La senda constitucional de Forcadell

Al año de despedirse de Alfonso XIII para mudar de Régimen -"Adónde te marchas, Miguel"; "Al campo republicano, Señor"-, el hijo de don Antonio Maura fue nombrado primer ministro de la Gobernación de la naciente II República. Entre sus cometidos, figuraba la designación de gobernadores civiles, unas canonjías sumamente apetecibles en la rebatiña de cargos que desató el advenimiento del nuevo Régimen entre los paniaguados de los partidos. Para ello, según narra en Así cayó Alfonso XIII, todos los aspirantes argüían ser republicanos de toda la vida. Con tal precocidad, a veces, que Miguel Maura bromeaba con que algunos lo eran desde su natalicio cuando no desde su concepción. A los primeros los apodó "republicanos uterinos" y a los segundos "republicanos de placenta".

La senda constitucional de ForcadellEn el reparto del botín, no le quedó más opción que promover como poncio de Soria a un "republicano uterino" al que destituyó en cosa de días. Este sujeto no tuvo mayor ocurrencia que requerir a los alcaldes para que, a la mayor brevedad, le remitiesen 1.000 pesetas de sus fondos "para atenciones especiales de este Gobierno Civil". Por mor de ésta y otras extravagancias sin límite, al mes de asentarse en el principal despacho de la Puerta del Sol, Maura hijo tiró la toalla. Más que ministro, a su parecer, era "cabo de vara o loquero mayor de un manicomio suelto y desbordado".

Después de 90 años, aquel catálogo del bienhumorado Miguel Maura es adaptable al independentismo catalán de ahora. Sus principales líderes, Puigdemont y Junqueras, sin reivindicarse que se sepa como secesionistas uterinos o de placenta, sí presumen de serlo de pantalón corto. Así, por ejemplo, el niño Oriol tiene declarado ser secesionista con ocho años, edad para coleccionar cromos, pero en la que él ya discernía prístinamente que "estaba contra la Constitución española". Desde época tan tierna hasta las más de cuatro décadas sumadas desde entonces, su común soberanismo de primaria no les ha supuesto ningún contratiempo; al contrario, ha aupado a estos dos gimientes bebes gruñones a la Presidencia y Vicepresidencia de la Generalitat, de las que han sido apeados al perpetrar un golpe de Estado contra la legalidad constitucional y la unidad de España.

No son presos políticos ni ellos ni sus cómplices en la asonada, como afirman a coro para insulto de aquellos prisioneros de conciencia encarcelados por el franquismo, sino políticos presos para lustre de una democracia en la que nadie está por encima de la ley y mucho menos quienes deben dar ejemplo como hacedores de las normas que rigen este Estado de derecho. Produce pasmo que, en su mascarada, promuevan manifestaciones con críos de guardería o huelgas con bebés a los que fotografían, con un cartel delante, sentados en carreteras cortadas por estudiantes que, tras asegurarse pasar curso por su apoyo al procés, quizá persigan así mejorar nota escenificando sus videojuegos en la calle.

A ojos vista de Amnistía Internacional, ninguno de estos asaltantes de la Constitución y del Estatuto, sin gozar de la aureola del bandolerismo romántico de Serrallonga, es perseguido por sus ideas -ese nacionalismo venenoso causante de grandes desastres-, sino como presuntos autores de execrables delitos como rebelión, sedición y malversación. Sentada esta premisa, por enjuagues y cambalaches de la política, podría obrarse la estupidez de que, no siendo presos políticos, el Estado, por un conciliábulo temerario de sus tres poderes, les dispensara, a la postre, un trato de tales. Aunque sea pecado pensar mal de los otros, como dijo Andreotti con doblez, pero indudable sapiencia sobre el alma humana, "con frecuencia se acierta".

Da pábulo lo acaecido en los últimos días. De un lado, el inusitado interés del Gobierno por reducir el artículo 155 a mero placebo; de otro, sus ostensibles mensajes al Poder Judicial para que facilite la libertad preventiva y los golpistas puedan participar en la campaña del 21-D. Baste observar la indiferencia del Gobierno con relación a la huelga política convocada el miércoles por el sindicato de Carles Sastre, asesino del empresario José María Bultó. Su seguimiento mínimo no fue óbice para que dejara fuera de servicio vías clave de comunicación por la pasividad de las Policías Nacional y Autonómica bajo el mando del ministro Zoido, en aplicación del artículo 155.

