La salida del túnel

Parece que ya se avista la boca de salida del largo túnel en que nos metió la aprobación del Estatut, la consiguiente negociación bilateral del modelo de financiación y la presentación por parte del PP de un recurso de anticonstitucionalidad. Cuando entramos en él, las condiciones meteorológico-económicas eran muy favorables. El anticiclón imperaba, la actividad económica florecía y ello se reflejaba en unos superávits en el presupuesto estatal que permitían sacar pecho a nuestros mandamases políticos. Durante el largo trayecto por el oscuro agujero, los encargados de aproximarnos a su salida han estado negociando el modelo de financiación y los magistrados estudiando la respuesta al recurso como si las buenas condiciones meteorológicas imperantes no fueran a cambiar.

Resulta QUE ahora ya es evidente que el escenario con el que se encontrarán será completamente diferente. Una borrasca no solo potente, sino también persistente, causa grandes estragos que llevan a quienes tienen las riendas de la política económica a adoptar cualquier medida paliativa, con independencia de su ortodoxia. El presupuesto vigente no tiene virtualidad alguna y todas sus cifras han sido barridas por los vientos huracanados que no cesan de soplar. De la magnitud del déficit prácticamente nadie se preocupa. Con tal de salvar un puesto de trabajo, las cifras de la subvención a la empresa en crisis pueden llevar muchos ceros a la derecha aunque las arcas del Tesoro estén vacías. Para tener más munición se elevan a contra reloj algunos impuestos, tabacos y gasolinas y quizá los que gravan a las rentas más altas sin calcular con precisión los efectos recaudatorios. Como dirían los cazadores, se tira con perdigón, a ver si hay suerte y alguno de los plomos alcanza un ave.

Nadie sabe cuál será el panorama que dejará la borrasca cuando amaine. Pero resulta claro que será muy diferente del que conocíamos cuando aquella llegó. Empresas desaparecidas o en ruinas, otras más o menos encubiertamente nacionalizadas, un Estado muy endeudado, posibles tensiones inflacionistas, un régimen fiscal retocado deprisa y corriendo en la lucha contra los elementos, una tasa de paro que puede erosionar la salud de nuestro sistema de pensiones… Vaya usted a saber. Lo único seguro es que será distinto. Como ocurre con el paisaje que apenas se reconoce después de una fuerte inundación o una erupción volcánica. Por ello parece un ejercicio un poco fútil dedicar tantos esfuerzos a buscar fórmulas cuyos resultados dependerán en gran medida de unos parámetros cuyos valores son hoy desconocidos, pero que serán muy distintos de los actuales. De haberse podido prever el cataclismo, lo más prudente hubiera sido esperar a su superación para empezar a discutir la aplicación del Estatut o, quizá mejor, incluso su redacción. Mientras tanto, algún parche transitorio hubiera podido ayudar a superar la angustiosa insuficiencia financiera de la Generalitat.

Pero ahora ya es tarde. Las cartas están sobre la mesa y hay expectación por conocer la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut y comprobar si hay finalmente un acuerdo sobre financiación. Sinceramente, creo que es más importante la solución que tenga la primera que el modelo, y la cifra, a los que se llegue en las tediosas y algo rocambolescas negociaciones bilaterales. La sentencia no tendrá vuelta de hoja y un recorte excesivo del texto estatutario, por mucho que los magistrados intentasen disimularlo con un abstruso lenguaje jurídico, podría dar lugar a situaciones muy tensas en Catalunya. No solo podría abocarnos a unas elecciones anticipadas, que no resolverían prácticamente nada cualquiera que fuera su resultado, sino que daría alas a los afanes secesionistas y lugar a una división profunda de la sociedad catalana.
En cambio, si se tiene conciencia de la situación económica que vivimos, de los cambios en la estructura del presupuesto del Estado que la salida de la crisis forzosamente comportará, resulta obvio que el modelo –y sobre todo la cifra, que muchos usarán como única medida de la bondad, y no solo para Catalunya– tiene una base frágil, por lo que deberá sufrir retoques, y algunos importantes, a medida que el panorama se vaya despejando y se camine hacia la normalidad. Por lo tanto, con tal de que implique un paso adelante hacia la solución del injusto trato fiscal que hemos recibido en los últimos lustros, y sobre todo introduzca algún criterio de racionalidad, hasta ahora ausente en la distribución del pastel, la solución puede ser buena aunque no colme todas las aspiraciones. Para evitar malentendidos, con la que está cayendo nadie es capaz de calcular cuáles serán los ingresos que la fórmula adoptada en el acuerdo permitiría conseguir a la Generalitat en el 2010. Igual que todos sabemos que el presupuesto del Estado que las Cortes aprueben a finales de este año para ese mismo 2010 tendrá buena parte de ficción.

Insisto. Voces en principio autorizadas aseguran que quedan pocos días para conocer los resultados de dos procesos de extraordinaria importancia mediática y, en consecuencia, también política. Es importante, antes de lanzar las campanas al vuelo en toque de difuntos o un repique alegre de celebración, examinar su trasfondo y calibrar bien las consecuencias que cada uno de ellos comporta. Esta vez sí conviene que los catalanes, a veces tan dados a la rauxa, apliquemos sobre todo el seny. Y que sean especialmente los políticos, de cualquier color, quienes prediquen con el ejemplo.

Antoni Serra Ramoneda, presidente de Tribuna Barcelona.