país, con tantos pobres como habitantes tiene España, cuenta ahora con 11 individuos en la lista de los hombres más ricos del mundo que publica la revista Forbes. Voy a poner un ejemplo extremo: de haber sucedido en México, el escándalo de la corrupción en Marbella hubiera sido una noticia secundaria.

Aun cuando López Obrador sea un líder mesiánico y arbitrario, y sus campamentos sean un atentado contra la ciudadanía, también es cierto que en la elección hubo irregularidades, algunas nada menores, como el apoyo flagrante de la maquinaria estatal al candidato del partido que gobierna. Las corruptelas, los abusos y los chanchullos que carcomen a México desde hace décadas, quizá siglos, más la cantidad de veces que hemos visto a un juez decidir orientado por el matiz político del caso, hacen que sea muy difícil confiar en el veredicto de siete jueces que pertenecen al aparato de Gobierno de Vicente Fox, y que deben estar sometidos a todo tipo de presiones.

El asunto, como dije, no es sencillo, la solución no es tan simple como declarar triunfador a Calderón y que López Obrador asuma su derrota. Sobre el próximo presidente de México planeará, durante los siguientes seis años, esta sombra.