La revolución del vehículo eléctrico se globaliza

Hace cuatro años, sostuvimos que la adopción del vehículo eléctrico (VE) iba a transformar la industria automotriz y el mercado del petróleo. Igual que cuando hace un siglo los vehículos con motor de combustión interna reemplazaron en poco tiempo a los caballos en Estados Unidos, el crecimiento exponencial de los VE los llevaría a capturar el mercado internacional de autos a principios de la década de 2040. Al petróleo le iba a suceder lo mismo que en su momento al carbón: los precios por equivalente de contenido energético iban a converger hacia unos quince dólares por barril, un proceso con profundas consecuencias económicas y geopolíticas.

Desde entonces, la revolución del transporte se intensificó todavía más, y refutó una y otra vez la mayoría de las predicciones. La cantidad de VE en 2020 ya sobrepasaba los diez millones, tras un crecimiento superior al 40% en años recientes. Esto es similar a lo ocurrido con la adopción de los vehículos con motor de combustión interna a principios del siglo XX; de continuar esta trayectoria, los VE equivaldrán a alrededor del 60% del mercado mundial de autos en 2040 y el 90% en 2050. Estas cifras estimadas superan a las de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), que predice que en 2040 habrá unos 330 millones de VE, y a las de BloombergNEF, que prevé que representarán un 30% del parque automotor mundial; pero coinciden en general con el escenario de emisión neta nula en 2050 de la AIE y con los escenarios de la organización Carbon Tracker y el Imperial College de Londres en relación con el Acuerdo de París sobre el clima.

La experiencia reciente en China permite descartar el supuesto de que las economías emergentes y en desarrollo tardarán varias décadas más que los países avanzados en adoptar el VE (con la correspondiente demora en la caída de la demanda mundial de petróleo). De hecho, la AIE y otros analistas prevén un aumento de la demanda de petróleo en la mayoría de los mercados emergentes que será más que suficiente para compensar su caída en las economías avanzadas.

Pero no fue sino en 2020 que la venta de VE nuevos en Europa superó a la de China, país que todavía cuenta con la mayor flota de VE (4,5 millones de vehículos). Si bien la pandemia de COVID‑19 redujo enormemente la demanda de autos, el mercado del VE siguió creciendo a buen ritmo en muchos países, incluidas las economías en desarrollo.

Está demostrado que los mercados emergentes también pueden estar a la vanguardia de la industria del VE. En China, donde más de 400 empresas han ingresado al sector, los costos siguen bajando como resultado de la competencia por el dominio del mercado (esto recuerda los primeros días de la industria automotriz en Estados Unidos, cuando cientos de empresas competían, antes de que surgieran gigantes como Chrysler y Ford). El abaratamiento de las baterías está provocando una reducción sostenida del costo de por vida de poseer un VE, que ya es comparable al de los vehículos con motor de combustión interna.

El VE más barato en el mercado, fabricado por la empresa china SAIC Motor, ya supera en ventas al Tesla Model 3 (el VE más popular). Lo más importante es que con un costo de unos pocos miles de dólares, el auto de SAIC pone los VE al alcance de la gente en muchos países en desarrollo, así como el «escarabajo» de Volkswagen y otros modelos facilitaron la adopción del automóvil en esos países.

La vitalidad de la industria automotriz hace pensar en el auge que experimentó hace un siglo. La intensa competencia en el mercado del VE reducirá todavía más los costos, aumentará la calidad y mejorará la tecnología, lo cual no sólo beneficiará a los consumidores sino que también acelerará la transición energética. Los principales obstáculos contra la adopción del VE (por ejemplo los referidos a la infraestructura, la generación de electricidad y la poca autonomía de los vehículos) se están resolviendo. Vemos cada vez más estaciones de recarga, un aumento del uso de fuentes de energía renovables, mejora del desempeño de las baterías e innovación continua.

Pero no se puede esperar todo de las fuerzas del mercado: nuevas regulaciones pueden contribuir a acelerar la transición. Las normas sobre emisión de la Unión Europea que entrarán en vigor en 2025 pueden cambiar por completo las perspectivas del mercado, al exigir que los vehículos con motor de combustión interna incluyan costosas tecnologías que reducirán en gran medida su competitividad. Del mismo modo, cuando el estado de California (el más poblado de los Estados Unidos) aprobó normas de emisión más estrictas, la industria automotriz tuvo que adaptarse, y eso generó efectos derrame positivos en el resto del país. Normativas de esta naturaleza pueden ser cruciales, al activar un círculo virtuoso entre las economías de escala, la innovación y el aumento de la demanda.

Los países en desarrollo que se unan a la revolución del VE pueden obtener importantes beneficios macroeconómicos. En la mayoría de los países africanos (incluidos grandes exportadores de petróleo como Nigeria), la mayor parte de las importaciones corresponde a productos derivados del petróleo, sobre todo gasolina. La adopción acelerada del VE, que necesita menos mantenimiento y menos piezas de repuesto, en conjunto con la creación de una red eléctrica más confiable basada en fuentes renovables, supondría un ahorro de valiosas divisas, en momentos en que la deuda externa está en aumento. El creciente mercado mundial del VE también crea oportunidades para sumarse a nuevas cadenas de valor en formación.

En tanto, los países que no planifiquen bien se exponen a importantes riesgos. Podrían quedarse con refinerías en desuso y flotas de vehículos obsoletos, sin posibilidad de importar piezas de repuesto imprescindibles porque las grandes automotrices dejaron de producirlas.

En vista de los enormes costos que ya hoy supone el calentamiento global, alentar a los países en desarrollo a unirse a la revolución del VE sólo puede traer inmensos beneficios para el mundo. Los países en desarrollo no pueden pasar por alto la transición energética y la revolución del transporte que están en curso; antes bien, deben verlas como una oportunidad para crear nuevas capacidades y diversificarse hacia nuevos sectores.

Los gastos adicionales necesarios para acelerar la adopción del VE son minúsculos en comparación con los costos económicos y humanos de las olas de calor, los incendios forestales, la deforestación, la contaminación, la pérdida de biodiversidad y futuras pandemias que podrían ser peores. Reducir la contaminación, el ruido y la congestión en el transporte no sólo mejorará nuestra calidad de vida, sino también su sostenibilidad.

Reda Cherif, Senior Economist at the International Monetary Fund, is an affiliated researcher at the Bennett Institute for Public Policy at the University of Cambridge.
Fuad Hasanov, Senior Economist at the International Monetary Fund, is Adjunct Professor of Economics at Georgetown University and an affiliated researcher at the Bennett Institute for Public Policy at the University of Cambridge.
Min Zhu, a former deputy managing director of the International Monetary Fund, is Chair of the National Institute of Financial Research at Tsinghua University.
Traducción: Esteban Flamini.

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