En paralelo, se creaba el caldo de cultivo apropiado para que el juez del Supremo Pablo Llarena no decretara prisión incondicional contra la presidenta del Parlament, Carmen Forcadell, marcando distancias con su colega de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela, que sí lo hizo con Junqueras y el medio Govern que no escapó a Bruselas para engrosar la corte del faraón Puigdemont. Redondeando ese miércoles de gloria, Dastis le decía a la BBC: "Hemos creado un comité en el Parlamento para explorar la posibilidad de reformar la Constitución y acomodar las aspiraciones de parte de los catalanes". O lo que es lo mismo: persistir en los errores que han traído hasta aquí.

A nadie, desde luego, pasó desapercibido que el ministro y juez Zoido, toreando a dos manos, justificara la indolencia policial porque "no era día de caer en provocaciones" y acotara que "hay que tener en cuenta el contexto" para aplicar la ley. Es verdad que, al igual que los médicos no tratan enfermedades, sino enfermos, ocurre otro tanto con los jueces. Pero ojo con las "leyes de encaje", de las que hablaba nuestro señor don Quijote a su fiel escudero Sancho, en las que los jueces sentencian en función de lo que le viene a la cabeza sin tener en cuenta lo que las leyes disponen. Atinente a todo ello conviene tener presente aquello de que si hace cuac, luce como pato, camina como pato... lo más probable es que sea un pato, por más que se niegue y se diga otra cosa.

Más cuando desde ámbitos gubernamentales se fue deslizando que, debajo del felpudo de la puerta del Supremo, se hallaba la llave que podría franquearle la salida de la prisión preventiva a Forcadell, si pagaba el peaje de renegar de todo lo dicho y se encaminaba por la senda constitucional. Por eso, cuando el juez Llarena resolvió en contra del criterio de la Fiscalía, que reclamaba prisión incondicional, el alivio del Gobierno sonó a resoplido de satisfacción exhalado a todo pulmón por el mismísimo dios Eolo. Al final, al decir de Cervantes, "la verdad andará sobre la mentira como el aceite sobre el agua".

En esta ceremonia de la confusión, la renegada Forcadell remeda a El DeseadoFernando VII cuando engatusó a los liberales doceañistas con aquel grandilocuente "Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional" para luego dejarlos en la estacada y virar al absolutismo del que nunca apostató aquel felón de cuna. Si en la hora suprema uno puede desdecirse de una vida entera, ¿cómo Forcadell no lo iba a hacer en la hora del Supremo? O dicho de otra manera, si uno no está obligado a declarar contra sí mismo, ¿cómo no va a mentir para burlar la trena?

De ser cabal su retractación y la de otros que tomarán ese atajo, estas navidades faltaría sitio en los belenes para tanto caganers con la efigie de quienes fingían ser "los héroes de nuestro tiempo" y se han visto retratados en el espejo cóncavo del esperpento de una República catalana nonata. Lástima que la fianza de Forcadell lleve la firma de la Asamblea Nacional Catalana, brazo civil del golpe, y ello destape este juego de cartas marcadas en el que la argucia de la presidenta del Parlament se encontraría con la receptividad convenida de un Gobierno dispuesto a dejarse engañar en aras del apaciguamiento imposible de quienes buscan una parada técnica para reemprender su larga mancha hacia la independencia.

No obstante lo cual, quien dijo que nunca daría un paso atrás ha llevado tan lejos su pantomima que ha retrocedido hasta el extremo ridículo de parecer la nueva Carmen de España. Eso sí, a diferencia de la cigarrera sevillana de Mérimée que enceló al suboficial don José y al torero Escamillo, su tragedia la comparte con don José Puigdemont y Escamillo Junqueras, aunque sus hechuras sean de picador. Uno y otro andan a cuchilladas, como los protagonistas de la ópera.

He aquí elementos por si el simpar Calixto Bieito quisiera encarar una nueva producción -esta vez con caracteres de ópera bufa- de Carmen para reconciliarse con los espectadores del Teatro Real que abuchearon su controvertida manufactura sobre este mito mundial. Todo ello enmarcado en un paisaje que rememora al descrito por Miguel Maura, atrapado en medio de dos regímenes fracasados como él mismo, y que le hace lamentarse: "Nuestro sino viene siendo el de ser una nación en perpetuo y agitado período constituyente".

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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