La riqueza de la lengua

No sé qué pensaron los responsables de los otros cinco grandes institutos culturales europeos cuando recibimos el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2005. Recordaron quizá los años difíciles, momentos como la época de entre guerras del pasado siglo, en que las instituciones culturales volcadas hacia el exterior fueron convertidas en armas de propaganda al servicio de una confrontación política que terminaría por llevar de manera inevitable al desastre. O tal vez se acordaron de que sus institutos han contribuido a renovar con éxito la imagen de países devastados física e intelectualmente por la segunda guerra mundial. O que las cosas son muy diferentes hoy en día, porque Europa trata de darse una identidad a sí misma que sólo se puede construir sobre el suelo más limpio y generoso que ha dado durante siglos: la creatividad cultural.

Por vías distintas y con pasados diferentes, a todos nos costó mucho esfuerzo llegar al escenario del teatro Campoamor de Oviedo. El Instituto Cervantes lo consiguió en apenas catorce años, y ha sido gracias a dos razones: al trabajo de 1.500 personas en 56 ciudades de 37 países y al imparable ascenso de la lengua española en todo el mundo.

En 1901, un clásico de la ciencia ficción, el escritor británico H. G. Wells, vaticinaba que a fines del siglo XX habría tres grandes lenguas dominantes en el mundo: el francés, el alemán y el inglés. Parece que es lo que piensan todavía hoy algunos funcionarios de la Comisión Europea, sin darse cuenta de que las instituciones comunitarias no pueden permanecer al margen de los deseos de los ciudadanos y de que el español es la única lengua europea, junto con el inglés, que seguirá creciendo en las próximas décadas, así como la única que interesa en países como Estados Unidos y Brasil. De hecho, hace sólo un año otro británico, el investigador Daid Graddol, aseguraba en un artículo publicado en la revista Science que en 2050 el español superaría al inglés, pues según sus cálculos lo hablará el 6 por cierto de la población mundial frente al 5 por ciento que se expresará en la lengua de H. G. Wells.

El español y el inglés son hoy para personas de todo el mundo, y en especial para los padres, las llaves del futuro. Consideran que ambas son las lenguas más útiles -el valor de esta palabra es inmenso- para la vida profesional, las relaciones comerciales y el ocio y, en definitiva, los instrumentos que facilitan el contacto permanente que caracteriza las sociedades de la globalización.

La demanda de enseñanza del español es la que más ha crecido, de nuevo junto con la del inglés, en la última década, y ese interés alcanza a regiones y países que, como los del norte de Europa, Asia, el Pacífico y África subsahariana, se habían mantenido alejados de nuestra lengua hasta no hace mucho. Las novedades se acumulan: donde más crece es en los países de lengua inglesa o de fuerte influencia anglosajona, lo que quiere decir que el inglés es ahora mismo uno de los grandes aliados del español.

Baste recordar que en Escandinavia la rápida expansión del español hace que las estadísticas con más de tres años de antigüedad se queden viejas, y que el «hispano-noruego» sea la jerga de moda entre los jóvenes de Oslo: palabras como «caramba», «nena» y «vale», así como una buena lista de tacos, han sustituido en el habla coloquial a las expresiones inglesas. En la Europa del Este, el español sólo empezó a introducirse en la enseñanza en la década de los 70, pero en los últimos años ha aumentado el 158 por ciento en Rumanía, el 86 por ciento en Polonia, el 70 por ciento en Hungría y el 50 por ciento en Eslovaquia.

De igual forma, el viajero que llega a Estados Unidos comprueba que los rótulos de los aeropuertos están en inglés y en español, que se habla por doquier en las calles de las grandes ciudades, que tiene a su disposición varias cadenas de televisión hispanas -lo que ha obligado a la poderosa ABC a emitir doblados al español o con subtítulos los programas en horario de máxima audiencia- y que en las librerías halla siempre una sección de libros en español, un mercado que crecerá el 6 por ciento anual frente al 3 por ciento de los libros en inglés. Que tampoco le resulte extraño que allí se vendan más discos en español que en México, pues el poder de compra de la comunidad hispana es de 600.000 millones de dólares, según ha publicado la revista Time. Por su parte, la Oficina Federal del Censo anunció recientemente que hay más de 41 millones de hispanos, lo que significa que Estados Unidos es ya el tercer país con mayor número de hispanohablantes tras México y España.

Mientras el alcalde de Nueva York, el empresario Michael Bloomberg, estudiaba todos los días una hora de español para enfrentarse con garantías de éxito al demócrata Fernando Ferrer en las elecciones municipales, lejos de allí, en Brasil, comenzarán a aprenderlo en los próximos años once millones de alumnos de la enseñanza secundaria, sin duda porque el ex presidente Henrique Cardoso estaba en lo cierto: «Brasil se encuentra situado entre el español y el mar».
El español ha estado desde el siglo XIII entre las grandes lenguas de cultura, pero hoy es también una de nuestras principales fuentes de riqueza gracias en buena medida a que quienes la aprenden como lengua extranjera la consideran un idioma útil. Sabemos que aporta el 15 por ciento del Producto Interior Bruto de España, y sin embargo vienen a estudiarlo a nuestro país menos de 200.000 personas al año, generalmente jóvenes que permanecen entre tres y cuatro semanas y que se gastan unos 2.000 euros. Debemos ampliar ese abanico, que vengan también niños, adultos y personas mayores, ofrecer enseñanza de excelente calidad y múltiples servicios que la complementen, porque el turismo idiomático es la industria más limpia, no contaminante y próspera de los próximos años.

A la vista de los resultados, se puede decir que la política exterior de la lengua es la que más éxito ha tenido de cuantas nuestro país ha desarrollado en las últimas décadas, porque la presencia de España en el mundo se lleva a cabo sobre todo mediante el español. La lengua es una riqueza del presente. Debemos aprovechar para que lo sea también del futuro.

César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes.