El secretario de Estado de Educación, Alejandro Tiana, del Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos, ha calificado de "superfluo" el debate sobre la presencia del castellano en las aulas de Cataluña. Ese “superfluo”, que desdeña cualquier margen de discusión sobre la polémica de la inmersión lingüística, nos ha sonado a muchos como el inigualable “ahora no toca” de don Jordi Pujol.
Y es que en el fondo son lo mismo. Hay que silenciar el debate sobre el modelo educativo de Cataluña. Porque han convertido la inmersión en algo tabú, sagrado e intocable sobre lo que no se puede discutir. Si osas cuestionarla, te intentan atemorizar diciendo que “rompes la convivencia” y “creas problemas”.
Pero como creo, quizá ingenuamente, que en una democracia es posible debatir de forma serena, educada y aportando datos sobre cualquier tema, voy a exponer algunas cifras sobre la inmersión. Más aún cuando el señor Tiana dice que “no hay ni un solo dato que avale debatir sobre la inmersión”.
Aquí van cinco argumentos con datos y cifras (algunas, por cierto, del propio Ministerio de Educación) para debatir a fondo sobre el modelo educativo de Cataluña.
En primer lugar, entre los ciudadanos de Cataluña no existe ningún consenso a favor de la inmersión, como muchas veces se repite. En este tema es muy diferente lo que piensan los políticos nacionalistas de lo que piensan los catalanes de la calle.
De acuerdo con las encuestas públicas y privadas apenas un 14% de catalanes de a pie, es decir, uno de cada siete, es favorable a un modelo de enseñanza como la actual inmersión lingüística obligatoria, con todas las materias en catalán. Una amplia mayoría de padres catalanes prefiere un modelo respetuoso con el bilingüismo, donde a sus hijos se les enseñe en las dos lenguas oficiales, tanto en catalán como en español. ¿Es “superfluo” debatir sobre algo con lo que no está de acuerdo el 86% de los ciudadanos, señor Tiana?
En segundo lugar, la inmersión nunca ha sido avalada por Europa en la forma en que se aplica en Cataluña. Por el contrario, el Consejo de Europa ha advertido que, al igual que en Quebec, la inmersión en Cataluña debería ser voluntaria y los padres deberían tener derecho a decidir, algo a lo que los políticos nacionalistas se niegan.
Por lo visto, el derecho a decidir sólo sirve para que los políticos nacionalistas puedan convertir Cataluña en un cortijo donde puedan controlar los jueces y la policía, y hacer de las suyas sin que nadie les diga nada, pero no para que un padre pueda decidir sobre la educación de su hijo.
En tercer lugar, la inmersión no es ningún modelo de cohesión social, como dice el lema que nos repite machaconamente el nacionalismo. En cambio, bajo la inmersión los niños castellanohablantes fracasan el doble que los catalanohablantes.
La inmersión es un modelo claramente discriminador. Los niños catalanohablantes reciben la enseñanza en su lengua materna, la que mejor entienden y más dominan, mientras los niños castellanohablantes deben sumar a la dificultad propia de las materias una dificultad lingüística añadida: estudiar, expresarse, leer o examinarse en una lengua que no es la suya. Así, por ejemplo, un 20,3% de los alumnos castellanohablantes no consiguen superar el nivel mínimo de PISA en matemáticas en Cataluña, más del doble que el 10,1% de catalanohablantes en esa misma situación
En cuarto lugar, tampoco la inmersión es un modelo de integración, otro eslogan ampliamente repetido. De acuerdo con los datos de PISA, el sistema educativo catalán es el que muestra una menor integración del alumnado inmigrante entre todas las autonomías de España.
Para muchos niños inmigrantes, y en particular de origen hispanoamericano, la imposición del catalán es un obstáculo para su integración y aprendizaje, tal como demuestran sus malos resultados en Cataluña. En concreto, en PISA, el 32% de los alumnos inmigrantes en Cataluña no consiguen superar el nivel más bajo, casi el triple que el 11% de nativos que no lo logran. Si se analizan las puntuaciones de PISA, la diferencia negativa entre alumnos inmigrantes y nativos en Cataluña es muy elevada (-62 puntos), notablemente superior a la media de la Unión Europea (-38 puntos) y a la de España (-42 puntos).
En quinto lugar, sería muy sorprendente que en Cataluña, con sólo dos horas a la semana de castellano, se tuviera el mismo dominio que con 25 o 30 horas en el resto de España. El nacionalismo catalán nos ha intentado convencer (y con mucha gente lo ha conseguido aunque parezca increíble) que una lengua como el español se aprende mejor cuantas menos horas se dedican a estudiarlo en clase.
Desgraciadamente, los milagros lingüísticos no existen. Las últimas evaluaciones de lengua española comunes a todas las autonomías muestran, en cuanto al nivel ortográfico, que sólo un 33% de los alumnos catalanes de ESO (apenas un tercio) son capaces de transcribir un texto en castellano a nivel básico, con dos o menos faltas. En el conocimiento de periodos, autores y obras de literatura española, la media obtenida por los alumnos catalanes es de un 35% de aciertos frente al 79% de los alumnos del resto de España. Es decir, el nivel de los alumnos catalanes no llega ni a la mitad del nivel de sus homónimos de la misma edad del resto de autonomías. Los datos son elocuentes.
Una vez expuestos estos cinco argumentos, permítaseme una reflexión final sobre el modelo educativo que nos impone el nacionalismo en Cataluña. Hay dos vías para conseguir un sistema educativo respetuoso con el bilingüismo. O bien se introducen porcentajes similares en ambos idiomas en la enseñanza (aproximadamente 50%-50%) o bien se permite que los padres puedan elegir libremente la opción lingüística que prefieren para sus hijos.
En Cataluña, ni se permite a los padres elegir libremente ni se admite un equilibrio lingüístico en la enseñanza. Se impone de forma obligatoria a los ciudadanos una enseñanza monolingüe en una sola de las dos lenguas oficiales. Cataluña, con su sistema de inmersión lingüística sólo en uno de los dos idiomas oficiales en un territorio bilingüe, es una excepción mundial.
Debatir sobre algo tan relevante como la educación nunca es superfluo, como dice el señor Tiana. Pero es que en un sistema como el catalán, que antepone la política a la pedagogía, donde se niega al 60% de los alumnos el derecho reconocido internacionalmente a la enseñanza en lengua materna, donde se acosa a los padres que piden que sus hijos puedan estudiar alguna asignatura en castellano, donde el español es tratado con el mismo número de horas que una lengua extranjera y donde existen tantas deficiencias educativas como muestran los datos arriba expuestos, no solo no es superfluo, sino necesario y urgente.
Pero eso sólo si lo que realmente nos preocupa es conseguir la mejor educación para nuestros hijos. Si lo que nos ocupa es no molestar a los nacionalistas catalanes para seguir en la Moncloa, entonces el debate sí es superfluo.
Jesús Sanz es responsable de estudios de Convivencia Cívica Catalana.