La segunda transición

Imagino que la mayoría de los españoles estarán, como vulgarmente se dice, «deshojando la margarita» sobre cómo votar el día 24. Y no digo ya en las generales de finales de año, porque eso ni se plantea, excepto para los ya nacidos de un partido político, como se nace en el Madrid o en el Barça.

Para el resto, sin embargo, resulta mucho más complicado. En las anteriores, bastaba comparar cómo había cogido el país el Gobierno en ejercicio y cómo lo había dejado para hacerse idea de si merecía o no continuar. Pero esta vez es distinto. La crisis ha cambiado tanto los personajes como la escena política española, rompiendo el equilibrio en ella. Por lo que no creo exagerado decir que estas son las elecciones más importantes desde las de 1977, al enfrentarnos a un nuevo comienzo o una nueva Transición.

¿Hemos aprendido algo de la anterior? Espero que sí, porque si no hemos aprendido, habrá que empezar a pensar que los españoles no tenemos remedio. Y lo primero que hemos aprendido es que los políticos no son de fiar. No porque sean políticos, sino porque son hombres, y mujeres, como usted y como yo. Y el ser humano no es perfecto, más bien está lleno de flaquezas, por lo que confiar en él plenamente, creer todo lo que dice y pensar que es un sabio y un santo son ganas de exponerse al mayor de los desengaños. Pero, del mismo modo, elegir a alguien que ha engañado a todo el mundo y se cree más listo que nadie es aún más peligroso porque, tarde o temprano, terminará engañándonos a nosotros, y engañándose a sí mismo, como hemos visto en demasiados casos recientemente. «Honesty is the best policy», dice el refrán norteamericano, la honestidad es la mejor norma de comportamiento, en la vida y la política, por más ejemplos que haya de lo contrario. Pero más ejemplos todavía hay de los que se han estrellado, en nuestros días especialmente, cuando todo termina por saberse. O sea, que ni el pardillo ni el listillo.

¿Entonces, cuál? me preguntarán ustedes. Y les contestaré que depende de lo que usted quiera y necesite. Si usted es uno de esos afortunados ciudadanos que sólo echan una ojeada a la cuenta del restaurante para calcular la propina, lo más sencillo es quedarse con lo que hay y no hacer experimentos, que pueden salir mal. Pero si usted, desgraciadamente, es uno de los que la crisis ha arrollado, ha perdido el empleo y puede que el piso, la opción más radical, la que quiere cambiar el entero paisaje político es la que le conviene, pues ya no tiene nada que perder e incluso puede ganar con el cambio.

Más complicado es para los que se hallan en la franja media entre ambos extremos. Esos pueden perder tanto como ganar con el cambio y con la continuidad. De ahí que las preferencias personales jueguen un papel importantísimo, y ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito. Imagino que la tendencia política de cada cual le empujará hacia en un sentido u otro del espectro político.

Lo nuevo e inquietante es que en cada banda ya no hay, como hasta ahora, un gran partido, sino dos, los viejos y tradicionales PP y PSOE, junto a otros dos emergentes Ciudadanos y Podemos, que llegan con la energía de la juventud y el brillo de la novedad. Dejo aparte a IU no porque la descarte, sino porque tiene su caudal de votos, fluctuante pero seguro, que nunca le bastarán para gobernar en el país ni posiblemente para decidir quién gobernará. Algo que les ocurrirá también a los nacionalistas, catalanes sobre todo, que han perdido el importante papel de fiel de la balanza que venían ejerciendo. Pero por su culpa, por su prepotencia, por jugar mal sus cartas y por no querer ver la realidad, no ya de España, de Europa y del mundo, sino de la propia Cataluña. Descartados estos, quedan los cuatro citados al principio.

Hay muchas razones para no votar el PSOE y al PP. La primera y más importante, la corrupción que han dejado crecer en sus filas, inadmisible en un partido de gobierno en una democracia. A la que se añade una persistencia en el error del PSOE, una cerrazón doctrinal de sus líderes actuales que asusta, pues no sé si se dan cuenta de que se han desplazado hacia la extrema izquierda, cuando hoy la izquierda es socialdemocracia o es la Syriza griega, que ya vemos como está. Mientras, en el PP lo que más desespera es la desastrosa política de comunicación que lleva, metiéndose más goles él mismo que los que le meten los rivales. Unido a ese complejo que la derecha española tiene ante la izquierda, la imagen que da a menudo es patética. Sólo por eso, merece perder las elecciones, como el PSOE, por su incapacidad de crecer ideológicamente.

Lo malo son sus reemplazos jóvenes. A Podemos le ha durado el disfraz de moderno lo que ha tardado en salir de los estudios de televisión. Si esos son los profesores que enseñan política en nuestras universidades no me extraña lo más mínimo cómo anda la política en nuestro país. Lo único que quieren esos chicos es poder y si han conseguido acercarse a él ha sido gracias al inmenso cabreo que tenemos los españoles por habernos creído que éramos ricos sin serlo. Pero ha bastado que Pablo Iglesias, Monedero y compañía se pusieran a hacer política de verdad para que se descubra que están más verdes que el perejil. Darles el poder es como dar a un niño una pistola cargada para jugar. En cuanto a Ciudadanos, bastante más avispados, han preferido interpretar el papel de buenos chicos, sin enfrentarse con nadie, que es la mejor forma de engañar y engañarse, pues si la política no es «Juego de Tronos» como cree Iglesias, tampoco es una película de «Cine de Barrio», como parece creer Rivera. La política es una cosa muy seria, muy dura, muy desagradable la mayoría de las veces, sin que Albert y sus chicos nos hayan mostrado hasta la fecha que posean esas cualidades. Desde luego, acostándose con uno u otro de los grandes, como van a hacer en Andalucía, no se solucionan los problemas de España. Se prolongan con la coartada de una falsa estabilidad y una peor gobernabilidad.

¿Entonces, me preguntarán ustedes, qué recomienda usted? Pues nada. Ésa es una decisión que tiene que decidir cada español y española. El 24 de mayo elijan ustedes el candidato/a para su villa y comunidad, no por el color de su partido, sino por estar dispuesto a tomar las decisiones necesarias por desagradables que sean. En cuanto a las generales, esperen pues, como dicen en las retransmisiones, «queda todavía mucho partido». Y, desde luego, no se fíen de las encuestas. Más bien apuesten a lo contrario que dicen, porque se equivocan aún más que los políticos… y que los periodistas. Éste incluido.

José María Carrascal, periodista.

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