La seducción de Bush

Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París (LA VANGUARDIA, 01/03/05).

George W. Bush se ha entregado en el transcurso de su última visita a Europa a una verdadera operación de seducción. Confirmando los mensajes transmitidos días antes por Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld, el presidente ha querido enterrar el hacha de guerra que había hecho aparecer entre Washington y los europeos la cuestión iraquí. Cuando Francia y Alemania -entre otrosse opusieron a los proyectos estadounidenses de guerra contra Iraq, se alzaron numerosas voces para ponerlos en guardia contra los peligros que corrían oponiéndose a la primera potencia mundial y ello al margen de lo acertado de sus argumentos.

Cuando terminó la guerra en abril del 2003, los mismos -o casi- recomendaron a París y Berlín que se unieran a la ocupación militar de Iraq, puesto que no tenía ya sentido la oposición a Estados Unidos y podían exponerse con ello a graves contrariedades. Se oyó de nuevo ese tipo de argumentos tras la captura de Saddam Hussein en diciembre y tras el establecimiento de un gobierno provisional iraquí en junio del 2004. Meses más tarde, en noviembre, se nos repitió de nuevo que las cosas estaban ya claras; una vez reelegido Bush -y de modo triunfal-, quienes se habían cruzado en su camino pagarían con creces el precio de su disidencia. Con el fin de evitar un castigo demasiado severo, había que implorar urgentemente perdón y esperar una dosis de indulgencia. No era posible disentir sin riesgo de la potencia dominante en un mundo unipolar.

Ahora bien, desde el mes de enero, está ocurriendo justo lo contrario: Condoleezza Rice, que hablaba de "castigar Francia", ha hecho de París el momento clave de su periplo europeo. Donald Rumsfeld se ha burlado de sí mismo a propósito de la distinción entre la vieja y la nueva Europa. Y el presidente Bush ha rivalizado en amabilidad tanto con el presidente como con el canciller Schröder. Esto demuestra que, si bien el mundo no es multipolar (es evidente que Estados Unidos carece de rivales en términos de fuerza), tampoco es unipolar, porque los estadounidenses no pueden hacer frente solos a los grandes desafíos internacionales, ni imponer a otros países sus prioridades estratégicas. Sigue siendo posible, sin arriesgarse a lo peor, defender una política diferente de Washington, por poco que esté basada en argumentos pertinentes que resistan la prueba del tiempo y que tengan eco ante la opinión pública internacional.

Y, si ha existido un acercamiento euro-estadounidense, de lo cual debemos felicitarnos, Estados Unidos ha recorrido más camino que los europeos. No era éste el escenario descrito con más frecuencia hasta ahora. Las reuniones en la cumbre no han hecho desaparecer la larga lista de los desacuerdos (Irán, China, protocolo de Kioto, etcétera). Al menos se puede evitar que degeneren en motivos de crisis transatlánticas. Los estadounidenses han aceptado dejar de lado el principio según el cual "quienes no están con nosotros están contra nosotros". Es posible ahora llegar a un "acuerdo sobre los desacuerdos", lo cual en el fondo es lo mínimo entre países democráticos y aliados. Los estadounidenses toman nota de que la situación no es tan cómoda como dicen o como dicen sus defensores en Iraq; el ayatolá Sistani es el claro vencedor de las elecciones y el candidato proestadounidense, Iyad Alaui, es el claro perdedor a pesar de los medios puestos a su disposición. Asimismo habrá que contener el impulso secesionista kurdo. Además, la violencia no ha cesado en el país, más bien al contrario. En Iraq, como en otras partes, la primera potencia mundial necesita el apoyo, la ayuda de otros países. Los estadounidenses también toman nota de la inutilidad de su esfuerzo por romper el par francoalemán, reforzado por el cambio de mayoría política en España, que ha hecho oscilar la mayoría estratégica en Europa. Hay ahora un núcleo duro europeo compuesto por Alemania, Bélgica, España y Francia, que, aun estando de acuerdo en el mantenimiento de una alianza fuerte con Estados Unidos, estiman que esa alianza no puede significar sumisión. Su actitud hace dudar a quienes consideraban que la única elección que se abría ante ellos era una total lealtad a la hiperpotencia estadounidense. De paso, Estados Unidos toma nota, más que algunos europeos, del ascenso de una Europa con ese nombre. Una vez dicho esto, no debemos engañarnos: Estados Unidos no se ha convertido en un país multilateralista deseoso de promover las organizaciones internacionales y respetar la supremacía del derecho internacional. Digamos que su consigna "multilaterales si podemos, unilaterales si debemos" se ha transformado en "unilaterales si podemos, multilaterales si debemos". El multilateralismo no es una elección voluntaria, sino que viene dictada por las realidades de las relaciones de fuerza. Estados Unidos mantiene la misma política con una mayor dosis de realismo, menos arrogancia y unas pocas sonrisas más. Tras haber incendiado Iraq, Estados Unidos necesita los bomberos de los otros países para apagar el fuego. Por eso cortejan a quienes antes querían castigar y por eso Berlín, Bruselas, Madrid y París ven confortadas sus opciones políticas.

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