La resistencia de Frankenstein

Fue Alfredo Pérez Rubalcaba quien llamó "Gobierno Frankenstein" a los planes que tenía Pedro Sánchez hace ya algunos años para buscar el apoyo de los separatistas catalanes y vascos y echar a Mariano Rajoy del Gobierno. Se refería Rubalcaba a la novela de Mary Shelley sobre un científico que, uniendo elementos dispares de diferentes cadáveres, forma un cuerpo humano al que da vida mediante descargas eléctricas. Este ser humano artificialmente creado, adquiere iniciativa propia, es sumamente violento y constituye un verdadero quebradero de cabeza para Víctor Frankenstein, su creador. Llega a exigirle que cree un segundo monstruo, éste del sexo femenino, para poder así aparearse y reproducirse. No se trata de contar aquí la historia sino de explicar qué quería decir Rubalcaba con esta aparentemente extraña denominación para referirse a los planes de Sánchez. Lo que quiero subrayar aquí es que, como en la novela, el monstruo heterogéneo finalmente tomó cuerpo en las Cortes por medio de una descarga eléctrica llamada moción de censura a finales de mayo de 2018. Fue la primera moción de censura que se ha llevado a cabo con éxito en nuestra democracia, precisamente porque Sánchez, como Frankenstein, había llevado a cabo cuidadosamente el ensamblaje de las diversas piezas constitutivas del monstruo.

La resistencia de FrankensteinEl engendro era algo más que un Gobierno: era una abigarrada coalición de elementos dispares cuyo único punto en común era la intención de arrebatar el poder al Partido Popular y mantenerlo alejado mientras ellos, gobierno socialista y abigarrada coalición, forcejeaban por lograr los diversos y contradictorios fines que les habían llevado a coaligarse. Parecía lógico que, una vez apartado del poder el PP, Sánchez hubiera formado un Gobierno provisional para convocar elecciones, dado lo artificial y antinatural de la coalición de la moción de censura y la falta de apoyo parlamentario de que disfrutaba, para que las urnas convalidaran (o no) este inesperado giro político. Pese a que Sánchez había prometido hacer esto, una vez en el poder y nombrado su Gobierno, se aferró con firmeza al banco azul al tiempo que emitía mensajes contradictorios acerca de la duración que otorgaba al gabinete. Era evidente que estaba improvisando y que en su cabeza formulaba una frase semejante a la de Madame Buonaparte, madre de Napoleón, que viéndose convertida en un personaje en la corte imperial de su hijo, decía ingenuamente a quien quería escucharla: "Pourvu que ça dure...", es decir, "Mientras esto dure ...".

Pero igual que a Víctor Frankenstein, el monstruo recién creado planteaba a Sánchez problemas cada vez más difíciles de resolver y le daba innumerables quebraderos de cabeza. Especialmente molestas eran las exigencias de los separatistas catalanes, aunque las de los vascos tampoco eran grano de anís, mientras que las socias de Unidas Podemos estaban dispuestas a llevar a cabo tareas auxiliares de mediación, pero más de una vez se pusieron respondonas y exigieron trato preferencial. Las tensiones en la coalición, en especial las exigencias de J. Torra en Pedralbes, la derrota del PSOE en Andalucía y el tono amenazador de la oposición convencieron por fin a Sánchez en diciembre de que había que tratar de librarse del monstruo acudiendo a elecciones que dieran fuerza al Partido Socialista para rechazar sus exigencias y le permitieran, si no gobernar con mayoría, sí hacerlo en coalición con un solo socio (que sólo podía ser Unidas Podemos o, más lejanamente, Ciudadanos). Todo dependería, naturalmente, del reparto de escaños.

Pues bien, las elecciones han tenido lugar, y el Partido Socialista las ha ganado, en el sentido de que ha aumentado muy considerablemente su número de escaños y de votos, muy por encima de sus rivales. Pero, como en el famoso y brevísimo cuento de Augusto Monterroso, "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Tampoco a Frankenstein le fue fácil dar esquinazo al monstruo. A pesar de los alborozos de rigor en la noche electoral, la victoria ha dejado muchas cosas sin resolver (no voy a emplear el adjetivo pírrica por respeto al lector). Quizá la principal de estas cosas irresueltas sea que la verdadera victoria electoral del día 28 de abril ha sido la de los separatistas, que, ellos sí, han visto claramente reforzadas sus posiciones. En esto la reciente elección recuerda a la del 15 de marzo de 2004, cuando el triunfo de los socialistas vino también acompañado del de nacionalistas de todo pelaje y latitud. ¿Recuerdan ustedes cómo acabó todo aquello?

