La resiliencia de la economía europea

El Banco Central Europeo visto desde el puente Osthafen de Fráncfort (Alemania). Foto: cmophoto.net (@cmophoto).
El Banco Central Europeo visto desde el puente Osthafen de Fráncfort (Alemania). Foto: cmophoto.net (@cmophoto).

Desafiando a todos los agoreros, las economías de la UE (el Reino Unido es otra historia) se están comportando mucho mejor de lo esperado. Según las estimaciones de la Comisión Europea, el crecimiento en 2022 ha superado el 3% (más de medio punto porcentual por encima de las previsiones de verano), el desempleo se sitúa en un mínimo histórico del 6,5% y la producción industrial ha caído mucho menos de lo esperado. La economía europea está mostrando una enorme resiliencia.

Esto no significa que la UE no se enfrente a un invierno difícil. Prácticamente desconectados de los suministros energéticos rusos, algunos países europeos pueden caer en recesión en 2023 y la inflación probablemente se resistirá a bajar. Pero a diferencia de las crisis anteriores (la catástrofe económica inducida por el COVID-19 de 2020 y la crisis financiera global y del euro de 2008-2012), esta contracción económica, si se produce, será probablemente leve y breve. Y España, seguramente, logrará sortearla.

El colapso económico que no fue

Las economías europeas tardaron más en recuperarse del impacto de la pandemia en 2021 que EEUU. Pero cuando el crecimiento empezó a repuntar, la invasión rusa de Ucrania a finales de febrero inundó de pesimismo las previsiones macroeconómicas. Alemania y sus vecinos habían basado su prosperidad en una combinación de gas ruso barato y exportaciones a China. El vínculo ruso se cortó súbitamente y la relación con China, aunque todavía intensa, debe ser reconsiderada en un contexto de rivalidad geopolítica entre grandes potencias. Además, con la inflación en niveles ya elevados debido a años de políticas monetarias y fiscales expansivas, las perspectivas económicas el pasado verano eran muy sombrías. Algunos hablaban incluso de un resurgimiento de la estanflación de los años 70.

Sin embargo, la economía ha resistido mucho mejor de lo esperado. No cabe duda de que la combinación de la guerra en Ucrania –que desencadenó un fuerte aumento de los precios de la energía, los alimentos y las materias primas al tiempo que incrementó la incertidumbre– y la política COVID cero de China –que ralentizó el crecimiento en toda Asia– han sido duros golpes para todo el mundo, pero sobre todo para Europa. Pero los países de la UE han tomado buenas (y rápidas) decisiones de política económica y energética. Y, además, han tenido algo de suerte.

En primer lugar, se ha aplicado una buena política fiscal expansiva para amortiguar el golpe de la subida de los precios energéticos. Además de las cuantiosas inversiones de los programas Next Generation EU, que avanzan a buen ritmo, todos los gobiernos han tomado medidas para proteger a los ciudadanos y las empresas más vulnerables. Esto ha hecho posible que la inversión y el consumo no se hayan reducido drásticamente, aunque también hay que subrayar que dichas ayudas no pueden mantenerse de forma indefinida.

En segundo lugar, la política monetaria, aunque más restrictiva que en el pasado, ha seguido manteniendo un tono expansivo (los tipos de interés reales siguen siendo negativos). Con una Reserva Federal estadounidense mucho más agresiva a la hora de restringir la liquidez, el euro se ha depreciado frente al dólar, favoreciendo las exportaciones de la eurozona (el euro ha recuperado terreno recientemente, pero sigue “barato”). Además, el “limitado” aumento de los tipos de interés no ha generado reducciones sustanciales del crédito, problemas en los balances bancarios ni un desplome del mercado inmobiliario. El inconveniente ha sido la persistencia de la inflación, que ya ha tocado techo en EEUU, pero seguramente no en la eurozona, y que podría requerir una contracción monetaria más agresiva y prolongada durante 2023.

En tercer lugar, los precios de la energía y las materias primas han vuelto a niveles más razonables, en parte porque la política de COVID cero en China –que ya se está abandonando– ha reducido la demanda asiática. El gas, aunque todavía muy caro en la mayoría de los países (no tanto en España y Portugal por la excepción ibérica), ha pasado de 340 euros por megavatio/hora en noviembre a menos de 100 en la actualidad. Y el petróleo ya está a los niveles que tenía cuando Rusia invadió Ucrania. Todo esto ha aliviado la presión sobre las economías europeas. Además, las medidas para sustituir el gas ruso por gas natural licuado, proveedores alternativos y, sobre todo, ahorro energético, han funcionado notablemente bien. Como resultado, las economías europeas probablemente afronten el invierno de 2023 con reservas suficientes para evitar cortes de energía, sobre todo si las temperaturas son suaves y las centrales nucleares francesas continúan aumentando la producción (podrían surgir problemas en el invierno de 2024, pero eso aún está lejos).

