La segunda derrota de 'Pakito'

El episodio es conocido. En agosto de 2004, Francisco Múgica Garmendia, alias 'Pakito', y otros cinco de esos que se llaman 'históricos' dirigentes de ETA hacían llegar a la dirección de la banda un llamamiento perentorio a la rendición. En una larga carta, estos presos etarras, que protagonizaron -junto a 'Josu Ternera'- años de brutalidad indecible, confesaban sentirse «morir a fuego lento». Declaraban caducada la «lucha armada», carente de apoyo social, privada de la épica perversa que convertía a sociópatas asesinos en valerosos combatientes por las libertades seculares de los vascos.

Múgica instaba a la dirección etarra a «coger el toro por los cuernos». Y el toro, admitía 'Pakito', era que «el día a día nos está enseñando que no tenemos la capacidad y los medios (por mil razones, técnicas y no técnicas) de desplegar y desarrollar una lucha armada eficiente, constante y con capacidad de disuasión» y concluía preguntándose: «¿Qué lucha armada? ¿La que se desarrolla ahora? ¿La que esbozamos en un plan teórico y no podemos llevar a la praxis? ¿Qué consecuencias políticas acarrea proseguir como estamos ahora, en la dinámica actual? ¿Qué previsiones de futuro se vislumbran insertados en la dinámica actual?».

Múgica Garmendia formulaba preguntas acertadas. Efectivamente, para ETA-Batasuna las previsiones de futuro en agosto de 2004 eran muy negras. Todavía entonces creíamos que Rodríguez Zapatero cumpliría en el poder lo que había comprometido en la oposición, esto es, que el Pacto por las Libertades era el mensaje inequívoco a ETA de que, gobernase quien gobernase, la política antiterrorista no cambiaría hasta la derrota de la banda.

Y ese mensaje que el Gobierno de España -a estos efectos el propio pacto hacia irrelevante quién lo ocupase-, el Partido Popular y el Partido Socialista mandamos a ETA con la fuerza de nuestra unidad demostró ser poderoso, eficaz y creíble. 'Pakito' desde luego se lo creyó y, junto a él, muchos otros, que pronto se dieron cuenta de que era mejor no ponerse en el camino del Estado de Derecho cuando éste es apoyado por un propósito cívico y democrático que comparten los ciudadanos y las fuerzas políticas dispuestas a hacer efectiva su libertad en vez de perseguir el espejismo de una paz otorgada por los asesinos.

'Pakito' y compañía no abjuraban de la lucha armada. Simplemente se reconocían vencidos. Demostraban comprender la lógica de la lucha a la que el Estado democrático se ve abocado con las armas de la Ley y del Derecho cuando una banda terrorista le desafía e intenta disputarle el monopolio de la utilización de la fuerza. El Estado había ganado y ETA había perdido. 'Pakito' no hacía arabescos, ni diseños de estrategias consociativas, reconocía que el juego era de suma cero, que había acabado y que no había empate, mucho menos infinito.

Lo que seguramente todavía hoy no entiende 'Pakito' es haber quedado como un liquidacionista mentecato, de esos que pierden una oportunidad de oro para callarse, no porque le desmintiera la dirección de ETA -a la que precisamente quería convencer-, sino que eran los deseos negociadores del presidente del Gobierno lo que le dejaban en evidencia por partida doble. En efecto, dos eran las mesas, una 'técnica' y otra política, en las que el Gobierno aceptaría derrotar la estrategia de la derrota de ETA.

