La revolución no ha terminado

Hace más de dos años los egipcios se levantaron contra el régimen autoritario y arbitrario de Mubarak. Hoy ya no se trata de revuelta o cólera momentánea; se trata de revolución. El pueblo está dividido, pero la mayoría ha constatado que el islamista Mohamed Morsi no era más demócrata ni más competente que Mubarak. A pesar de clamar su “legitimidad” por haber salido de las urnas, el pueblo ha querido su marcha exigiendo una vida justa y digna. No se gobierna un país con palabras y oraciones ni con la represión. La ciudadanía necesita actos concretos que cambien su vida cotidiana. Y el reinado de Morsi ha estado marcado por la violencia a todos los niveles y por una inquisición generalizada. Violencia contra las mujeres, linchamiento de una pequeña comunidad chií sin que la policía o el ejército intervinieran, desprotección de los coptos a los que el poder islamista ha abandonado, detención de opositores, torturas, desapariciones, etcétera. Los Hermanos Musulmanes, sin sentido de Estado, han creído que el país era suyo.

La actual revolución opone a dos clanes: los islamistas, agrupados en el partido de los Hermanos Musulmanes y en otros movimientos más radicales como los salafistas y el Partido Libertad y Justicia, se enfrentan a los demócratas, laicos, ávidos de libertad y de modernidad. Las mujeres están mayoritariamente en este clan en la oposición porque todo o casi todo gira en torno a la condición de la mujer, de su libertad, de su ser.

Lo que es nuevo y destacable es que los egipcios y las egipcias ya no temen la represión, la cárcel o incluso la muerte. Más de 20 personas han muerto y 200 han resultado heridas en dos días de esta revolución. Es una cuestión de dignidad, de valores y de principios morales. La revolución no tiene lugar sólo en la plaza Tahrir. Está también en Suez, en Alejandría y en otras ciudades y provincias. No es un mal humor del pueblo, es un deseo violento de cambio. Morsi no lo aceptó, creía que su legitimidad electoral le protegería. Error. El ejército, que favoreció su elección, se erige como portavoz del pueblo. Y dice: “Al Geich wa chaab yad hahida” (El ejército y el pueblo son una misma mano).

Los islamistas han logrado aglutinar en su contra a más de la mitad del pueblo egipcio. Veinte millones de personas han salido a la calle. Sus consignas recordaban las vistas contra Mubarak. La solución está en las manos de los militares; sin embargo estos no quieren tomar el poder pues saben que no podrán encontrar soluciones a los numerosos problemas de la sociedad egipcia. Los oficiales de mayor rango tienen un doble sombrero o una doble vida: militares y hombres de negocios. Mubarak, para lograr la paz, ofreció a los generales cargos en la industria y otros negocios que reportan dinero. Algunos crían pollos, otros venden cemento. Hoy, casi el 25% de la economía del país está en manos de oficiales superiores. Si estos generales tomaran el poder deberían tomar decisiones impopulares que tendrían como consecuencia tener contra ellos tanto a los laicos como a los religiosos. Además el ejército maniobra para no perder la ayuda americana que puede llegar hasta los 2.000 millones de dólares (casi el doble para Israel). El secretario de Defensa de EE.UU. ha declarado que “Morsi no ha hecho lo necesario para sacar a Egipto de la crisis”. El día antes había telefoneado al jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa, Abdul Fatah al Sisi.

Morsi y sus allegados hablan de golpe de Estado. El Ejército lo niega. Si admitiera que la destitución de Morsi es un golpe de Estado perdería la ayuda americana pues por principio Estados Unidos no ayuda a gobiernos salidos de un golpe de Estado militar. Por ello el general Abdul Fatah al Sisi ha entregado el poder al presidente del Tribunal Supremo, Adli Mansur, y ha tomado diversas decisiones tras una reunión con miembros de la sociedad civil e incluso religiosos. El tono de su alocución estaba impregnado de religiosidad. Todo para hacer creer que no se trata de una revolución contra el islam. Pero el apartamiento de Morsi (e incluso su arresto) plantea un problema constitucional: ha sido elegido democráticamente. Debería haber sido derrotado en unos comicios. Pero con la presión de varios millones de egipcios en las calles, Al Sisi ha tomado la delantera. Esta presencia extraordinaria del pueblo en las calles es una especie de contrapeso a la legitimidad electoral de Mohamed Morsi.

Las consecuencias de este importante cambio (se habla de recuperación de la revolución) alcanzan a Arabia Saudí, que ha apoyado a Al Sisi, y a Qatar, que aún no se ha pronunciado. Su televisión Al Yazira transmitía en directo las manifestaciones partiendo la pantalla en dos, en una parte los opositores y en la otra los Hermanos Musulmanes. Falta la reacción del sanguinario Bashar el Asad, que ha aplaudido a los militares que han destituido al islamista Morsi. Ello quiere decir que él también lucha contra la ola islamista y que lo que está haciendo es impedir que esta llegue al poder.

Egipto es el país árabe más grande. Pero este gigante está enfermo. Nada funciona. Egipto ha crecido (80 millones de habitantes), sus necesidades son difíciles de satisfacer. Una cosa ha quedado meridianamente clara: la religión no puede responder a todas las demandas de un pueblo. El islamismo está en declive. Túnez conocerá pronto o tarde este reviraje histórico. Más que nunca el islam está llamado a quedarse en los corazones y en las mezquitas. La escena política no le conviene.

Tahar Ben Jelloun, escritor. Miembro de la Academia Goncourt.

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