La revolución militar de Asia

En el este de Asia se está llevando a cabo una gran revolución en materia de asuntos militares. Las últimas señales son la purga por parte del presidente chino Xi Jinping del general Xu Caihou, ex miembro del Politburó y ex vicepresidente de la Comisión Militar Central, bajo cargos de corrupción, y la “reinterpretación” de Japón del Artículo 9 de su constitución para permitirle al país ofrecer ayuda militar a sus aliados.

A pesar de las crecientes tensiones regionales que inspiraron estas medidas, las relaciones de China con sus vecinos y Estados Unidos no están destinadas a derivar en una confrontación directa. Pero la marcha implacable de nuevas iniciativas para enfrentar lo que se percibe como la “amenaza de China” exigirá que los líderes políticos de la región, inclusive los chinos, aborden sus disputas de maneras nuevas y más creativas si se quiere evitar ese desenlace.

En general, existen tres maneras de fomentar la paz internacional: profundizar la interdependencia económica, promover la democracia y desarrollar instituciones internacionales. Desafortunadamente, como los líderes políticos del este de Asia no persiguieron este último objetivo, hoy se encuentran jugando juegos peligrosos de equilibrio de poder reminiscentes de la Europa de hace un siglo.

La profundización de la interdependencia económica luego de la crisis financiera de Asia en 1997 no ha generado un impulso político para la paz y la cooperación. Los líderes empresariales de la región no pudieron impedir que el deterioro de las relaciones exteriores afectara sus intereses. Por el contrario, el lobby militar ahora influye profundamente en las políticas exteriores y de defensa –vale la pena observar el incremento de dos dígitos del presupuesto de defensa de China y las crecientes ventas de armas estadounidenses en la región.

¿Cómo se explica este fracaso? Teóricos de las relaciones internacionales como Immanuel Kant han sostenido que las democracias rara vez (o nunca) pelean entre sí; como resultado, los líderes políticos, como el presidente norteamericano Woodrow Wilson, intentaron promover la democracia como una manera de difundir la paz. Hasta hace poco, Estados Unidos parecía haber supuesto que el compromiso de China con las democracias occidentales impulsaría vínculos pacíficos.

Sin embargo, desde la crisis financiera de 2008, la confianza de China en su modelo de desarrollo autoritario se ha consolidado. Cada vez más, sus líderes hoy parecen creer que un nuevo “Consenso de Pekín” de mercantilismo e intervención estatal ha reemplazado al viejo “Consejo de Washington” de libre comercio y desregulación.

La incompatibilidad ideológica de China con Estados Unidos, por ende, está haciendo que el cambio en su poder relativo sea difícil de alcanzar de manera pacífica. A fines del siglo XIX, un Estados Unidos pujante pudo cooperar con una Gran Bretaña en decadencia, debido a su cultura y sus valores compartidos. Los líderes de China, en cambio, tienden a sospechar que Estados Unidos intenta deliberadamente socavar la estabilidad política de su país cuestionando sus antecedentes en materia de derechos humanos y libertades políticas. Mientras tanto, las políticas domésticas de Xi parecen estar alejando al país aún más de las normas occidentales.

Esta división ideológica es lo que está minando el desarrollo en el este de Asia de instituciones que establezcan principios, reglas y procedimientos de toma de decisiones para la región. Mientras que gran parte de Occidente está unido por instituciones como la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa y la OTAN, el principal organismo del este de Asia, el Foro Regional ASEAN, es demasiado débil como para desempeñar un papel análogo, lo que deja a la región acorralada por rivalidades no reguladas.

Hasta ahora, los líderes de Estados Unidos y el este de Asia hicieron poco más que respaldar de manera retórica la creación de instituciones multilaterales de seguridad. Con la excepción de las casi extintas conversaciones de seis partes destinadas a eliminar la amenaza nuclear planteada por Corea del Norte, las potencias de Asia se niegan a verse limitadas por reglas o normas internacionales.

Por el contrario, los líderes del este de Asia recurren a la realpolitik. Desafortunadamente, a diferencia de las mentes políticas maestras del siglo XIX de Europa –figuras como Talleyrand, Metternich, Bismarck y Disraeli- que forjaron alianzas internacionales duraderas, Asia carece de líderes con la voluntad y la capacidad de mirar más allá de sus propios intereses nacionales.

Por ejemplo, los líderes de China parecen creer que la crisis económica de 2008 y los altos costos de dos guerras libradas en el exterior han hecho que Estados Unidos no esté en condiciones de ejercer un liderazgo internacional. Eso tal vez explique la reciente firmeza en la política exterior de China, particularmente en su disputa con Japón por el control de las Islas Senkaku/Diaoyu, que podría estar destinada a sondear la fortaleza de la alianza entre Estados Unidos y Japón.

Poner a prueba el poder de Estados Unidos de esta manera podría resultar un mal cálculo peligroso. Si bien Estados Unidos está debilitado económicamente, sigue siendo una superpotencia militar. Sus intereses en el este de Asia se remontan a fines del siglo XIX. De la misma manera que Gran Bretaña se negó a concederle la supremacía naval a Alemania hace un siglo, Estados Unidos no aceptará fácilmente un desafío chino a su posición estratégica en el Pacífico occidental, especialmente teniendo en cuenta que tantos estados del este de Asia están imploran una protección estadounidense.

China y Estados Unidos necesitan sentarse a conversar. A pesar de su interdependencia económica y unos 90 canales intergubernamentales de diálogo bilateral, las dos superpotencias están atrapadas en una lucha peligrosa por intereses en el Mar de China Oriental, el Mar de China Meridional y el Pacífico occidental.

Las relaciones sino-japonesas son particularmente tensas, con dos décadas de estancamiento económico en Japón y un crecimiento rápido en China, lo que alimenta una sobrerreacción nacionalista en ambos lados. Al haberse acostumbrado a delegar su seguridad a Estados Unidos, y a pesar de tener la tercera economía más grande del mundo, Japón no se preocupó por desarrollar su propia visión diplomática constructiva. Todavía está por verse si la reinterpretación constitucional de Abe, encubierta por un lenguaje de cooperación regional, hace avanzar este tipo de visión novedosa.

No ayuda que Estados Unidos quiera que Japón asuma una responsabilidad mayor en lo que concierne a mantener la seguridad de Asia, una postura que puede tener sentido desde un punto de vista estratégico y financiero, pero que revela una falta de entendimiento del contexto político. Estados Unidos parece subestimar los temores regionales por la potencial remilitarización de Japón. Al ofrecerle a Japón una carta blanca diplomática, Estados Unidos puede descubrirse un día rehén de los intereses japoneses y constatar que Japón se ha vuelto parte del problema de seguridad de Asia, no parte de su solución.

Los líderes de Asia-Pacífico deben dejar de lado su complacencia. Se necesitan esfuerzos serios y compromisos de amplio alcance para iniciar el proceso de creación de instituciones para la cooperación en materia de seguridad regional. De lo contrario, el tan pregonado “siglo asiático”, lejos de traer consigo prosperidad económica y paz, será una era de sospecha y peligro.

Yoon Young-kwan, former Minister of Foreign Affairs of the Republic of Korea, is currently Professor of International Relations at Seoul National University and a visiting scholar at the Free University of Berlin and the Stiftung Wissenschaft und Politik (German Institute for International and Security Affairs).

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