La Rosetta del lenguaje biomédico

Me he encontrado más de una vez con que, después de escuchar la conferencia de algún colega y cuando el público abandona educadamente la sala tras los aplausos de rigor, un asistente le dice a otro: «Lo que ha explicado debe de ser muy importante, porque no he entendido nada».

Pues yo creo que es un error. Si el conferenciante no ha dado su charla adecuándola a los conocimientos e intereses del público presente, no ha hecho un buen trabajo. Hay muchos factores para explicar esta, a veces, falta de sintonía entre quien habla y quien escucha, pero debemos reconocer que muchas veces al científico le gusta envolverse con el lenguaje rebuscado, el tecnicismo hermético. Algunos pensarán que esto les hace más interesantes o que destacará su sapiencia, pero a mí siempre me ha parecido una actitud bastante esnob y elitista. El verdadero sabio es aquel al que se le entiende todo. La persona que es capaz de explicar con palabras sencillas las cosas complicadas. Hoy, en este artículo, intentaré traducir brevemente a un lenguaje más llano lo que desde las ciencias biológicas, pero fundamentalmente en la medicina, decimos de otra manera en la jerga profesional. Es decir, les mostraré una pequeña versión de la piedra de Rosetta.

Un soleado día de 1799, durante la campaña francesa en Egipto, el soldado Pierre-François Bouchard encontró una gran piedra plana, negra y con misteriosos caracteres. Era un decreto del año 196 antes de Cristo del faraón Ptolomeo V que al estar escrito (el mismo texto) en griego antiguo, escritura demótica y jeroglíficos egipcios, ayudó a entender el significado de estos últimos. Es decir, un Google Translator del pasado. Hoy en día se puede ver en Londres, en el Museo Británico, donde es una de las piezas más visitadas. Pues pasemos ahora esta piedra de Rosetta por la consulta médica.

Cuando un médico habla de «exitus» de un paciente, en realidad quiere decir que se ha muerto. Yo lo llamaría fracasus, pero vayan ustedes a saber. Cuando se dice que la causa de una afección es «iatrogénica», se está diciendo que se debe a una intervención o exploración externa desafortunada e involuntaria. Cuando se habla de «autólisis» se quiere decir conducta suicida. Y una infección «nosocomial» es aquella que se ha adquirido en el contexto hospitalario. Y que alguien mencione el «enolismo», de verdad lo que está señalando es la presencia de alcoholismo en el paciente. Y la lista puede continuar y continuar con palabrotas como «anamnesis» (la entrevista que se le hace al paciente), «outlayers» (los enfermos que responden de forma imprevista a la esperada en los estudios estadísticos) o «pacientes Lázaro» (las personas que responden excepcionalmente bien a un fármaco cuando estaban a las puertas de la muerte).

Si pasamos a las ciencias biológicas, aquí el lenguaje se moderniza más y, más allá de sinónimos derivados del latín o del griego, se usan mucho las siglas. La inmensa mayoría, derivadas de palabras en inglés. Parecen anuncios de las primeras campañas electorales de la democracia tras la muerte del dictador, pero en vez de usar PSAN, PORE, POSI o LCR usamos acrónimos como PCR, CHIP, SEQ, RT o shRNA. En este sentido, la irrupción de las nuevas técnicas de genómica que combinan diferentes acercamientos experimentales ha acabado originando acrónimos aún más largos, mezclas de otros, como CHIP-SEQ o qRT-PCR. ¡Qué galimatías! Muchos científicos podemos tener una conversación para diseñar una investigación haciéndola completamente ininteligible para el mundo exterior.

Y el lenguaje todavía se vuelve más enigmático si entramos en el mundo de la industria farmacéutica o el análisis de datos y bioestadística. En la primera se usan expresiones como CRO (contract research organization, empresa contratada para prestar unos servicios) como quien dice «¡hola, buenos días!» y se apela a los dioses de la EMEA y la FDA, las agencias europea y norteamericana del medicamento, respectivamente, para que aprueben uno u otro medicamento. A mí me gusta particularmente la palabra «reposicionamiento», que quiere decir que un fármaco que se usa para una enfermedad, si funciona también para otra diferente, se pueda terminar dando también para esta última. La validación de efectos de los fármacos requiere de una metodología estadística muy precisa, y en ella se usan bonitos términos como «odds ratio» o «multivariante», que hacen las delicias de los expertos.

Solo les he querido exponer una muestra del mundo del léxico y el vocabulario biomédico. Quizá para unos será excesiva y solo pensarán en anotar las palabras mencionadas para llenar crucigramas. Quizá otros se adentrarán en una búsqueda más profunda de lo que solo he mencionado brevemente. A mí me queda la sensación de ser como aquel que explica cómo se hacen los espectáculos de prestidigitación. En todo caso, no se pierdan ustedes la magia que rodea a la ciencia.

Manel Esteller, médico. Institut d'Investigacions Biomèdiques de Bellvitge.

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