La senda del absolutismo

Por Fernando Fernández Méndez de Andés, Rector de la Universidad Antonio de Nebrija (ABC, 17/07/06):

NUNCA pensé que tendría que escribir este artículo. Nunca sin duda referido a España y nunca desde luego con un gobierno socialista. Pero el sectarismo en el ejercicio del poder, la fuerza del «todos contra el PP» como justificación de cualquier exceso, y la complacencia de gran parte de la opinión académica y mediática, anestesiada si no embriagada por amistades peligrosas, me han obligado. Me ha animado también un excelente artículo de José Ignacio Wert en «El País» del 14 de julio, «Por qué, así, no» que se ha atrevido a desafiar con argumentos tan implacables como inapelables al buenismo dominante en la negociación con ETA.

Cuando se anunció la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, ya la denuncié como Formación del Espíritu Nacional bis y manifesté mi sorpresa porque la misma generación que tuvo que aprenderse de memoria los 17 Principios Fundamentales del Movimiento Nacional para obtener el título de Bachiller elemental, pues era pregunta obligada en la Reválida de Cuarto, se prestase ahora a repetir el inútil ejercicio de soberbia y estulticia política. Permítanme una pedantería personal. Saqué matrícula de honor en esa reválida y contesté con brillantez aprendida los diecisiete principios. Pero nunca, ni en mis más infantiles delirios, tuve veleidades fascistas, si acaso más bien comunistas como gran parte de mi generación que nos aproximamos al marxismo desde el catolicismo post Vaticano II. Veleidades totalitarias que duraron poco, por la sencilla razón de que los valores se aprenden en casa. Y la mía era más bien liberal conservadora a la británica. Si este engendro de asignatura me parecía peligroso en su concepción, he de confesar que la revelación de sus contenidos supera mis peores pesadillas. Es puro totalitarismo. Será inútil, afortunadamente, pero politizará aún más la educación, aumentará la crispación social, dificultará el encuentro necesario entre los dos principales partidos y nos deslizará un poco más en esa pendiente de las dos Españas que con ahínco irracional parece perseguir el presidente del Gobierno.

Será inútil decía, porque los valores se aprenden en casa. Aunque esa dejación permanente de responsabilidades personales a las que nos empuja una concepción totalitaria de la sociedad opulenta, nos confunda a pensar que compete al Estado asegurar la formación de buenos ciudadanos. Así están los claustros llenos de excelentes profesores sin autoridad. La educación en valores está de moda. Pero se imparte de manera transversal en todas las asignaturas y de acuerdo con el ideario de cada centro que un Estado democrático ha de respetar y hasta fomentar. Eso nos llevaría a las condiciones que han de garantizar el derecho efectivo de elección de centro, pero eso sería materia de otro artículo. La evidencia internacional nos dice también que no hay ningún sistema educativo en países libres y democráticos que incluya una asignatura parecida en su contenido y pretensiones, pero este argumento no ha sido tampoco suficiente.

La separación de la Iglesia y el Estado está en los cimientos de ese invento maravilloso que hemos venido en llamar civilización occidental. Una tradición que parte del pensamiento greco-romano, se refugia para mantenerse en los conventos medievales, recupera fuerzas con la Carta Magna, la Reforma protestante y el Renacimiento italiano y se asienta definitivamente con las revoluciones francesa y americana. Su significado profundo se encuentra en expresiones clásicas como «Al César lo que es del César», e incluso bíblicas como «Mi reino no es de este mundo». La democracia se asienta precisamente en ese principio de separación de ámbitos de actuación sin el que la libertad no es posible y nos precipitamos al absolutismo. El gobierno renuncia a moldear las conciencias, a perseguir, convertir y quemar herejes. El espacio de la moral deviene un ámbito privado y la ley se abstiene de hacer apostolado. Eso es lo que nos distingue de los totalitarios de todo signo, y de los fundamentalistas islámicos que son hoy la principal amenaza contra la sociedad abierta.

Confundir la ley con la moral es propio de los Estados totalitarios. Por eso nunca he podido entender el concepto de derecho natural como anterior a la ley. Debo esa incapacidad a un ilustre profesor socialista cuyo nombre omitiré para no comprometerle, aunque es cierto que no pude acabar Derecho y quizás privé así a otro profesor de sacarme del error. Claro que hay principios que considero patrimonio de la humanidad y por tanto irrenunciables. Pero sobre todos ellos está el principio de la libertad de conciencia. Y no entiendo que el Estado convierta un Plan de Marketing sobre los derechos ciudadanos en norma de obligado cumplimiento. Tiene derecho el gobierno a tener su visión del mundo, por muy equivocada que me parezca en algunos aspectos. Faltaría más. Tiene incluso derecho a hacer propaganda de esa visión simplista del buenismo irresponsable. Lo que es incompatible con la democracia y la libertad es que nos obligue a aprender su visión del mundo, a examinarnos periódicamente de los valores que considera políticamente correctos en cada coyuntura. ¿Se da cuenta del riesgo que está corriendo en algunas Comunidades Autónomas? La ley ha de tipificar, y penalizar en su caso, conductas, no opiniones. Juzgar hechos, no inculcar principios. No está de más recordar que esa diferencia fundamental inspiró la Ley de Partidos, como queda claro para todo el que se tome la molestia de leer las actas de su discusión parlamentaria, y la ilegalización de Batasuna, que fue prohibida por delinquir, asesinar y extorsionar, y no por su legal, aunque equivocada, ideología independista.

Es sorprendente que sea precisamente un gobierno que se dice progresista y socialista el que olvide voluntariamente este principio esencial de la democracia liberal, que por cierto está en el núcleo del republicanismo ciudadano que dice admirar en Pettit, y se deslice hacia el absolutismo. O debería serlo por lo menos en España, de cuyo Estado absolutista los socialistas han sufrido tanto penar y exclusión. Pero parece no haber podido resistir los cantos de sirena del dictador benevolente que en el más prosaico campo de la economía ya nos decía Becker esconde todo planificador.

La letra con sangre entra, nos contaban en mis tiempos de escolar. Este gobierno lo quiere traducir como la propaganda con evaluación entra. Alguien debería explicarnos los argumentos con que se puede negar la evaluación de la asignatura de religión, que era voluntaria, porque pertenece a la esfera de la conciencia, y obligar a estudiar y examinarse durante ocho años del catecismo lacio y tercermundista de ese bodrio de Educación para la Ciudadanía. Ni Franco se atrevió a tanto. Claro que entonces la comunidad académica era más crítica y no se había convertido a la fe verdadera de que siempre nos iría peor con el PP. Sólo queda resistir con la fuerza moral que da la libertad.