La ruptura de Irak y su impacto regional

La ofensiva del grupo armado Estado Islámico (EI), antes denominado el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), que comenzó en junio pasado, y la declaración de un califato en parte de Siria e Irak, afectará profundamente la configuración de fronteras, economía, control de fuentes energéticas y demografía de Oriente Próximo.

Las alianzas políticas se basan crecientemente en las identidades religiosas, en particular en torno a la fractura suní-chií, pero condicionadas a conveniencias estratégicas y pragmáticas no siempre sencillas de seguir. El Estado Islámico ha declarado su intención de alterar las fronteras que impuso el sistema colonial, especialmente mediante el tratado Sykes-Picot de 1916. Francia y Gran Bretaña planificaron entonces el futuro de las provincias árabes del Imperio Otomano sin atender a las particularidades étnicas, tribales o religiosas de los habitantes de esos territorios. Patrick Cockburn, en London Review of Books, dice que “el nacimiento de un nuevo Estado creado por EI es el cambio más radical en la geografía de Oriente Medio desde el tratado Sykes-Picot”.

A estas divisiones arbitrarias se sumaron la corrupción represiva de los Estados poscoloniales que se constituyeron en la región después de la Segunda Guerra Mundial, la creación del Estado de Israel en 1948, diversas guerras e intervenciones internacionales y la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003. La huida de las tropas iraquíes frente al avance de EI y la corrupción que afecta a Irak son dos signos del mismo problema: el Estado Islámico se erige frente al Estado “apóstata” creado por la invasión de Estados Unidos. Sin Estados inclusivos que representen pactos sociales entre minorías y mayorías, Siria e Irak se desintegran con un imprevisible impacto regional.

En Líbano, por ejemplo, las tensiones entre la población suní y la chií son crecientes debido a la guerra en Siria. El grupo político-militar Hezbolá, un Estado dentro del Estado libanés, opera en ayuda del régimen de Bachar el Asad, mientras que la presencia de un millón de refugiados sirios (21% de la población) y medio millón de refugiados palestinos que viven en condiciones miserables dificulta la cohesión de un país construido sobre un frágil pacto entre grupos con diferentes identidades religiosas.

En Oriente Próximo se configura una política económica basada en la guerra y el control de recursos naturales, como ha ocurrido en África durante las últimas décadas. Mohammad Ballout explicó en Al-Monitor en julio pasado cómo múltiples grupos armados opositores del régimen sirio han organizado la explotación y exportación de petróleo a través de canales ilícitos, especialmente camiones cisternas.

Irak pierde territorio y recursos económicos. El Gobierno de Bagdad, por ejemplo, ha iniciado pleitos contra el Gobierno regional de Kurdistán por vender petróleo de forma directa, sin respetar el acuerdo sobre gestión y reparto de los beneficios del crudo. El Gobierno de la región autónoma kurda, la más estructurada de Irak, y con intenciones independentistas, quiere vender petróleo directamente. Argumenta que lucha contra el avance del Estado Islámico y recibe refugiados iraquíes, pero que Bagdad no cumple sus compromisos económicos. Irak exporta alrededor de tres millones de barriles diarios.

El Estado Islámico está logrando la desvinculación entre Estado y fuentes energéticas al controlar fuentes de producción de petróleo en Siria y refinerías en Irak, venderlo a la población local y, especialmente, a países vecinos a través de intermediarios, para obtener de uno a 1,4 millones de dólares diarios por estas operaciones. Esto le permite actuar como un para-Estado en las zonas que controla a la vez que disminuir la capacidad financiera de los Gobiernos iraquí y sirio. Numerosos campos de petróleo en Siria se encuentran bajo el control de grupos armados como el Frente Al Nusra y el Estado Islámico. Así obtienen beneficios para proseguir con la insurrección y proveer servicios a las poblaciones que conquistan.

Los kurdos no lograron tener un Estado cuando acabó el Imperio Otomano, pero la invasión de Estados Unidos en 2003 facilitó la construcción de un cuasi-Estado kurdo. El Gobierno regional de Kurdistán está construyendo las bases para la independencia, pero en el corto plazo combate junto a Bagdad contra EI. Israel, interesada en un Estado aliado kurdo, y Turquía, que compra petróleo a la región kurda, apoyan la idea de la independencia, mientras que Estados Unidos e Irán quieren preservar un Estado unificado iraquí. Pero Washington tiene que ayudar al Gobierno regional kurdo, línea de defensa más fuerte contra EI.

El Estado Islámico y otros grupos yihadistas fueron apoyados inicialmente por Arabia Saudí y Qatar, e indirectamente por Turquía, en su guerra regional contra Irán y Bachar el Asad. Estos países están alarmados porque EI es ahora también un peligro para ellos. EI plantea un regreso a los ideales orígenes pre-estatales para refundar una comunidad político-religiosa, como hizo Mahoma, cuyo criterio de pertenencia era la fe y la guerra contra los “apóstatas”. El primer paso, para el que cuenta con apoyo social, es vengar la represión que han sufrido los suníes tanto en Irak desde la caída de Sadam Husein, como en Siria a manos del régimen alauí (cercano al chíismo) de Bachar el Asad. Diversos grupos y tribus suníes se han aliado con EI en esta tarea en contra el Gobierno chií de Nuri al Maliki. El Estado Islámico también reprime duramente y expulsa a los cristianos y otras minorías religiosas, para que acepten convertirse al nuevo orden.

El ascenso del Estado Islámico no es una sorpresa. Sobraron los avisos sobre la represión del Gobierno sectario de Al Maliki y la consiguiente radicalización de la comunidad suní. Pero Estados Unidos e Irán, por razones diferentes, prefirieron apoyar a Bagdad apostando por una estabilidad imposible. Cuando Washington presionó a Al Maliki para formar un Gobierno de unidad era demasiado tarde.

Pese a su llamado para imponer un califato en la región y liberar Palestina, el Estado Islámico encuentra también límites. Yezid Sayigh, del Centro Carnegie en Líbano, considera que este grupo tiene terreno fértil para imponerse en parte de Irak y Siria, pero que difícilmente podrá ir más allá. Otros analistas consideran que EI subirá y caerá con la misma rapidez, o que un nuevo primer ministro en Bagdad calmará a la comunidad suní. Pero la fragmentación del Estado iraquí entre un área suní controlada por EI y sus aliados, otra chií con Bagdad en el centro, y la región kurda, parece un hecho difícil de frenar. Un pacto de descentralización y protección de las minorías entre los actores iraquíes negociado con Irán, Arabia Saudí, Turquía y Estados Unidos es tan importante como improbable de alcanzar.

Mariano Aguirre es director del Norwegian Peacebuilding Resource Centre (NOREF), en Oslo.

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