Ante lo que ha venido ocurriendo desde entonces uno se imagina a 'Pakito' comiéndose palabra por palabra sus reflexiones, especialmente aquélla en la que, recurriendo a una imagen más bien cutre aunque expresiva, se esforzaba para que le entendiera hasta 'Txeroki': «Utilizando un símil, aquí no se trata de saber si el retrovisor del coche está mal o si una rueda está pinchada. Lo que falla es el motor. Falla la estrategia político militar sustentada en la potencialidad de la actividad armada». Conocedor de cómo se las gasta la banda que él mandó con los disidentes que, como 'Yoyes', él ordenó asesinar, y afectado por la paranoia tan común en los etarras, 'Pakito' debe de haberse creído objeto de una conspiración para hundirle cuando, encima, se le cuenta que si el Gobierno con sus actos derrota a los que dentro de ETA admiten la derrota, en realidad es para reforzar a los 'moderados'. La verdad es que el éxito de esta estrategia, que hay quien sigue considerando muy prometedora, parece todavía limitado. 'Pakito' y sus compañeros de correspondencia han sido expulsados por derrotistas; como en los peores tiempos, la imposibilidad de derrotar a ETA ha vuelto al discurso hoy dominante para justificar la negociación; Carod y Llamazares son los improbables arietes frente a la banda, mientras se diluye el recuerdo de dos jóvenes ecuatorianos que se toparon con la explosiva moderación de aquéllos a los que 'Pakito' recomendaba dedicarse a la política.

Es simplemente una conjetura pero, tal vez, 'Pakito' cuando abogaba por abandonar la 'lucha armada' tuviera en la cabeza el punto 9º del Pacto de Ajuria Enea, recuperado selectivamente en mayo de 2005 para legitimar el 'proceso de paz'. Al fin y al cabo, el abandono que proponía Múgica Garmendia era real, sin reservas, consecuencia de la interiorización de que ya no había nada que hacer con las armas contra un Estado democrático que había trazado firmemente una frontera infranqueable para el chantaje y la agresión. Parece que lo de 'Pakito' era lo que preveía Ajuria Enea, no un sucedáneo tramposo por más que se llamara 'permanente' y estuviera avalado por un Gobierno incomprensiblemente erigido en fiador de la veracidad del alto el fuego. Y en ese pacto los partidos decían apoyar «las vías de reinserción para aquellas personas que decidan o hayan decidido abandonar la violencia con el propósito de defender sus ideas por cauces democráticos, respetando en cada caso la decisión que adopten las instituciones competentes del Estado». Alguien en las cárceles podía pensar que, si se recuperaba el mito del final dialogado ¿por qué no habría de volverse sobre la reinserción, si se producía la renuncia no fingida sino real a la violencia? Pues tampoco.

Tuvo suerte 'Pakito' de no habérsele ocurrido hacer referencias explícitas a la reinserción, de no haber cedido a la tentación liquidacionista de hacer una mención a sus víctimas, de no haberse parado a rebañar los restos de humanidad que le pudieran quedar, para sugerir una petición de perdón por el inmenso daño causado. No había que esperarlo en un oficiante del terror cuya única lucidez es la que procede de su derrota. En cualquier caso, le habría dado igual. De haberlo hecho, habría significado su segunda derrota, esta vez ante Ignacio De Juana Chaos, un sujeto del que el presidente del Gobierno dice que «está por el proceso» -lo que eso signifique es otra cuestión- pero que, desde luego, no está por el abandono del terrorismo.

Tacita a tacita, los abanderados del final dialogado han destruido la escasa credibilidad de un eventual proceso como el que podía desprenderse del pacto de Ajuria Enea y de la propia resolución parlamentaria del 17 de mayo de 2005. ¿Abandono de la violencia? ¿Reinserción creíble? Que se lo pregunten a 'Josu Ternera', a De Juana y, sobre todo, a Múgica Garmendia. Suma y sigue. Al error le siguen el disparate, la simulación o la inconsistencia. Las cosas van así: a los moderados se les refuerza derrotando a los que piden rendirse; la Ley de Partidos se aplica dejando que Otegi y compañía campen a sus anchas; como la salud de De Juana preocupa tanto, del hospital se irá a su casa; como primero es la paz y luego la política, Batasuna se dispone a volver a las instituciones sin condenar el terrorismo. En eso consiste el proceso, en que 'Pakito' siga acumulando derrotas.

Javier Zarzalejos