La seguridad excesiva

Un colega profesor del IESE me comentó que hace unos años los responsables de sanidad de una gran ciudad le habían pedido asesoramiento sobre cuántas ambulancias debían tener disponibles y en qué puntos de la ciudad para atender todas las emergencias que se presentaran. Este profesor les preguntó: ¿cuánta gente queréis que se os muera? La respuesta fue obvia: nadie. Entonces es muy sencillo, les dijo. Poned una ambulancia detrás de cada ciudadano. Algo similar me contó también hace tiempo el profesor de un colegio. Atendía a una madre que estaba indignada porque su hijo había saltado la valla del colegio a la hora del recreo. Este profesor le siguió la corriente y le aseguró a la madre que eso era intolerable y que se tomarían medidas. Después me explicaba: ¿qué pretende esa madre, que pongamos un profesor detrás de cada niño en el recreo? En el colegio siempre hay profesores de guardia, pero los niños intentan burlar la vigilancia y saltan la valla cuando pueden. Y lo seguirán haciendo.

No podemos asegurarnos de todas las posibles contingencias que pueden ocurrir. E intentar hacerlo tendrá un coste seguramente inasumible. Esto viene a cuento de las desorbitadas medidas de seguridad que existen en los aeropuertos. Me pregunto si el nivel de seguridad que se está imponiendo justifica el coste que tienen para los operadores, las aerolíneas y los pasajeros. ¿No estaremos poniendo el equivalente de una ambulancia detrás de cada ciudadano? Un avión estallando en pedazos en pleno vuelo tiene un impacto mediático tremendo. Pero solo eso, impacto mediático. Las consecuencias de cada atentado son muy pequeñas comparadas con las muertes que se producen en carretera en cualquier fin de semana en todo el mundo.

El avión, incluido el riesgo de atentados terroristas, es uno de los lugares más seguros donde estar. Se dice que el momento más peligroso de un viaje en avión es el trayecto de casa al aeropuerto. El gran triunfo del terrorismo es haber alterado de una forma tan descomunal el transporte aéreo. ¿No hay formas menos costosas de prevenir el terrorismo que el hacernos ir al aeropuerto con tres horas de antelación, soportar monumentales colas ante los sistemas de seguridad, tener que medio deshacer las maletas para pasarlas por los detectores; quitarnos zapatos, botas, cinturones, bolsillos, etcétera?

En el AVE los sistemas de seguridad son mucho más sencillos y menos engorrosos y allí no está habiendo atentados. Que en el hipercor de la Meridiana hubiera un atentado hace 24 años, no ha requerido molestos sistemas de seguridad en los centros comerciales, y no se han vuelto a producir allí atentados. ¿Nos estamos volviendo locos? ¿No estamos sacando las cosas de quicio? ¿Y si un día hay un atentado? Pues lo mismo que si un día hay un terremoto y se me cae la casa encima. No puedo pasarme la vida pensando cómo defenderme de un terremoto. Prefiero pasármela viviendo. No pongamos puertas al campo.

Que no se me interprete mal. No es que yo no valore la vida ni muchísimo menos, sino que en un planeta en el que vivimos 7.000 millones de personas siempre habrá accidentes, desastres naturales y locos que pongan bombas, pero la probabilidad de morir en un atentado terrorista aéreo es infinitesimal, y con medidas de seguridad más llevaderas seguiría siendo infinitesimal, y no importa cuántas medidas pongamos: no se podrá evitar que haya alguien que muera en atentado terrorista aéreo. ¿No compensaría que viviéramos un poco menos obsesionados y más tranquilos?

Estamos acostumbrados a que el Estado nos lo resuelva todo, lo que le lleva a adquirir responsabilidad sobre todo lo que le pasa al ciudadano. Con esa responsabilidad a cuestas cualquiera no pone infinitas medidas de control para velar por el hiperprotegido ciudadano.

Creo que merecen un homenaje los sufridos empleados a cargo de los detectores de metales en los aeropuertos. Sin culpa alguna de su parte, tienen que soportar las malas caras y los enfados de los pasajeros. Yo siempre que tengo que pasar por el detector de metales o entrar en un avión empiezo dando los buenos días al empleado. Sigo el proceso con una sonrisa y termino dándoles las gracias por la amabilidad con la que me han tratado. Me miran con cara de sorpresa y mucho agradecimiento. Frecuentemente me dicen: «Llevo aquí toda la mañana y es usted el primer pasajero que me da los buenos días». Son unos segundos de intenso trato personal muy reconfortantes. Lo mismo hice la única vez que se me ha llevado la grúa el coche. Fue hace años. Muy enfadado al ir a recogerlo, me di cuenta de lo que tenían que soportar los empleados municipales encargados de cobrar la multa y devolver el coche. Ellos no tienen la culpa de nada. Están cumpliendo con su trabajo y soportando a los furibundos conductores. Así que pagué la multa, con una sonrisa le agradecí al empleado sus servicios y le dejé muy agradablemente sorprendido. Prueben a hacerlo en este tipo de circunstancias. Se llevarán un sorprendido agradecimiento y mejoraremos las relaciones humanas.

Por Miguel Ángel Ariño, profesor del IESE. Universidad de Navarra.

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