La verdadera victoria para el PSOE ha sido el hundimiento de su eterno rival, el PP. En cuanto al número de escaños (que fuimos viendo bajar a medida que avanzaba el recuento y que quedó muy lejos de las obsequiosas predicciones de Tezanos), resultó ser de 123, exactamente el que obtuvo el PP de Rajoy en 2015, que éste desdeñó tomar como base para formar gobierno, y que condujo, tras largos conciliábulos, invectivas y reproches, a repetir las elecciones en 2016. Claro que para Rajoy aquella cifra de 123 era un fracaso después de haber tenido cuatro años de mayoría absoluta; esta misma cifra, en cambio, parece un gran triunfo del PSOE después de tres años resistiendo con 84 diputados. Se da el problema añadido de que los votos que han permitido al PSOE crecer en 39 escaños son en gran parte a expensas de la fiel escudera Unidas Podemos, que ha perdido 29 escaños, de modo que a la ansiada coalición de izquierdas siguen faltándole bastantes diputados (11) para alcanzar la mayoría absoluta. Es decir, los votos de los nacionalistas siguen siéndole a la izquierda necesarios para gobernar. Parafraseando a Monterroso, tras las elecciones, el monstruo de Frankenstein todavía está aquí.

Y con el monstruo están todas las exigencias disparatadas e incompatibles que llevaron a Sánchez a romper la baraja el pasado diciembre y convocar elecciones. De momento, los tenaces pensionistas ya se han manifestado en su escenario favorito, Bilbao, para reclamar que, aprovechando la debilidad del Gobierno, se le exija el blindaje del poder adquisitivo de las pensiones con el índice de precios. Es bien sabido que esto llevaría el sistema a la quiebra en pocos años y que la única manera de evitarlo sería emprender una reforma a fondo que casi inevitablemente exigiría sacrificios más bien que blindajes. El anterior Gobierno de Sánchez, el de la moción de censura, prometió ambiguamente que llevaría a cabo el blindaje, y para Unidas Podemos se trata de un compromiso irrenunciable. Este es uno de los muchos laberintos que esperan al triunfante Partido Socialista en cuanto forme Gobierno.

El mayor laberinto de todos es, por supuesto, el del separatismo, en especial el catalán, que ahora viene crecido después de la rotunda victoria de Esquerra. Naturalmente, sus 15 escaños no le dan derecho a sacar de la cárcel a su líder y otros dirigentes, pero bien presionarán para que así sea de un modo o de otro. Esto implicaría infringir la ley o, en el mejor de los casos, conceder un indulto que ofendería a muchos. Pero esta no es, ni mucho menos, la única exigencia de un recrecido separatismo. Quieren que se acceda a su pretensión de un referéndum solamente en Cataluña sobre su independencia (por cierto, un pequeño aparte: ¿no sería más democrático y constitucional un referéndum en toda España sobre la autonomía de Cataluña?), y es evidente que lo quieren ahora, porque difícilmente pueden encontrar mejores condiciones en el futuro.

Pero hay muchos laberintos más: la financiación de todas las dádivas prometidas por el PSOE en esa campaña electoral gubernamental que ha llevado a cabo hasta el mismo día de las elecciones promete dar muchas noches de insomnio a las ministras de Economía y de Hacienda. El crecimiento de la Deuda Pública adquiere ritmos alarmantes y va camino de alcanzar el fatídico 100% del PIB. El repunte del paro en el primer trimestre de 2019 marca una ruptura de la tendencia al descenso de varios años. Podemos y el PSOE han venido negando que esto tuviera relación con el gran aumento del salario mínimo, pero últimamente ya no hablan del tema. Están también las inminentes exigencias del separatismo vasco. Y un largo etcétera...

Después de cometer horrendos crímenes, el monstruo de Frankenstein huyó al Polo Norte y prometió inmolarse a lo bonzo. En la novela no queda claro si lo hizo. Al monstruo español, por nuestra parte, le acabamos de dar cuatro años más de vida.

Gabriel Tortella es economista e historiador. Sus últimos libros son Capitalismo y Revolución y Cataluña en España (con J.L. García Ruiz, C.E. Núñez, y G. Quiroga), ambos editados por Gadir.

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