La salud de Obama

Las colonias norteamericanas que con el tiempo conformaron Estados Unidos fueron la obra de comunidades de cristianos disidentes que trataron de constituir sociedades acordes con las enseñanzas de Jesús y en contraste con las formas, a su juicio corruptas, de gobierno en Europa. El principio de responsabilidad individual era central en su visión. De la misma forma que la salvación eterna dependía de los actos de cada individuo, resultado por lo tanto de su libertad y de su voluntad, en la sociedad humana cada persona sería responsable de sus actos, de sus aciertos y de sus fracasos. Más aún, ninguna instancia superior tenía derecho a entrometerse en el marco de la libertad individual, tanto para resolver cuestiones espirituales como para solucionar problemas terrenos. De ahí el temor secular a la injerencia del Estado en el ámbito de lo privado.

Los europeos, por el contrario, evolucionamos desde monarquías autoritarias o absolutas y, aunque hemos avanzado mucho en el terreno de las libertades, consideramos normal que el Estado asuma muchas responsabilidades que corresponden al individuo. Ello explica la facilidad con la que aceptamos que otros se encarguen de la educación de nuestros hijos, de las prestaciones sanitarias o del régimen de pensiones.

Norteamericanos y europeos somos el resultado de historias distintas. Ellos se adentraron en el terreno de la asistencia social en los años sesenta y setenta. Canalizaron recursos ingentes hacia los menos favorecidos y el resultado fue desastroso. En vez de alentar la integración, lo que se logró fue alimentar la dependencia, una experiencia que conocemos bien en el Viejo Continente. La revolución dirigida por Reagan limitó muchos de aquellos desmanes al tiempo que retomaba la tradición política norteamericana.

En Estados Unidos el sistema de salud ha sido, como casi todo, privado. Cualquier niño crece sabiendo que en cuanto finalice sus estudios tiene que contratar un seguro de salud y otro que le garantice una pensión suficiente. El sistema funciona correctamente desde hace muchos años. Los estudios económicos apuntan a que el coste es mayor que en Europa, pero los asegurados están mayoritariamente satisfechos. Para ellos no es un derecho, sino una póliza de seguro pagada a lo largo de toda una vida.

Ni en Estados Unidos ni en Europa la salud es sólo una cuestión privada. Hay una compleja y problemática dimensión política. Si el Estado garantiza los servicios sanitarios y las pensiones, está desactivando tensiones sociales. Todos conocemos la historia reciente de Europa y cualquiera de nosotros reconocería que la paz social se alcanzó con el denominado «estado de bienestar». Pero si no queremos hacer trampa en el solitario, también tendremos que aceptar que con él llegó nuestra pérdida de fuelle económico e intelectual. De ahí que no nos pueda sorprender que en el debate político norteamericano se ponga a Europa como penoso ejemplo de lo que les puede ocurrir si avanzan por el camino que nosotros desbrozamos.

Obama representa el ala izquierda del Partido Demócrata, sensible a las demandas de aquellos sectores menos favorecidos que desean acceder a mayores prestaciones sociales. En la campaña electoral se comprometió a crear un sistema de salud pública, y desde la Casa Blanca ha tratado infructuosamente de cumplir su promesa. No lo logró porque se encontró con la firme oposición de su propio partido, que no estaba dispuesto a asumir el inevitable aumento de los impuestos ni el compromiso a largo plazo. Al final se ha llegado a una reforma del sistema vigente por el que se da cobertura a más de veinte millones de personas a costa de un incremento de las aportaciones de empresas y particulares.

Obama salva la cara ante su electorado en un momento crítico. Las elecciones para renovar la totalidad de la Cámara de los Representantes, un tercio del Senado y un buen número de puestos de gobernador están a la vista. Llegó a la Casa Blanca tras generar enormes expectativas, y un año largo después la cosecha es parca. Su política exterior es un desastre. La económica no convence a sus conciudadanos, aunque estarían muy dispuestos a cambiar de opinión si los resultados llegan. Sólo le quedaba este frente para llegar a las elecciones con algún logro que mostrar. Lo ha conseguido, pero falta por ver cuál será el coste.

Los demócratas conquistaron las dos Cámaras gracias a que captaron votantes de clase media y clase media alta de tendencia política moderada o centrista. También ellos vieron en Obama al líder generacional capaz de transformar Estados Unidos y de situar al país en las mejores condiciones para competir tras superar la crisis. Esos votantes se sienten decepcionados. Han visto confirmadas las tesis republicanas de que los demócratas sólo son capaces de generar deuda y paro al tiempo que manifiestan una peligrosa debilidad en política exterior. La reforma sanitaria va directamente contra sus bolsillos. Tendrán que pagar más impuestos y sus ahorros en bienes muebles sufrirán también la repercusión de estos nuevos costes. Para muchos norteamericanos es inmoral que el Estado les quite su dinero para dárselo, en forma de servicios, a quien no ha querido trabajar y ahorrar. La parábola del hijo pródigo no es fácil de comprender en un plano teológico, pero en el político representa el triunfo de la cigarra sobre la hormiga.

La combinación de fracasos y reforma sanitaria ha creado el escenario soñado por los republicanos. Los sondeos adelantan una grave pérdida de escaños para los demócratas en ambas Cámaras. Es pronto para adelantar resultados, pero hay dos hechos que parecen fuera de discusión. Algunos de los distritos y estados conquistados por los demócratas en elecciones recientes, durante las horas bajas de la Administración Bush, van a volver a manos republicanas. Es posible, aunque difícil, que estos últimos reconquisten alguna de las Cámaras, lo que situaría a Obama en un escenario muy distinto al que ha disfrutado hasta la fecha. Por otra parte, se dan las circunstancias óptimas para que surja un nuevo liderazgo republicano. Aunque lo que se votará serán puestos de representante, de senador y de gobernador, las campañas electorales permitirán a los jefes del partido dirigirse a la nación y establecer un nuevo programa. Si aciertan a encontrar personas e ideas, no sólo lograrán un importante éxito electoral el próximo mes de noviembre, algo que se da por descontado, sino que estarán en condiciones de poner en peligro la reelección de Obama.

La opinión pública suspende a su presidente en todas las políticas clave, pero sigue considerando que es el hombre del momento. El crédito popular se está consumiendo y en cualquier momento Obama se puede convertir en un nuevo Carter. Tras la reforma sanitaria la pelota, está en el campo republicano. Su imagen es manifiestamente mejorable. El partido continúa descompuesto. Necesita revisar en profundidad sus posiciones y establecer un renovado discurso. Si lo consigue, estará en condiciones de poner fin a la carismática, costosa y por ahora estéril experiencia Obama, incluida la reforma sanitaria recién aprobada.

Florentino Portero