La sed de mal

Chérif Chekatt, el asesino que mató a 5 personas e hirió a otras 12 en Estrasburgo, no es un terrorista como los demás. No lo es en la medida en que este último acto criminal era su número 28. Nacido en Estrasburgo de padres inmigrantes, es uno de esos hijos no reconocidos o tan poco queridos de Francia. Comenzó su carrera de rebelión contra la sociedad a los 13 años. Hurtos, atracos a mano armada, agresiones, robos con allanamiento y otros muchos delitos. Ha visitado con frecuencia las cárceles de Francia y Alemania.

A medida que crecía, crecieron también sus ambiciones. Su sed de mal era una forma de estar en el mundo, una visión de la vida y la muerte, teniendo en cuenta que había pasado tanto tiempo en prisión que era ya su segunda casa. Nos cuentan que fue allí donde se radicalizó, cuando descubrió un camino nuevo en el islam. Se negó a comer cerdo y empezó a amonestar a sus compañeros de cárcel que no observaban debidamente las normas de la religión musulmana. Hay que recordar que las prisiones francesas fueron el primer lugar en el que los musulmanes reclamaron que les ofrecieran alimentos halal, es decir, tratados de acuerdo con el ritual islámico, y después la reivindicación se extendió a los colegios y los hospitales. Para los musulmanes fue una forma de distinguirse e imponer su identidad. El islam consoló a Chérif Chekatt en su soledad y su rechazo a la sociedad francesa en la que había nacido. En la religión encontró una identidad y una sed de venganza.

La sed de malSi emprendió una carrera de delincuente ya a los 13 años fue porque sus padres y sus hermanos no se ocuparon de él. No recibió educación alguna, no tuvo contacto con ninguno de los valores humanistas que propone el islam. En ese sentido, su acción terrorista del martes 11 de diciembre corresponde más a unos sentimientos de odio y sed de mal que a una premeditación yihadista estructurada y preparada con unos cómplices. Su caso se parece al del tunecino Mohamed Lahouaiej Bouhlel, que el 14 de julio de 2016 arremetió con su camión contra la muchedumbre en Niza y mató a 80 personas (un tercio de ellas, musulmanas). Tanto uno como otro pronunciaron la fórmula Allahu Akbar para dar sentido y tono al gesto desesperado y absurdo de matar al azar, sin escoger a las víctimas. El verdadero yihadista tiene un plan, un objetivo, un fin concreto. No actúa solo. Sigue las órdenes de una organización que le ordena sembrar el caos. El caso de Chérif Chekatt recuerda también al del tunecino Anis Amri, que el 19 de diciembre de 2016 atentó contra un mercado navideño en Alemania y causó 12 muertes. La policía italiana le encontró en Milán y le abatió.

Dicho esto, el atentado de Estrasburgo ha sido reivindicado por el ISIS —que perdió la guerra en octubre de 2017— y muy bien podría inscribirse en esos atentados contra Francia, que participó en esa guerra y tiene un grave conflicto con los jóvenes hijos de inmigrantes víctimas de la falta de reconocimiento e incluso el rechazo: el 40% está en el paro, el fracaso escolar está muy extendido, menos del 3% de los hijos de inmigrantes llega a la Universidad. El ascensor social no funciona. Algunos casos aislados consiguen salir adelante e incluso triunfar, sobre todo en la música, el humor y el cine, pero son una minoría.

El Ministerio del Interior dice que hay 20.000 individuos con una ficha S, es decir, que constituyen una posible amenaza nacional. En su mayoría han pasado por prisión, donde seguramente se han radicalizado a manos de reclutadores islamistas que propagan el discurso del odio y la venganza contra Occidente en general y Francia en particular. ¿Qué se puede hacer con esos 20.000 S? En su mayoría son franceses, por lo que no se les puede expulsar. Vigilar a todos es imposible. Chérif Chekatt iba a ser detenido la mañana del 11 de diciembre. La policía llegó a su casa y no le encontró. ¿Cómo impedir que pase a la acción un individuo conocido por la policía, multirreincidente, violento y sin voluntad de arrepentirse?

La democracia no está equipada para luchar contra este terrorismo. Sin renunciar a sus valores fundamentales, no puede librar una guerra eficaz contra esos asesinos aislados, no organizados, capaces de cometer una carnicería en cualquier momento. Solo cuenta con el trabajo de información y la intervención familiar. Una persona que emprende una guerra contra la sociedad a los 13 años y que no ceja a pesar de sus numerosos ingresos en prisión es, por fuerza, alguien a quien hay que vigilar más de cerca, y una simple ficha no basta para prevenir la catástrofe.

Hay que destacar la responsabilidad de los padres. No han educado a su hijo, han dejado que estuviera en la calle, por su cuenta, a merced de la violencia cotidiana. Aunque legalmente no se les pueda inculpar, deben saber que una parte de responsabilidad de este atentado asesino es suya. Los padres de Chekatt están divorciados. El padre lleva una larga barba teñida con henna, signo de pertenencia a un grupo islamista.

Estos padres debieron de renunciar a educar a sus hijos. No tenían autoridad sobre ellos ni los medios intelectuales para llevarlos por el buen camino. Es cierto que la sociedad francesa no los ayudó. Hacinados en los barrios de la periferia, en viviendas mal construidas, muchos son inmigrantes que, tras la reagrupación familiar decidida en 1975 por el presidente Giscard D’Estaing, tuvieron hijos por los que el Estado les concedía subsidios. Esos hijos han crecido en un desierto cultural, con una identidad vacilante; franceses, pero nada valorados por el entorno social y político. Estos criminales aislados son la mayor amenaza actual contra la seguridad de Europa. El islam no es más que un aliado circunstancial, sin realidad, sin convicción. La propaganda de los vídeos en Internet es siempre eficaz.

Hay pocos países europeos que puedan verdaderamente vivir tranquilos. Siempre existirá un lobo solitario que un día saldrá decidido a matar al mayor número posible de transeúntes, simplemente para saciar su sed de venganza, incluso aunque la sociedad no haya cometido ninguna injusticia con él. La desesperación, el conocimiento tosco de los preceptos del islam, la falta de cultura, la propaganda yihadista y un entorno hostil en el que no ha encontrado su sitio le empujarán a cometer un acto irreparable. En este sentido, la labor de reparación y prevención corresponde tanto al Estado como a las familias, que, ya que no han educado a sus hijos, deben impedir que cometan crímenes y se conviertan en terroristas por una causa difusa e injustificable.

Tahar Ben Jelloun es escritor, ganador del Premio Goncourt. Su último libro es El castigo (Cabaret Voltaire). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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