La revolución digital se come a sus retoños

La revolución digital se come a sus retoños
Eric Thayer/Getty Images

A medida que las plataformas masivas en línea han dado lugar a numerosos mercados virtuales, se ha abierto una brecha entre la economía real y la digital. Y, al conducir a más personas que nunca a que operen en Internet en busca de bienes, servicios y empleo, la pandemia del coronavirus está agrandando esta brecha. Al presente, el riesgo es que un nuevo complejo industrial digital obstaculice la eficiencia del mercado al imponer rentas a los actores de la economía real cuyas operaciones diarias dependen de la tecnología.

La premisa de la Cuarta Revolución Industrial (4RI) es que los elementos tangibles e intangibles de la economía actual pueden coexistir y crear nuevas sinergias productivas. El lado tangible de la economía proporciona la infraestructura sobre la que sostienen la automatización, la fabricación y las complejas redes comerciales, y el lado intangible (en el cual se encuentran la logística, las comunicaciones y otras aplicaciones de software, así como Big Data) permite que estos procesos alcancen una eficiencia óptima.

Más concretamente, la economía tangible es un requisito previo para la economía intangible. A través de la digitalización, los tangibles pueden convertirse en intangibles y luego superar las limitaciones tradicionales en cuanto a la escala y la creación de valor. Si bien este proceso es muy transaccional y requiere una gran cantidad de capital, hasta ahora ha sido un mecanismo positivo para el crecimiento, ya que ha proporcionado cierta equidad de oportunidades tanto para los países pequeños como para los grandes.

Sin embargo esta descripción estándar de lo que es la 4RI omite el reciente desacoplamiento de los sectores digital y real de la economía. Las empresas digitalmente nativas que se beneficiaron de la suspensión de los factores tradicionales de producción han estado creciendo incluso más rápido que antes de la pandemia del COVID-19.

A principios de septiembre de 2020, los precios de las acciones de Facebook, Amazon y Apple se habían más que duplicado desde el inicio de la pandemia, y Apple se convirtió en la primera empresa en lograr una valoración de 2 mil millones de dólares. Y, si bien las acciones de Netflix y Alphabet (Google) (las otras dos empresas cuyos nombres forman el acrónimo “FAANG”, que proviene de “Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google”) no se habían duplicado del todo, de todas formas ellas se cotizaban en máximos históricos o cerca de ellos. Mientras tanto, ExxonMobil, el miembro más antiguo del S&P 500 y un antiguo icono de la economía tangible, fue expulsado del índice por la decisión de Apple de dividir sus acciones. Aquellos quienes poseen y dirigen a los gigantes tecnológicos están ganando cada vez más dinero mientras que el resto del mundo sigue experimentando una devastación económica.

Al situarse los activos de la economía real muy por debajo de los activos financieros digitales, ha surgido una recuperación corporativa en forma de K. Las empresas digitales pueden crecer aparentemente sin límites, mientras que el crecimiento de las otras empresas sigue circunscrito por las condiciones finitas en las que operan. Esta tendencia no sólo desafía los supuestos neoliberales sobre la creación de valor, sino que también nos empujan hacia un escenario en el que las políticas gubernamentales dirigidas a redistribuir el valor ya no se constituirán en opciones plausibles.

Sin lugar a duda, los gobiernos y algunos dentro del sector privado han propuesto soluciones, como por ejemplo un impuesto a los activos digitales, mientras que los defensores de un enfoque laissez-faire continúan insistiendo en que cualquier forma de intervención gubernamental simplemente introducirá más distorsiones en el mercado. Pero ninguno de los dos bandos ha ofrecido suficiente evidencia que fundamenten las políticas de su preferencia.

Sugerimos otras tres soluciones. En primer lugar, las subvenciones y los subsidios estatales pueden utilizarse para promover la difusión tecnológica y para cerrar la brecha tecnológica entre las plataformas y las pequeñas y medianas empresas. En lugar de esperar que el mercado proporcione un acceso equitativo a tecnologías, como por ejemplo acceso a la inteligencia artificial, los gobiernos pueden financiar programas que lleguen directamente a las empresas más pequeñas tales como aquellos dirigidos a reducciones tributarias u otras medidas (entre ellas, como los ya implementados incentivos para que los consumidores compren autos respetuosos del medio ambiente). Si bien esos desembolsos aumentarían la deuda pública en el corto plazo, esos costos se verían compensados por la mayor productividad que se produciría mediante una distribución más equilibrada del poder económico.

En segundo lugar, deberíamos trabajar con dirección al logro de un modelo de innovación más ágil y con múltiples partes interesadas, de modo que se aborden las preocupaciones sobre inclusión y representación sin restringir el ritmo del avance tecnológico. El objetivo, en este punto, debería ser reducir las tensiones entre ganadores y perdedores a lo largo de las nuevas cadenas de valor de la economía de plataformas. Varios casos existentes han demostrado que una representación adecuada de los intereses de las partes interesadas permite que los encargados de la formulación de políticas mitiguen los daños y las consecuencias adversas no deseadas de las nuevas tecnologías, sin que se tenga que sacrificar la velocidad o la flexibilidad.

En tercer lugar, es hora de empezar a identificar las áreas apropiadas para el “proteccionismo digital”. En la misma forma como algunos países utilizan los aranceles comerciales para apoyar la incipiente producción local, los aranceles digitales podrían utilizarse para fomentar los ecosistemas locales de innovación. Esto no funcionaría en todos los lugares. Pero en lugares que han alcanzado algún umbral de adopción tecnológica y difusión, esas políticas podrían fomentar soluciones de base, creando nuevos enfoques fundamentados en la comunidad con el propósito de gestionar las formas cómo se diseña, implementa y financia la tecnología.

El mundo post-pandémico se caracterizará por una economía que avanza cojeando de manera vacilante, por un temor generalizado sobre el futuro y una creciente toma de conciencia sobre cómo ha cambiado la vida económica. Si se dan las condiciones adecuadas, la difusión tecnológica, la innovación de múltiples partes interesadas y el proteccionismo digital podrían reducir la dependencia de las personas con respecto a las multinacionales que han estado configurando los términos y condiciones de la tecnología en su propio beneficio, y con poca consideración por las necesidades o los valores de comunidades específicas.

Nos enfrentamos a una aguda crisis de acceso a las tecnologías y a las oportunidades tecnológicas, debido a un modelo de negocio invasivo que ha demostrado ser incapaz de apoyar la equidad y la inclusión. Hay demasiado en juego y el mercado no solucionará el problema. Hay formas de garantizar que la revolución digital beneficie a muchos, no sólo a unos pocos; pero, estas formas requerirán que reconsideremos cómo buscamos la innovación y cómo creamos valor en el siglo XXI.

Mark Esposito, a co-founder of Nexus FrontierTech, has held appointments and fellowships at the Hult International Business School, Harvard University, Cambridge University, and Arizona State University, where he co-directs the 4IR Research Initiative at the Thunderbird School of Global Management. He is the co-author, most recently, of The AI Republic: Building the Nexus Between Humans and Intelligent Automation.
Landry Signé, a professor and senior director at Arizona State University’s Thunderbird School of Global Management, is a senior fellow at the Brookings Institution, a distinguished fellow at Stanford University, a member of the World Economic Forum’s Regional Action Group for Africa, and the author, most recently, of Unlocking Africa’s Business Potential.
Nicholas Davis is Head of Society and Innovation at the World Economic Forum.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos

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