La Resistencia y Hollywood

Fue Bertolt Brecht quien dejó escrita en su día la constatación «Pobre el país que necesita héroes». Y, efectivamente, la Alemania de hace ahora 65 años era un país pobre y desdichado que urgentemente necesitaba un héroe que acabara con la dictadura, el holocausto y la guerra, salvando así la vida de millones de personas. Necesitaba un héroe que finalizara con éxito lo que el carpintero comunista Georg Elser ya había intentado en noviembre de 1939: depositó una bomba en la cervecería 'Bürgerbräukeller' de Múnich donde Hitler celebró con toda la plana mayor del Partido Nacionalsocialista el aniversario de su fallido golpe de Estado de 1923. El dictador se salvó de milagro pues había abandonado el local diez minutos antes de la detonación. Su autor fue capturado, encerrado y torturado en el campo de concentración y ejecutado años más tarde en 1945, pocos días antes del suicidio del propio Hitler.

El atentado del 20 de julio de 1944, perpetrado por el teniente coronel de la Wehrmacht conde Claus Schenk Graf von Stauffenberg como brazo ejecutor de un grupo de altos mandos militares opuestos a Hitler, tuvo un desenlace similar: el dictador se salvó por un cúmulo de circunstancias fortuitas -la reunión se celebró en una sala con las ventanas abiertas por el gran calor, y no en el búnker como estaba previsto-, el golpe de Estado fracasó y sus responsables fueron descubiertos, detenidos y ejecutados. El monstruo del nacionalsocialismo alemán, fuertemente herido y debilitado después de la derrota de Stalingrado, pudo prolongar su agonía durante casi un año más, devorando todavía la vida de millones de ciudadanos en las trincheras, los campos de concentración o en la retaguardia. En este dramático contexto del sangriento fin de la guerra, la gesta de Stauffenberg adquiere un significado todavía más singular y heroico que la intentona de Elser. Por ello, Alemania cada 20 de julio rinde homenaje a Stauffenberg y sus compañeros recordándoles como unos de los pocos alemanes que osaron oponerse a la dictadura pagando por su coraje y valentía con la muerte.

Ahora el director americano Bryan Singer ha descubierto la figura del teniente coronel alemán para rodar el primer filme de Hollywood sobre la resistencia alemana contra la dictadura nacionalsocialista. Nada menos que Tom Cruise ha sido el elegido para dar vida cinematográfica al malogrado conde alemán. Los guionistas Christopher McQuarrie y Nathan Alexander, además de insistir en rodar en los lugares originales en Berlín, se dejaron asesorar por el historiador germano-canadiense Peter Hoffmann, uno de los mejores conocedores de Stauffenberg y de la historia de la Resistencia. Todo estaba preparado, pues, para la realización de una gran película taquillera. De hecho, la taquilla sí parece funcionar: en Estados Unidos, donde la película lleva más tiempo en la cartelera que en Europa, ha recaudado ya más de 75 millones de dólares.

Y, efectivamente, 'Valkiria' no es una mala película. Pese a que Cruise no convence en su papel, la mayoría de los demás actores hacen muy creíbles sus respectivos personajes. Los guionistas han hecho un buen trabajo de reconstrucción histórica: buena parte del filme se parece casi a un documental que refleja el desarrollo de los hechos fielmente hasta en los detalles, sin que por ello la narración y el suspense pierdan intensidad y ritmo. Su punto culminante son, sin duda, las dramáticas horas siguientes al atentado hasta el aborto definitivo del golpe de Estado por las fuerzas fieles al régimen, facilitado también por la deserción a última hora de una de las personas claves, como el mayor Remer, quien, cuando iba a detener a Goebbels, cambió de parecer tras escuchar la voz de Hitler por teléfono.

Sin embargo, el filme de Singer no es una buena película porque, pese a la labor de los guionistas y su asesor, desde el punto de vista histórico adolece de un defecto grave: nos presenta a un héroe tan plano, tan bueno, tan admirable y tan ejemplar que el Stauffenberg de Cruise se convierte al final en una caricatura simplista del personaje original, mucho más complejo, mucho más contradictorio de lo que Cruise y Singer lo sugieren. Fiel a los detalles, el contexto en el que Stauffenberg y sus conspiradores actuaron, sus ideales, sus motivos y sus proyectos de futuro quedan tan cepillados que lo que se ve en la cinta son muchos árboles, pero no el bosque.