Pero la respuesta europea en materia energética y climática ha ido mucho más allá y ha entrado de lleno en el terreno de la geopolítica. Además del paquete RePowerEU, la UE acordó un embargo sobre el carbón y el petróleo rusos, un tope de precios para las exportaciones rusas de petróleo y, tras intensas negociaciones, llegó a la histórica decisión de comprar conjuntamente el 15% de su gas en 2023 y aplicarle un tope de precios. La UE adoptó también una reforma integral del régimen de Comercio de Derechos de Emisión (ETS, por sus siglas en inglés) para reducir aún más las emisiones de gases de efecto invernadero. Al mismo tiempo, puso en marcha el polémico mecanismo de ajuste en frontera para las emisiones de carbono (CBAM, por sus siglas en inglés), que pretende asegurar una competencia justa entre las empresas europeas que producen con elevados estándares medioambientales y las extranjeras que son menos estrictas mediante un “arancel verde”. Aunque el CBAM entrará en vigor lentamente y podría dar lugar a nuevas guerras comerciales, también puede convertirse en otro caso del “Efecto Bruselas”, según el cual el liderazgo regulatorio de la Unión termina por adoptarse en otros países. Esto sería clave para luchar de forma efectiva contra el cambio climático.

Por último, a pesar de la ralentización del crecimiento económico, la subida de los tipos de interés y un gobierno de extrema-derecha eurocrítico en Italia, no hay signos de fragmentación financiera en la zona euro ni tensiones en el sector financiero que puedan desencadenar problemas de deuda soberana. De hecho, los mecanismos establecidos para evitar crisis financieras en la eurozona en la última década, junto con el nuevo papel que el BCE está desempeñando en los últimos años como prestamista de última instancia, parecen haber convencido a los inversores de que la moneda única está aquí para quedarse.

En definitiva, el año 2023 traerá importantes retos económicos y geopolíticos para Europa. La guerra en Ucrania está lejos de terminar; la inflación –sobre todo la subyacente– se resiste a bajar, las gigantescas subvenciones estadounidenses para acelerar la transición energética amenazan con desindustrializar partes de Europa y, poco a poco, los mayores costes de financiación derivados de las subidas de tipos de interés harán mella en los presupuestos públicos y dificultarán la inversión. Pero, por el momento, la economía europea está aguantando el tipo.

¿Qué hacer ahora?

La economía europea se está comportando mejor de lo esperado, pero se enfrenta a graves retos estructurales. Los líderes europeos deberían aprovechar esta coyuntura para replantearse su modelo de crecimiento y mejorar su gobernanza económica. Esto permitiría reforzar la tan deseada autonomía estratégica europea.

La estrategia de austeridad y exportaciones que los países europeos utilizaron para salir de la crisis financiera y del euro hace 10 años es muy difícil que pueda repetirse. La tendencia al proteccionismo y la desglobalización, la fragilidad del sistema multilateral de comercio y la oposición interna a la austeridad en la mayoría de los países europeos la convierten en políticamente inviable. Además, la UE sólo podrá prosperar en un mundo de competencia entre grandes potencias y tensiones geopolíticas si profundiza su integración política, invierte más en una política industrial que acelere las transiciones digital y energética, y desarrolla una política exterior y de seguridad más sólida.

Un elemento esencial de esta transformación pasa por tener reglas fiscales más flexibles, endeudamiento conjunto a escala europea y una capacidad fiscal permanente para financiar bienes públicos europeos que fortalezcan a la unión. Estos cambios tan drásticos nunca se han puesto explícitamente sobre la mesa, tanto porque los rechazan quienes se oponen a una “Unión cada vez más estrecha” como porque pueden exigir un cambio en los tratados, que se considera tabú en muchas capitales. Pero con una guerra en suelo europeo, EEUU y China reforzando sus políticas industriales con cuantiosos subsidios, y una economía europea que ha demostrado su resistencia y que aún dispone de espacio fiscal (la ratio de deuda respecto al PIB en la eurozona es más de 20 puntos porcentuales inferior a la de EEUU), Europa tiene una oportunidad única de dar un ambicioso salto adelante. Para ello, debe pasar del enfoque alemán de una economía pequeña y abierta que se comporta como precio-aceptante a un enfoque de corte más anglosajón, de una economía globalizada con una fuerte demanda interna y capacidad para configurar el orden económico internacional.

Federico Steinberg es investigador principal del Real Instituto Elcano, profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid, y Asesor Especial del Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad y Vice Presidente de la Comisión Europea Josep Borrell.

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