La salud de sus señorías

Uno de cada dos diputados y una de cada tres diputadas tendrá cáncer a lo largo de su vida. No hay que alarmarse. No lo tendrán por ser parlamentarios. Lo tendrán por ser hombres o mujeres. Por sorprendente que parezca, esta es una realidad del ser humano, y la responsable de la tercera parte de las muertes en España. La buena noticia es que un tercio de esas muertes por cáncer son evitables, soslayando los factores de riesgo más importantes: el tabaco, las infecciones y el alcohol, además de la contaminación, la obesidad, y el sedentarismo.

Nunca se hará suficiente hincapié en la importancia de realizar ejercicio físico, tanto como medida preventiva frente al cáncer, como por el beneficio que supone para quienes ya lo padecen, como se ha observado en cánceres de mama, pulmón, colon y endometrio. La lucha mediante medidas protectoras y vacunas contra ciertas infecciones, como el virus de la hepatitis C o el papilomavirus, también podría ayudar a reducir la incidencia de tres tipos de cáncer: el hepatocarcinoma, el cáncer de cérvix uterino y el carcinoma de cabeza y cuello. El esfuerzo que hicimos, por ejemplo, desde el Ministerio de Sanidad y el conjunto del sistema sanitario en 2015, para abordar el tratamiento de la hepatitis C, hará de España el segundo país del mundo, tras Islandia de solo 338.000 habitantes, en cumplir el objetivo de la Organización Mundial de la Salud de acabar con la enfermedad, adelantándonos en seis años al plazo de dicho objetivo.

Con todo, el cáncer, en general, se produce, y en los últimos 20 años, ha ido creciendo de forma constante el número de casos diagnosticados debido al aumento de la población, a las técnicas de detección precoz y al aumento de la esperanza de vida, ya que el riesgo de padecerlo aumenta con la edad. Afortunadamente también se incrementa la supervivencia y la calidad de vida de los pacientes gracias a los avances en el tratamiento oncológico. Y para lograr que los nuevos métodos de prevención, diagnostico y tratamiento del cáncer puedan aplicarse fuera de los laboratorios, son esenciales los ensayos clínicos.

Los ensayos clínicos con medicamentos, permiten el acceso temprano de los pacientes a soluciones innovadoras antes de ser autorizadas, cuando otros tratamientos ya han fracasado y no existe otra solución. Aportan al profesional sanitario la necesaria combinación de labor asistencial e investigadora que le permite seguir avanzando en su búsqueda de la excelencia. Suponen la atracción de recursos a los centros de investigación y hospitales que los realizan. Y son fundamentales para la industria innovadora porque solo unos profesionales e instalaciones sanitarios excepcionales como los que tiene nuestro sistema sanitario, les permiten culminar el esfuerzo investigador y de desarrollo de nuevas moléculas para convertirlas en los medicamentos que los pacientes necesitan.

España ha logrado posicionarse en los últimos años como uno de los países europeos más atractivos a la hora de atraer inversiones en investigación clínica. Más de la mitad de los ensayos impulsados por la industria farmacéutica corresponden a fases tempranas de la investigación. Éstas son las de mayor complejidad, y las que posibilitan a los pacientes ese acceso más temprano a las nuevas terapias, que en algunos casos, es la última oportunidad que no tenían. Y no tener otra oportunidad en cáncer, lleva implícito un final que se escribe sobre una superficie de granito. Uno de los factores que están detrás de este incremento en los ensayos más complejos, es la reducción de los tiempos de puesta en marcha de los proyectos, que se produjo en 2016 con el nuevo Real Decreto de Ensayos Clínicos.

Se puede discutir de donde deben provenir los recursos para nuevos ensayos clínicos, aunque hay acuerdo en que la consecución de nuevas y mejores soluciones, que todos deseamos, requeriría una mayor inversión. ¿Debería provenir ésta de fondos públicos adicionales en un momento de gran tensión presupuestaria pública? ¿Deberían ser fondos públicos recanalizados desde la investigación básica a la realización de ensayos clínicos, profundizando en la eterna disputa sobre el equilibrio relativo entre la investigación básica y la aplicada? ¿Deberían ser fondos privados? ¿Deberían venir de una combinación de estas fuentes? Al paciente que se enfrenta a un tumor hoy, creo que no le importa mucho. Lo que le importa es tener la solución para su problema, que en muchos casos es de carácter vital.

A pesar de los impresionantes esfuerzos realizados, las expectativas de cuán rápido se pueden resolver estos problemas de salud por la ciencia biomédica, han sido poco realistas. Se requiere tiempo y recursos. En 1965, tratando de emular a su predecesor JFK, el presidente Lyndon Johnson lanzó la iniciativa dirigida a conseguir un corazón artificial totalmente implantable para el Día de San Valentín de 1970. Johnson dijo entonces que lo que quería era resultados, no investigación. Los políticos quieren resultados hoy, antes de que acabe una legislatura. Pero los relojes vitales de cada una de sus señorías, incluidos los miembros del Gobierno de turno, avanza inexorable como les recuerda el reloj astronómico de Alberto Billeter desde 1857, a todos los que pasan por el escritorio del reloj del Congreso entre negociación y reunión. La posición del sol, la tierra y la luna respecto a las cuatro estaciones, encerrados en su caja de palo de rosa con incrustaciones de nácar, no debe distraerles del hecho de que el cáncer aparecerá. Y tanto si uno sigue en su escaño, como si ya lo ha dejado, lo único que pedirá en ese momento es tener la solución a su alcance. De ahí la importancia de mantener un entorno positivo para la I+D biomédica en los próximos años, para terminar de convertir al país en una potencia mundial en este ámbito. Al menos, uno de cada dos y una de cada tres, deberían hacer todo lo posible para que así sea.

Rubén Moreno es doctor en medicina y fue secretario de Estado de Relaciones con las Cortes y secretario general de Sanidad.

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