Para empezar, nada se cuenta del pasado de Stauffenberg. Como muchos intelectuales de origen aristocrático aborrecía la República de Weimar, el parlamentarismo y los partidos políticos. Frecuentaba el círculo en torno al poeta Stefan George, quien abogaba por la superación del materialismo weimariano y la recuperación de la verdadera espiritualidad germánica a través de la restauración de los valores y sistemas políticos medievales en un Imperio Alemán que llevaría la cultura y civilización al resto de los pueblos europeos. Antes de la Machtergreifung (toma de poder) de Hitler, Stauffenberg creía reconocer en el carismático líder y su movimiento el instrumento adecuado para lograr la revitalización espiritual de Alemania, para lo que compartía también la idea sobre la necesidad de la eliminación de la influencia judía en la raza alemana, aunque se oponía al empleo de la violencia en esta tarea. Su apoyo abierto a la elección de Hitler como presidente del Imperio en 1932 y su participación en la gran manifestación en la noche del 30 de enero de 1933 tras el nombramiento de Hitler como canciller fueron actos coherentes con su pensamiento político. Todos estos antecedentes, imprescindibles para conocer el personaje del conspirador, son silenciados en la película.

En el trascurso de la guerra, empero, pronto las creencias y convicciones morales de Stauffenberg -un 'mix' de humanismo cristiano, sentido de honor aristocrático-militar, admiración por la Grecia clásica y la poesía romántica alemana- entraron en contradicción con la cruda realidad de un régimen totalitario, cuya máquina militar y represiva no conocía límite alguno en su alocada carrera por la conquista y sumisión del resto del mundo. Definitivamente, su presencia en el frente del Este le permitió observar in situ los crímenes cometidos por los militares alemanes y consolidar su convicción de que Hitler estaba traicionando los valores no sólo del Ejército alemán, sino al pueblo alemán en general. Había llegado la hora de recuperar la buena reputación de los militares y, por ende, de todos los alemanes.

Sin embargo, Stauffenberg no tenía una idea clara sobre cuál iba a ser la alternativa al régimen nacionalsocialista. Por ello, la escena en la película en la que se reúne por primera vez con los otros altos mandos militares, que aparecen viejos y atontados (Beck, Goerdeler, Von Witzleben y otros), para discutir sobre el golpe y la Alemania post-Hitler, se desarrolló en realidad de forma muy diferente: no fue el joven Stauffenberg quien tuvo que aclararles cómo actuar y para qué, sino que él llegó como novato a un círculo de militares veteranos que, como Beck o Goerdeler, llevaban ya años pensando y preparando un golpe de Estado. Lo que faltaba era simplemente el hombre dispuesto a asumir la responsabilidad personal de ejecutar el plan de matar a Hitler. Tras la eliminación del dictador, a través de la movilización del ejército de reserva y de los contingentes militares comandados por alguno de los conspiradores, había que neutralizar las estructuras del partido, de la Gestapo y de las SS para, a continuación, instalar un gobierno de transición cuya máxima prioridad sería negociar con los aliados el fin inminente de la guerra, evitar una capitulación incondicional y defender la integridad de un Estado alemán en las fronteras de 1914, incluidos el país de los sudetes o Austria.

Como se ve, Stauffenberg y sus colegas seguían siendo nacionalistas alemanes que no veían con malos ojos la idea del expansionismo militar de Hitler, pero se oponían a sus consecuencias inhumanas (holocausto y masacres) y su estrategia contraproductiva (acumulación de demasiados frentes simultáneos). Además, existe un amplio consenso entre los historiadores a la hora de constatar que, si bien Stauffenberg y los hombres de la 'Operación Valkirira' eran abnegados y valientes activistas antifascistas, no por ello eran también demócratas: demasiado pesaban sus aversiones contra el parlamentarismo, los partidos políticos y la 'mentira de la igualdad' (cf. el juramento de los conspiradores) como para poder imaginarse el futuro de Alemania como una democracia parlamentaria, tal y como a partir de 1949 iba a regir al menos en una parte del -entonces dividido- país.

Concluyendo, y volviendo a las palabras de Brecht, Stauffenberg era sin duda el héroe que Alemania -y el mundo- necesitaban en 1944, y habrían necesitado mucho antes. Sin embargo, fue un héroe humano, complejo y contradictorio, no el héroe unidimensional y plano de Singer y Cruise. Como héroe humano debe ser recordado y homenajeado, también en el cine. Sólo el hecho de haber sido uno de los pocos opuestos a la locura colectiva de la inmensa mayoría de sus compatriotas y haber arriesgado y pagado con su vida justifican este tratamiento. Su memoria, empero, no puede ser mutilada por las exigencias cinematográficas de construir un héroe inmaculado, impecable, la encarnación del bien, el protagonista con el que cualquiera pueda identificarse. Además de no ser justos con la persona y la trayectoria de Stauffenberg, tampoco lo seríamos con nuestra democracia parlamentaria, que tiene otras raíces.

Ludger Mees, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EHU.