La ¿retirada? de Afganistán

En Europa se sabía que Trump era un presidente poco preparado, bastante tramposo y, sobre todo, muy populista: supeditaba todo al corto plazo, sacrificaba el futuro a medio y largo plazo, por el presente cercano e inmediato: aquí, ahora y para mí.

Quizás la expresión más completa y comprensiva de ello se manifestaba en su famoso «America first». Con ello liquidaba una tradición secular de la política americana: la de considerar a los Estados Unidos como la «nación indispensable» para garantizar la paz en el mundo, en otras palabras, la voluntad de ser el policía global, como antes lo había sido el Imperio Británico. Ello, desde luego, implicaba renuncias y sacrificios en el corto plazo, a cambio de disfrutar, a ojos de todo el mundo, de una posición única e incomparable (que también le reportaba ventajas de todo tipo).

Con todo, quizás lo peor de la presidencia de Trump fue la división (por ahora irreconciliable) que originó en la sociedad americana y cuya expresión más acabada y vergonzosa fue el ataque al Capitolio (acontecimiento que hasta ahora parecía exclusivo de las repúblicas bananeras).

Por todo ello, la llegada de Biden a la presidencia fue acogida en Europa como un retorno a la cordura, a la razón. Queríamos creer que Trump había sido una excepción, un mal sueño, y que con Biden volvíamos a la senda tradicional de defensa del orden internacional liberal y, en definitiva, de los valores de la civilización occidental.

Por ello, la precipitada y vergonzante retirada de Afganistán nos ha dejado tan estupefactos que al principio ni siquiera nos lo podíamos creer: ¡El policía global saliendo de un piso como un vulgar ratero!

No son sólo los daños que se están produciendo ya, lo peor está por venir: ¿Qué será de los países que han buscado la protección de Estados Unidos, desde Polonia a Corea del Sur, especialmente de los que se encuentran en las ‘zonas de influencia’ de Rusia y, sobre todo, de China?

¿Qué fiabilidad va a tener Estados Unidos para socios tan importantes como Japón y Australia? Y ello por no hablar de la vieja e indefensa (salvo las dos naciones con disuasión nuclear) Europa. En este punto no podemos olvidar a la Alianza Atlántica que después de jugar un papel fundamental en la Guerra Fría (1945-1991) haciendo posible que Europa se olvidara de su propia defensa, se ha pasado treinta años tratando de encontrarse una nueva función y descubre que su utilidad desaparece en la nueva situación obligando a los países europeos a buscarse una nueva ubicación y quién sabe si también unos nuevos aliados.

Que un país con la superioridad económica, tecnológica y, sobre todo, militar que tienen los Estados Unidos se comporte de un modo tan vergonzante con sus aliados y dé unas señales de debilidad tan claras a sus adversarios (reales o potenciales) no puede tener sino consecuencias catastróficas, salvo que con toda urgencia se vuelva al camino que deseamos los partidarios y defensores de lo que se ha llamado la civilización occidental y el orden internacional.

Desde el fin de la Guerra Fría Estados Unidos ha sido el ‘hegemón’, si no querido, sí temido y respetado por todos y también provocado (nunca como en el caso del 11 de septiembre). Pero siempre había reaccionado aunque, a veces, según algunos, en exceso. Podía haber dado sensación de ‘pre-potencia’, nunca de ‘im-potencia’. Sin embargo, ahora sí la ha dado, tanto para la opinión pública interna, como para la internacional. Por lo tanto, es previsible que ahora haya más provocaciones, o al menos intentos de poner a prueba la capacidad y la voluntad norteamericana de reaccionar. El mundo será previsiblemente menos seguro y la seguridad es, como sabemos, condición indispensable para el crecimiento económico (de los norteamericanos y de todos); el mundo será menos seguro y menos próspero, por lo que es muy urgente responder a la pregunta de si esta retirada es una excepción, un paréntesis en la ya tradicional política exterior de considerarse y ser considerada «la nación indispensable» o si por el contrario es un verdadero punto de inflexión y Estados Unidos ha decidido dejar de ser la «nación indispensable» y pasar a ser uno más en el concierto de las naciones.

Lo dicho vale para todos y también para la potencia emergente que aparece en el horizonte (cada día más cercano) como la única capaz de desafiar la hegemonía norteamericana. No se sabe cuándo la China será capaz de igualar el poderío económico, tecnológico y militar de Estados Unidos, pero cuando ese día llegue, el riesgo de conflicto será mayor. La retirada de Afganistán hace que ese día esté más próximo.

Por último, en la larga historia de la humanidad, nos estamos acercando por primera vez a los límites de nuestra propia sostenibilidad. El agotamiento de materias primas, incluyendo el agua; la emisión de gases nocivos a la atmósfera y el propio cambio climático son desafíos que aconsejan, si no es posible un gobierno mundial, sí al menos un mundo con un liderazgo claro, mucho mejor que dos o varias potencias compitiendo por ese liderazgo.

Si el, hoy por hoy, indiscutible liderazgo de Estados Unidos se empieza a cuestionar, estaremos en peores condiciones para afrontar esos desafíos. La retirada de Afganistán nos aproxima a ese cuestionamiento.

Eduardo Serra Rexach fue ministro de Defensa.

1 comentario


  1. Sr. Serra, es la dialéctica entre aislacionismo o expansionismo y, parece, que ahora se retorna al primero, sea con los alcones republicanos o las palomas demócratas. Sí, lo de los primeros meses de la presidencia de Biden fue un fenómeno ilusorio, sobre la persona de este presidente porque sobre el contexto de su acceso a la presidencia, que en lo que Ud. no entra -sí en las miserias del anterior presidente-, ya había suficientes pistas de carácter más bien insalubre. Acaso tengamos ocasión de adquirir mayor noción al respecto en el caso de que tenga que ser sustituido.

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