La revolución desde arriba

Mujeres saudíes, en un estadio, por vez primera, en Riad el pasado 23 de septiembre. Hasta entonces lo tenían prohibido. FAYEZ NURELDINE/AFP/Getty Images
Mujeres saudíes, en un estadio, por vez primera, en Riad el pasado 23 de septiembre. Hasta entonces lo tenían prohibido. FAYEZ NURELDINE/AFP/Getty Images

Siete años después de que La Primavera Árabe desatara una ola de fervor revolucionario en gran parte de Oriente Próximo y el norte de África, Arabia Saudí finalmente está poniéndose al día; claro que a su manera peculiar. Una generación más joven está exigiendo que el reino archiconservador se modernice y el proceso no lo lideran revolucionarios en las calles, sino Mohammed Bin Salman (MBS), el príncipe y aparente heredero de la corona, de 32 años.

En términos de población y geografía, Arabia Saudí es uno de los países árabes más grandes, y su impactante riqueza petrolera lo ha convertido en un socio estratégico indispensable para Occidente, y particularmente para Estados Unidos. Pero, por tratarse de un país atrapado entre la Edad Media islámica y la modernidad occidental, siempre ha soportado contradicciones extremas. Infraestructuras de última generación y centros comerciales al estilo norteamericano han llegado a La Meca y a Medina, hogar de los sitios sagrados más importantes del Islam.

Sin embargo, incluso hoy, Arabia Saudí alberga a una sociedad tribal antioccidental, gobernada por una familia, la Casa de Saud, como una monarquía obsoleta desde la fundación del país en 1932. Sus códigos morales y legales parecen medievales vistos desde afuera. Y se adhiere a la versión reaccionaria extrema del Islam conocida como wahabismo, una doctrina salafista en la que abrevan muchos de los grupos islamistas más radicales de hoy.

Debido a la caída a largo plazo de los precios del petróleo y la necesidad de ofrecer educación y empleo a una población joven en rápido crecimiento —que de otra manera podría inclinarse por el extremismo— el rey Salman y MBS aparentemente han llegado a la conclusión de que el país necesita modernizarse. Para evitar una caída lenta, o incluso una eventual desintegración, están tomando medidas para abrir el país, no solo económicamente sino también social y culturalmente.

El mes pasado, MBS —que parece haber estudiado la propia consolidación del poder del presidente chino, Xi Jinping— ordenó lo que el gobierno saudí describió como una purga anticorrupción. Decenas de príncipes de alto nivel, ministros de Relaciones Exteriores y empresarios adinerados e influyentes ya han sido arrestados y sus cuentas, congeladas. La purga se produjo no mucho después de anunciar que a las mujeres ya no se les podrá prohibir conducir vehículos o asistir a eventos deportivos públicos. Claramente, el nuevo liderazgo en Arabia Saudita pretende orquestar una verdadera revolución desde arriba.

Pero, no lo olvidemos, el último gobernante autocrático en Oriente Próximo que intentó puentear al clero islámico de su país y llevar adelante una revolución de arriba hacia abajo fue el sha de Persia, Mohamed Reza Pahlevi. Él y su Revolución Blanca terminaron arrasados por la Revolución Islámica de Irán en 1979.

Es de esperar que a la revolución de MBS le vaya mejor. Si fracasa, los salafistas radicales que asumirán el poder en Riad harán que los mullás iraníes parezcan liberales. Si logra modernizar el principal bastión del islam reaccionario, estarán sentadas las bases para que otros países del mundo islámico hagan lo mismo.

Como parte de su agenda, MBS también ha lanzado una nueva política exterior agresiva, particularmente hacia Irán. Los modernizadores que rodean a MBS saben que el éxito de la revolución exigirá quebrar el poder del wahabismo reemplazándolo con un nacionalismo saudí. Y, para lograrlo, necesitan un enemigo convincente. El Irán chií, con el cual el reino compite por la hegemonía regional, es el complemento ideal.

Estas consideraciones domésticas ayudan a explicar por qué Arabia Saudí lanzó el guante y aumentó las tensiones con Irán en los últimos meses. Por supuesto, desde la perspectiva de los saudíes, no se está más que recogiendo el guante que Irán ya lanzó al interferir en Irak, Siria, Líbano, Bahréin, Catar, Yemen y otros países.

Hasta ahora, la batalla por la hegemonía regional entre Arabia Saudí e Irán se ha limitado a guerras indirectas en Siria y Yemen, con consecuencias humanitarias desastrosas. Ningún bando, al parecer, quiere un conflicto militar directo. Y, sin embargo, ese resultado no se puede descartar, dados los acontecimientos recientes. En Oriente Próximo, una guerra fría puede calentarse rápidamente.

En el largo plazo, la rivalidad saudí-iraní forjará a Oriente Próximo de la misma manera que alguna vez lo hizo el conflicto palestino-israelí. Consideremos, por ejemplo, un episodio que ocurrió apenas horas antes de que MBS lanzara su purga anticorrupción: el primer ministro libanés, Saad Hariri, durante una visita a Arabia Saudí, anunció su renuncia al cargo. Según Hariri, Hezbolá, el grupo militante y partido político chií alineado con Irán, con el cual su gobierno tenía una relación de reparto de poder, había hecho imposible gobernar el Líbano, y era probable que hubiera estado planeado su asesinato.

Pero Hariri, cuyo padre, el ex primer ministro libanés Rafic Hariri, fue asesinado en 2005, planteó más preguntas que respuestas. ¿Por qué irse del Gobierno ahora? ¿Estaba actuando bajo presión saudí y, de ser así, con qué objetivo?

Poco después del anuncio de Hariri, Arabia Saudí interceptó un misil que los rebeldes hutíes en Yemen habían disparado contra Riad. Según Arabia Saudí, como los hutíes están respaldados por Irán, su intento de ataque con un misil fue equivalente a un "acto de guerra" iraní.

Esta oleada de acontecimientos inusuales en tan poco tiempo no puede ser una coincidencia. El interrogante ahora es si la guerra civil regresará al Líbano y si Arabia Saudí intentará involucrar a Israel y a Estados Unidos en una confrontación con Hezbolá para hacer presión contra Irán.

Por ahora, los saudíes carecen del poder para hacerlo por su cuenta. En los últimos años, Arabia Saudí ha sufrido derrotas importantes en la lucha regional por la hegemonía. La minoría sunita fue derrocada del poder en Irak; y el régimen de Bachar el Asad respaldado por Irán ha logrado mantenerse en el poder en Siria. MBS puede estar buscando maneras de compensar estas derrotas, en el Líbano o en otra parte.

La revolución desde arriba de Arabia Saudí es una empresa de alto riesgo que los observadores neutrales deben analizar. Si bien no puede permitirse que fracase, dadas las consecuencias que traería aparejadas, es probable que su éxito esté acompañado de un importante incremento de las tensiones regionales y la posibilidad de una guerra.

Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

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