La revancha socialdemócrata

La izquierda está poniendo en marcha dos conceptos, “reconstrucción” y “nueva normalidad”, después de haber intentado transmitir que esta pandemia es una guerra. No hace falta citar a Kant para comprender esta estrategia de comunicación: ofrecer a los ciudadanos un marco explicativo para que interpreten los acontecimientos de una manera favorable al Gobierno.

Es evidente que tratar el Covid-19 como un conflicto bélico exonera de responsabilidad a este Ejecutivo negligente, y, no solo eso, permite un relato sobre la situación que pretende justificar políticas posteriores. En concreto: la resurrección de la socialdemocracia trufada de ecologismo como única tabla de salvación.

La pandemia está poniendo las bases de una crisis social y económica sin precedentes en democracia. Máxime en un país como España cuyo Gobierno prefirió la ideología a la gente, y desoyó las advertencias de la OMS y del Centro Europeo de Epidemias, creyendo que el virus que asolaba Italia no llegaría aquí.

Otros países sí fueron precavidos, como Grecia, cuya sanidad pública desmanteló el Gobierno Tsipras dejando a un tercio de su población sin asistencia sanitaria, pero hay muchos menos muertos. Es evidente que la prevención permite que no se colapse la sanidad, y, por tanto, que se salven vidas.

La intelectualidad de izquierdas y la progresista, sin embargo, no han dudado en culpar de la virulencia de la pandemia al “neoliberalismo”. Incluso hay quien dice que este virus es para el neoliberalismo lo que la Caída del Muro de Berlín para el comunismo. El Covid-19 habría demostrado que el Estado mínimo no funciona, que la iniciativa individual y la sociedad abierta no son suficientes para atajar los problemas sociales. Es precisa una corrección.

La Historia, dicen, les da la razón: en momentos de grandes penurias y necesidades, solo el Estado y los estatistas han podido salvar a la sociedad. El paradigma, concluyen, ha cambiado. La pandemia muestra el inicio de un nuevo Zeitgeist, un espíritu de época que marcará el devenir de Occidente y del mundo.

El neoliberalismo era el gran culpable. Era preciso volver al “sentido común”: un nuevo contrato social, como el de la posguerra de 1945, con más socialdemocracia, más Keynes, menos mercado, dar marcha atrás a la política de cuatro décadas, y penalizar la propiedad y el beneficio para “repartir la riqueza” a través de inversiones en los servicios públicos. Hay que renegar de cualquier tipo de liberalismo y ser muy estatista. Los socialistas de todos los partidos por fin habían encontrado su revancha de 1989 y el punto moral para enterrar la libertad en aras del igualitarismo.

“¿Qué parte de su libertad querrá la gente que se le devuelva pasado el pico de la pandemia?”, se pregunta el socialdemócrata John Gray a mediados de abril. Y concluía, “poca”, porque “la seguridad” es más importante que la libertad. Es un viejo problema político, la tensión entre la libertad y el Estado. Ahora los socialdemócratas ven llegado su momento de plantear la seguridad por encima de la libertad.

Lo explica muy bien Quinn Slobodian en su interesante obra Globalist (2018): romper con el neoliberalismo supone considerar que la soberanía del Estado (imperium) está por encima de la propiedad (dominium); es decir, que la democracia no debe considerarse como una garantía de los derechos o del capitalismo, sino como el instrumento de un Gobierno que se apodera del Estado para imponer la equidad. La primacía del imperium deja abierta cualquier posibilidad, incluso el autoritarismo.

Las izquierdas, tanto populistas como socialdemócratas, coinciden en la muerte de su enemigo. Ambos citan a Paul Krugman y su Contra los zombis (2020) para decir que las ideas liberales estaban muertas aunque no lo sabían, y que es necesaria la intervención pública para evitar el apocalipsis social, político y económico. Es decir; más Keynes, más socialdemocracia, menos mercado y menos libertad, más colectivismo, y, en definitiva, más dependencia gubernamental de la persona. En realidad, no es blindar los servicios públicos, es blindar una política y al partido que la representa.

La Historia demostró que Keynes se equivocaba. Esa seguridad no proporcionó más libertad al individuo, sino menos. Aquel ansia de regulación extrema de la vida pública y privada, todo en aras de una ordenada convivencia, ha ido reduciendo la libertad. Ahora pretenden darle una vuelta de tuerca añadiendo el ecologismo. La intervención gubernamental supondría así una reordenación de la estructura productiva, las relaciones laborales y el consumo atendiendo al dogma ecologista. Y eso sin entrar en las leyes de género.

Están preparando el camino para esa intervención. Primero, como mandan los cánones de la teoría del poder, han de crear el estado de ánimo. En este caso, la necesidad del Estado salvador para “reconstruir” la sociedad en la “nueva normalidad”. Después, tras crear el espíritu, quieren dejar fuera de la política a todo aquel que no crea en la religiosidad de la socialdemocracia, que no esté dispuesto a sacrificar su libertad para que un Gobierno dicte su vida.

Lo llaman “profundizar en la democracia”; sí, en aquella en la que el Gobierno crea su verdad para que la gente admita la concentración del poder. Por eso se alarga sine die el estado de alarma, al tiempo que el Ejecutivo controla la información y capa las instituciones. Eso no es Keynes. Eso es una revancha contra la democracia liberal.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *