La segunda rebelión de la mujer

Olympe de Gouges -pseudónimo de Marie Gouze, panfletista, dramaturga, girondina, monárquica, partidaria de la división de poderes y de la igualdad entre sexos- impulsó la primera rebelión de la mujer con la redacción de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791) como complemento o contrapeso a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789).

En los diecisiete artículos de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, así como en otros escritos, Olympe de Gouges, considerada la primera feminista de la historia, defendía la igualdad de derechos y deberes entre el hombre y la mujer y, en consecuencia, reclamaba para la mujer la libre comunicación de los pensamientos y las opiniones, el derecho a voto, la obediencia a la ley, la propiedad privada, el acceso al trabajo público y la actividad política, la incorporación al ejército y el divorcio. También, pedía el reconocimiento de las parejas de hecho y las madres solteras así como la regulación de los hijos nacidos fuera del matrimonio y la prostitución. De Olympe de Gouges -políticamente correcta en el uso del lenguaje: ya hablaba de «ciudadanas» y «ciudadanos»- suele destacarse el artículo 10 de su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana en que afirmaba que «si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también el de subir a la Tribuna». Un programa de igualdad política en toda regla y una premonición si tenemos en cuenta que fue juzgada por un tribunal revolucionario y guillotinada (1793) por conspiración -promovía algo parecido a una revolución federal- contra la república.

El movimiento feminista reconoce que Olympe de Gouges -junto con Mary Wollstonecraft y su Vindicación de los derechos de la mujer, 1792- ha marcado el camino que conduce a la igualdad entre los géneros. Al respecto, puede decirse que la primera rebelión de la mujer impulsada por nuestra activista avant la lettre ha cerrado su recorrido. Un ciclo que, según la ortodoxia feminista, estaría formado por cuatro olas: la reivindicación de los derechos de la mujer (siglo XVIII), el sufragismo (siglo XIX), el fin del patriarcado (siglo XX) y el activismo callejero y on line que todo lo abarca.

Y ahora, ¿qué? Retomando el lenguaje del feminismo radical de nuestros días, «la lucha continúa». Y no resulta aventurado pronosticar -análisis de prospectiva- la emergencia de una segunda rebelión -más individual que colectiva- de la mujer. ¿Contra quién? Contra el feminismo radical con mando en plaza que suele ignorar al común de las mujeres en nombre de una mujer que solo existe en su imaginario. Ese populismo feminista -demagógico, histriónico, antipático, fundamentalista, retrógrado y de talante despótico- que desea imponer -ya sea por decreto, o por la vía del yudo moral, o mediante el chantaje emocional, o utilizando el ciberanzuelo que posibilita la red- la denominada «perspectiva de género» en la política, la economía, el derecho, la empresa, la sanidad, la ciencia, la investigación, la educación, la filosofía, la ética, la historia, el arte, la música o el liderazgo. Y, también, en la mentalidad de la mujer. Y de ahí -de esta imposición- puede surgir -de hecho, está surgiendo ya- la rebelión contra un feminismo radical que se sitúa más allá del bien y el mal, que se distingue por su carácter aleccionador, por señalar el recto camino que seguir bajo amenaza de excomunión, y por conceder certificados -incluso entre las mujeres- de buena y mala conducta feminista.

Una segunda rebelión sosegada y sin estridencias -silenciosa- que no acata el discurso feminista autorreferencial, ni el exclusivismo feminista que defiende los «auténticos» intereses de la mujer, ni el fundamentalismo feminista que tilda de reaccionario o machista cualquier crítica y considera toda alternativa distinta a la suya como una forma de arrière-pensée. En definitiva, una segunda rebelión contra el feminismo autoritario, institucionalizado y ritualizado que está convencido de ser el único y auténtico movimiento que lucha por la libertad y la emancipación de la mujer.

Una segunda rebelión que no admite el puritanismo feminista que alardea de claridad moral y se caracteriza por un elitismo intelectual displicente, que frecuenta la caza de brujas, que está dotado de un providencialismo inquietante. En suma, una segunda rebelión que soslaya el rigorismo feminista que genera anticuerpos, que estrecha la mente, que amordaza las ideas y las opiniones, que frecuenta la intolerancia, que engendra hipocresía, odio y exclusión.

Una segunda rebelión que reclama una mujer autónoma y un feminismo democrático y liberal -¿por qué no un feminismo femenino que huya de la dogmática del feminismo radical que conduce al hembrismo?-, que no habla en nombre de la mujer, sino de las mujeres individualmente consideradas, que no se victimiza por sistema, que no culpa por definición al hombre o al denominado heteropatriarcado, que no arremete groseramente contra el «neoliberalismo salvaje» ni considera que «las guerras son producto y extensión del patriarcado».

Una segunda rebelión que reivindica la igualdad ante la ley sin privilegios de género, que no impulsa la discriminación positiva de sexos -la mejor manera de no discriminar a nadie es no discriminar a nadie-, que apuesta por la meritocracia, que aprecia un capitalismo que brinda oportunidades de promoción social y profesional, que no niega la biología ni se empeña en recuperar la guerra de los sexos propia del fundamentalismo feminista de los 60 y 70 del siglo pasado, que es capaz de tejer alianzas estratégicas -en beneficio propio- con el hombre.

Una segunda rebelión, educada y sin escraches, que puede considerarse heredera de la Olympe de Gouges que, en el ya citado artículo 10 de su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana afirma -no se trata de un asunto baladí en una democracia- que las reivindicaciones de la mujer no deben «alterar el orden público establecido por la Ley». ¿Una rebelión conservadora? Señoras y señores: hay que superar viejos complejos de inferioridad. Parafraseando el principio rawlsiano que afirma como justa aquella decisión que beneficia a un mayor número de individuos, el pensamiento conservador feminista -con o sin comillas- sería el más justo al adaptarse mejor a la realidad.

Sacando a colación a Gilles Lipovetsky (La tercera mujer, 1997), la segunda rebelión de la mujer, lejos del populismo propiciado por quienes desean convertir -un proyecto de ingeniería social deliberada- la realidad en una guardería, ayudará a consolidar la mujer «indeterminada» de nuestro tiempo que vive en «un mundo abierto o aleatorio, estructurado por una lógica de indeterminación social y de libre gobierno individual, análoga en principio a la que configura el universo masculino». Concluye: «A medida que se amplían las exigencias de libertad y de igualdad, la división social de los sexos se ve recompuesta, reactualizada bajo nuevos rasgos», porque «mientras que numerosos lugares y atribuciones de lo femenino periclitan, todo un conjunto de funciones tradicionales perduran, y ello no tanto por inercia histórica como por su posibilidad de concordar con los nuevos referentes de la autonomía individual». Remata: «La libre posesión de uno mismo».

Miquel Porta Perales es articulista y escritor.

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